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CRISIS EN HAITÍ

Aristide abandona Haití camino del exilio

Un alto magistrado asume la presidencia mientras los 'marines' de EE UU llegan al país

Juan Jesús Aznárez

El ex sacerdote de la Teología de la Liberación había aguantado hasta la noche del sábado las presiones de la Casa Blanca y de Francia, que le ofrecieron una salida honorable. Horas antes de irse todavía animaba a los 46.000 funcionarios del Estado a volver hoy al trabajo porque "yo haré lo mismo". No cumplió su palabra, como tampoco lo hizo cuando, periódicamente, durante el encono de las sucesivas crisis políticas, prometía compartir el poder, según recuerdan sus críticos. La oposición política no creyó en su última promesa, un Gobierno de coalición, y se negó a negociar. La soldadesca de Guy Philippe, obviamente coordinado con los flancos más radicales del frente político antigubernamental, hizo el resto.

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El comandante rebelde aceptó el nombramiento de un juez del Supremo al frente de una presidencia interina y la entrada en su país de fuerzas extranjeras porque "lo peor ha pasado y la solución es buena". Poco antes del amanecer, Aristide partió hacia el exilio, posiblemente Panamá, en un avión fletado por Estados Unidos, y con la banda presidencial cruzándole el pecho. El magistrado jefe de la Corte de Casación del Supremo, Boniface Alexandre, de 68 años, juraba el cargo por la mañana y asumía el puesto vacante en la residencia del primer ministro, Yvon Neptune, que explicó las razones del gobernante huido, protegido en su retirada por los infantes de marina yanquis.

"La Constitución no debe ser escrita con la sangre del pueblo haitiano. Si esta noche [sábado] mi renuncia es la decisión que puede evitar un baño de sangre, estoy de acuerdo en irme", escribió Aristide en creole. "Con la esperanza de que habrá vida y no muerte, mi renuncia evita un derramamiento de sangre. Acepto partir". Poco después, los chimeres volaban por las calles de Puerto Príncipe disparando a mansalva, saqueando y allanando domicilios en busca de armas y botín. Al menos cuatro personas, presumiblemente opositores, fueron ultimados a tiros y sus cadáveres yacían sobre el asfalto.

Policía acobardada

"¡Chimeres, los queremos ayudar. Detengan la violencia, depongan las armas si no quieren que ocurran desgracias!", rogaban portavoces de la oposición a través de la radio. La acobardada policía fue instada por sus mandos a contener a las turbas que atacaron emisoras de radios, comercios y algunas residencias. "El país está en sus manos", subrayaron las cuñas. El inspector general de la Policía, Rudy Berthomieux, decretó el toque de queda a las seis de la tarde (hora local) y pidió el regreso de sus hombres a sus puestos. Buena parte de las dotaciones atendieron el pedido y patrullaron una ciudad intermitentemente aquietada.

Paralelamente, agentes canadienses tomaron posiciones junto al aeropuerto internacional para garantizar sus operaciones. "¡Se fue Aristide! ¡Se fue Aristide!", festejaron los habitantes de las poblaciones liberadas, mientras en la capital el silencio de la ciudadanía opositora era clamoroso.

La policía gubernamental abandonó las comisarías de localidades tomadas por las huestes insurrectas y los mismos agentes que el sábado prometían defender las comisarías de Puerto Príncipe y proteger a sus compatriotas de los "terroristas y criminales" liderados por Philippe, abandonaron ayer la mayoría de sus cuartelillos. La delincuencia tras las rejas o los inocentes apresados corrieron masivamente a esconderse, al tiempo que puestos y armeros eran ocupados por chimeres. Algunos ofrecían a la venta uniformes y cascos policiales y todos peinaron las avenidas de la capital a bordo de vehículos plagados de fusiles, pistolas, machetes y garrotes.

Durante horas, los tiroteos fueron constantes en los cuatro puntos cardinales de la capital y, desde el levantamiento del pasado 5 de febrero, los choques entre contrarios causaron la muerte de cerca de ochenta personas. Aristide boqueaba desde hace días. El comunicado emitido el sábado por el Departamento de Estado norteamericano lo sentenció al endosarle la organización de las batidas capitalinas por hordas que vitoreaban su nombre durante la comisión de actos vandálicos y un fracaso gubernamental imposible de sostener.

Las presiones de Washington, Francia y otras naciones cambiaron de rumbo ante el espanto de las razias: la solución negociada era imposible, entre otras razones porque la oposición la rechazaba, y porque la renuncia fue percibida inevitable ante la eventualidad de una matazón. "Lo que ha ocurrido es fantástico para Haití. Lo estábamos esperando", reaccionó Charles Baker, uno de los portavoces de la oposición. El gobernante que hace casi quince años concentró las esperanzas de los haitianos más pobres negó su renuncia hasta últimas horas del sábado, al menos públicamente.

En su mensaje por la televisión del Estado y en la última entrevista, con la CNN, reiteró la necesidad de quedarse para impedir un agravamiento de la frágil democracia nacional: "Tuvimos 32 golpes de Estado. Es suficiente". La pinza diplomática se cerró al ser advertido el cura salesiano sobre las consecuencias de su empecinamiento: las matanzas sería su legado y podría ser capturado y sometido a juicio en Haití por sus supuestas responsabilidades en el asesinato de disidentes y en el narcotráfico. Policías y militares de Estados Unidos, Canadá, Francia o países del CARICOM (Comunidad del Caribe) se encuentran ya en Puerto Príncipe y en los próximos días llegará el resto, autorizados por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Varias personas recorren las calles de Puerto Príncipe en medio del caos.
Varias personas recorren las calles de Puerto Príncipe en medio del caos.ASSOCIATED PRESS

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