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Entrevista:BERNARDO ATXAGA | Escritor

"Es una novela necesaria para muchos vascos y desde luego para mí"

El hijo del acordeonista (Alfaguara y Edicions 62) narra la historia de David, un chico de Obaba que tuvo que descubrir dolorosamente que su padre, el acordeonista, estuvo entre los fascistas que durante la Guerra Civil participaron en los fusilamientos de gente de su tierra; un joven que estuvo en los primeros movimientos abertzales radicales, y en ETA; que se arrepintió y quiso ser castigado; que tuvo que emigrar; que buscó el paraíso perdido a miles de kilómetros, en un rancho en California; un hombre que amó desesperadamente su lengua, el euskera; que vivió tres amores; que escribió un libro sobre su vida del que sólo se hicieron tres ejemplares y que luego su amigo Joseba completó; la historia de un hombre que murió cuando tenía apenas 50 años. Es también el retrato de una generación, la de los nacidos en Euskadi a principios de los años cincuenta.

"He encontrado una relación directa entre el bombardeo de Guernica y la aparición de la banda armada"
"Cuando la guerra o una situación de violencia te atrapa en un lugar cerrado es terrible"
"Tengo una relación muy fuerte con el euskera. Siento que he de ser leal a una lengua que puede desaparecer"
"El diálogo con el pasado no es nostalgia, es un modo poético de estar en el mundo"
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La novela se inicia en 1957, en la escuela de Obaba, y finaliza en 1999 en Three Rivers (California). Son 42 años de la vida de David y también de la historia del País Vasco.

Es el libro más ambicioso de Bernardo Atxaga (Asteausu, Guipúzcoa, 1951) y con él cierra el ciclo de Obaba, su mítico territorio. El escritor presenta hoy la novela a las 20.00 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en un acto en el que dialogará con Iñaki Gabilondo.

Atxaga ha tardado siete años en escribirla y siete meses en traducirla al castellano en colaboración con su esposa, Asun Garikano. Aunque no ha hecho grandes cambios respecto al original en euskera, el autor tiene la sensación de que la ha reescrito.

El TLS (Times Literary Supplement) ha calificado El hijo del acordeonista como "la primera gran novela vasca". Y la primera sorpresa es que la influyente publicación británica dedique espacio a una novela escrita en euskera. "Eso es una exageración. Hay muy buenas novelas vascas. Lo que sí puedo decir, con todas las reservas, es que sí es una novela necesaria para muchos vascos y desde luego para mí".

Pregunta. En realidad, El hijo del acordeonista es muchas novelas en una.

Respuesta. Alguien de Barcelona ha utilizado la palabra mosaico para definirla. No es un puzle, pero sí encadeno diversas narraciones. El primer americano de Obaba es una novela corta, y la última parte, Días de agosto, bien podría ser un libro aparte. Este sistema de elementos distintos me ha permitido recorrer un mayor espacio y tiempo, más temas que en una novela al uso.

P. Es, por ejemplo, una novela de iniciación.

R. El infierno que ha pasado David en su adolescencia y juventud, un pasaje largo y difícil, de cómo sobrevive y sale vivo y entero, ocupa la parte central del libro. La parte primera y la última tratan de cuál ha sido el final de esa iniciación y el final de la vida.

P. Hay también tres historias de amor.

R. La primera es la imposibilidad del encuentro entre dos personas. Es cruel. Podría decirse que la segunda es platónica, aunque deja de serlo. La tercera es como una de esas historias de amor que aparecen en los Top Ten, literariamente alegre y ligera, con la distancia de la ironía y del humor. Me contó un futbolista inglés la historia de Odin, que murió y fue a los infiernos. Quienes le amaban quisieron rescatarle, pero la condición era que todo llorara. La única manera de salir del infierno es el afecto. Las piedras no lloraron y Odin se quedó en el infierno. Años más tarde, una poeta noruega me contó que María Wine tiene un poema que dice "Yo quisiera que todas las piedras llorasen...". Es una historia universal y es también el leit motiv de esta novela. Mary Ann [la esposa de David] no es la piedra, es el afecto.

P. La Guerra Civil en Obaba muestra hasta qué punto la contienda puede ser horrorosa en un lugar pequeño y cerrado.

R. Cuando la guerra o una situación de violencia te atrapa en un lugar cerrado es terrible. He percibido que mucha gente no huyó porque no sabía adónde ir. Es horrible, porque no sabes quién es tu amigo y quién tu enemigo. Como una autopista sin salidas. Yo estaba haciendo la mili cuando se produjo la Marcha Verde. Temíamos que nos enviaran a Marruecos y pensé en desertar. Cuando empezaron a hacer las listas me di cuenta de que ya no podía salir del cuartel. Fue asfixiante. En la guerra no hay salida, no hay salvación.

