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El temerario de Michigan triunfa otra vez

La Palma de Oro a Michael Moore reconoce el coraje agitador y la calidad de 'Fahrenheit 9/11'

"¿Qué han hecho con mi país?". Esta frase, que da título a un reciente libro de Michael Moore (Ediciones B), es la misma que alienta Fahrenheit 9/11, el esclarecedor y temerario panfleto-documental que el sábado ganó la Palma de Oro en Cannes y convirtió a Moore en el primero que logra ese premio con un filme de no ficción desde que en 1956 (el mismo año que él nació en Flint, Michigan) lo hicieran Jacques-Yves Cousteau y Louis Malle con El mundo del silencio. Moore, que dedicó su triunfo a los que sufren a causa de EE UU, obtiene así el espaldarazo exterior que le ayudará a distribuir el filme en su país.

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El jefe de Miramax, Harvey Weinstein, decidió producir este documental de seis millones de dólares que ahora huele a oro puro después de que Mel Gibson incumpliera un contrato ya firmado (según Moore, por presiones de altos dirigentes republicanos). Weinstein ha dicho en Cannes que ha recuperado los derechos de distribución de la película porque su compañía madre, Disney, renunció a distribuirlo alegando que es un filme demasiado político para un año electoral. Y añadió: "Proyectar aquí Fahrenheit 9/11 me ha servido para que Disney prepare mi primer cheque del paro. Probablemente necesitaré mucha ayuda cuando vuelva a casa".

Su tono da idea de las dificultades que esperan a Michael Moore para exhibir su demoledor panfleto anti Bush, Rumsfeld, Wolfowitz, Rize, Cheney y demás integristas neoconservadores en el gran circuito estadounidense.

Mezcla de Quijote iluminado y pueblerino astuto, reportero de precisión y vendedor aparentemente honrado y listo como el hambre, Moore encarna los valores clásicos de libertad y democracia de la América más liberal, y por eso aspira a que sus paisanos vean su película en los malls, los centros comerciales del país, para influir en las elecciones de noviembre.

Si lo consigue por fin, tendrá mucho que agradecer a lo que ha pasado estos días en Cannes: a la Palma de Oro se ha unido el Premio de la Fipresci (crítica internacional), los 20 minutos de ovación en el pase oficial y otros 20 del sábado al recoger su galardón.

"No hemos premiado el filme por criterios políticos", aclaró ayer el presidente del jurado, Quentin Tarantino, "sino porque era la mejor película de todas". Quizá sea cierto, pero la relevancia política del premio es innegable. En general, Francia ha acogido a Moore casi como a un mesías, aunque algunos medios han tratado de restar valor artístico a su película con el argumento (empleado a su vez por fuentes gubernamentales estadonidenses) de que es mera propaganda electoral.

Mirando más allá, Moore dedicó el premio a "los niños de América e Irak, y a todos aquellos que sufren en el mundo por las acciones" de Estados Unidos, pero días antes ya había agradecido a Francia y a Alemania su capacidad para ejercer de amigos cuando se opusieron a la guerra de Irak: "Para eso están los colegas, para escupir las verdades a la cara".

Emocionado y vigilado de cerca por varios guardaespaldas, Moore hizo el sábado un guiño a sus enemigos y confió en que Fahrenheit 9/11 supere finalmente el intento de censura de "la ultraconservadora Disney": "Mucha gente quiere esconder la verdad, meterla en un agujero, pero vosotros la habéis sacado de ese agujero", dijo Moore dirigiéndose al jurado presidido por Tarantino. "Si decimos la verdad al pueblo, la República se salvará", añadió citando a Abraham Lincoln, "un republicano de otro tiempo".

El autor de Bowling for Columbine (su anterior película, que obtuvo un premio en el Festival de Cannes y el Oscar en 2002), The Big One (1997), Operación Canadá (1995), Pets or Meat (1992) y Roger and Me (1989) ha creado con Fahrenheit 9/11 su obra de mayor alcance y emoción. La película es una devastadora e irrefutada denuncia de la manera en que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, llegó al poder y organizó la guerra de Irak en beneficio de los intereses económicos de su familia y sus amigos más cercanos en Estados Unidos y Arabia Saudí, a los que Moore llama "los jefes de la marioneta".

Para que el retrato de George de Arabia sea redondo del todo, a Moore sólo le falta añadir las imágenes de ayer: el presidente cayéndose de su bicicleta. Moore dibuja a un Bush vago, torpe y grotesco, incapaz de juntar dos frases, mezclando imágenes inéditas y analizando sin piedad los discursos y los gestos del presidente.

Tras acreditar las entrañables relaciones personales y financieras que unen al clan Bush y sus socios con la familia real saudí y los Bin Laden, la película cuenta cómo tras los atentados del 11-S, cuando el espacio aéreo de EE UU estaba cerrado "y ni siquiera Ricky Martin podía volar", dos docenas de familiares de Bin Laden y otros ciudadanos saudíes abandonaron el país en avión privado sin ser interrogados por el FBI.

Pero su sensibilidad recuerda a los mejores documentales clásicos cuando narra el sufrimiento provocado por la guerra de Irak: niños heridos y muertos, soldados en combate que no entienden por qué están allí, otros que han regresado destruidos para siempre.

Película "para reír, llorar y hablar de ella una hora, un día o un mes después de verla", según su propia e insuperable definición, Fahrenheit 9/11 combina con sagacidad horror y humor: Bush mira al vacío y lee el libro infantil My pet goat el 11-S tras saber que la segunda torre ha sido atacada; Moore invita con altavoz a unos congresistas a leer la Patriot Act que acaban de firmar y anima a otros a enviar a sus hijos a la guerra -sólo uno entre 435 tiene un hijo en Irak-: "¿Mandaría usted a los suyos a luchar allí?", inquiere Moore a los representantes del pueblo. Y todos salen corriendo como alma que lleva el demonio.

Michael Moore compartió con su esposa y productora, Kathleen Glynn, la alegría por la Palma de Oro.
Michael Moore compartió con su esposa y productora, Kathleen Glynn, la alegría por la Palma de Oro.EFE
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