P. David sí puede huir a California.

R. El rancho Stoneham es para él el equivalente de Iruain en Obaba, su paraíso alternativo a 8.000 kilómetros de distancia. Iruain tiene rasgos paradisiacos para el David adolescente. Es el primer lugar al que puede huir para alejarse de su padre, y cuanto más lejos está de su padre más cerca se siente del paraíso.

P. Obaba, que usted describe como un lugar antiguo y cerrado, cambia radicalmente en los últimos 30 años.

R. Así ha sucedido en todo el mundo. En los años sesenta y setenta se abre una grieta cultural, es el final de un mundo que venía de muy antiguo. Una invención técnica, la televisión, lo trastornó todo, para bien y para mal.

P. David siente nostalgia de ese mundo antiguo.

R. Se siente muy ligado a ese mundo perdido. Conserva un lugar mental de donde le llegan los recuerdos agradables, los momentos que le consuelan. Su tío Junan, su amigo Lubis, los caballos... Es una ensoñación que le aísla del mundo hostil. Es humano y comprensible. Ese diálogo con el pasado no es nostalgia. Es un modo de estar poéticamente en el mundo. Todos los artistas vascos, como Chillida, Oteiza o Mendiburu, tienen esa visión poética.

P. Escribió Obabakoak en 1988. ¿Qué ha pasado en esos 16 años?

R. Que bajé de mi nube y entré en la realidad, y en la realidad me encontré con la política y escribí libros, como Un hombre solo o Esos cielos, que tienen que ver con la política, no sobre ella en sí misma, sino en los estragos que causa a uno mismo y a los demás. Como contrapunto, y para bajarme de esa realidad, hice algún experimento como Lista de locos. Y en El hijo del acordeonista he recogido los hilos que quedaron de todas esas historias. El último capítulo, Días de agosto, marca el lugar al que me atrae ir. Quiero escribir algo más biográfico, más íntimo.

P. Algo hay de autobiográfico en esta novela.

R. Tengo la convicción de que hay que tomarse muy en serio, casi al pie de la letra, que la realidad es engañosa y que es más difícil entenderla de lo que a simple vista parece. Para no equivocarme, para no ir de la teoría a la ficción, he ido a ras de biografía, no únicamente la mía propia, sino también la de amigos, compañeros, familiares... Los detalles están elegidos a conciencia. Cuando cuento que la metralleta cae en la cocina y que las balas salen como canicas es porque yo lo he visto.

P. El acordeón, presente de principio a fin, sirve también para llevar armas.

R. Es la regla de oro de la ficción. Si utilizas un objeto en la primera página, debe trabajar a favor de la ficción en todo el libro. Como el escondrijo de Iruain, el acordeón tiene también un uso diferente al habitual en un mundo en que los jóvenes pasan a la acción política y armada.

P. Sostiene en la novela una tesis bastante polémica: liga el nacimiento de ETA a la guerra.

R. Como he dicho, he escrito este libro a ras de biografía: lo que he visto y lo que me han contado. He encontrado una relación directa entre el bombardeo de Gernika y la aparición de la banda armada en los años sesenta y setenta. Ya sé que los historiadores me van a decir que no es cierto, pero ya se apañarán para encajar en su teoría general lo que yo he visto.

P. ¿Qué ha visto?

R. Esa relación la he visto cuando estudiaba en la Facultad de Economía en Bilbao, en libros y en biografías. 30 años después del bombardeo de Gernika aún no se podía hablar de ello. Hay datos que apoyan la ficción.

P. David no podía soportar que sus relatos se publicaran directamente en inglés y su amigo Joseba afirma que cuando un solo vasco abandona su lengua contribuye a su extinción.

R. Eso nace de una conversación con un escritor checo que escribe en francés. Me dijo que yo tenía una concepción muy dramática de la lengua. Quizá, pero por relaciones sociales, históricas e ideológicas tengo una relación muy fuerte con la lengua. Es un tema de vital importancia en mi vida. Siento que he de ser leal a una lengua que se puede perder. Nunca podré dejar la lengua vasca. Afortunadamente, tengo también la lengua española. Son mis dos lenguas maternas.

P. ¿Necesitaba poner punto final al mundo de Obaba?

R. La realidad te saca de unos lugares y te lleva a otros. Se me amontonan informes que me pasa la vida y que no están en Obaba sino en otros lugares. Es como un combate de sumo. Dos jugadores se enfrentan en un círculo y uno de ellos da un empujón al otro y lo saca del círculo. Punto y final. A ver qué pasa ahora. Eso es lo bonito.

Bernardo Atxaga, en Madrid.
Bernardo Atxaga, en Madrid.BERNARDO PÉREZ
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