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Claudio Guillén define su ingreso en la Academia como la culminación de su desexilio

El catedrático dedica su discurso a Vicente Llorens, historiador y "maestro en destierros"

Con un discurso titulado De la continuidad. Tiempos de historia y de cultura, en el que agradeció a la Real Academia Española (RAE) su entrada en la institución como la culminación de su "desexilio", Claudio Guillén tomó ayer posesión del sillón m. El catedrático de Literatura Comparada trazó la línea "discontinua" de la "anacrónica cultura española", recordando a su generación de exiliados y recorriendo, con especial emoción y énfasis, la obra de su "maestro en destierros", el humanista, socialista y gran historiador del exilio español Vicente Llorens, "un hombre recto, bueno y cabal".

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"Siempre de paso"

Claudio Guillén, nacido en París en 1924, salió de España con su padre, el poeta Jorge Guillén, en 1939. Doctor en Literatura Comparada por la Universidad de Harvard y catedrático en San Diego, Princeton y Harvard, regresó a España en 1982. Y ayer completó su "desexilio". El autor, entre otros libros, de Entre lo uno y lo diverso (Crítica) y Múltiples moradas (Tusquets), empezó su discurso diciendo: "Más de la mitad de mi existencia transcurrió fuera de España, a raíz del exilio al que de niño me llevó mi padre. ¿Qué pensaría don Vicente Llorens, el admirable colega que fue mi maestro en el conocimiento de los destierros, acerca de lo que hoy me acontece?".

Guillén recordó a su antecesor en el sillón, el científico Rafael Alvarado, y a los jóvenes españoles que, "de 1948 a 1950, sacaron adelante en México la revista Presencia animados por Emilio Prados: Ramón Xirau, Roberto Ruiz, Manuel Durán, Carlos Blanco Aguinaga, José Miguel García Ascot y, finísimo poeta, Tomás Segovia".

Claudio Guillén fue acompañado por los últimos académicos de número, Carmen Iglesias y José Antonio Pascual. El acto fue presidido por la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, y asistieron también varios secretarios de Estado, entre ellos, Miguel Ángel Cortés y Luis Alberto de Cuenca. Entre los presentes estaban, entre otros, Teresa Guillén, Laura García Lorca, Álvaro Pombo, Rafael Moneo y Trinidad Jiménez.

El nuevo académico recorrió en su discurso la vida y la obra de Llorens, desde su nacimiento en Valencia el 10 de enero de 1906. Sus estudios en Madrid, sus viajes a Italia y a Alemania, sus denuncias de los excesos del fascismo, su vuelta a España para colaborar con la Institución Libre de Enseñanza...

Y la guerra. El teniente Llorens estuvo en primera línea de fuego, realizó actividades de inteligencia, fue destinado más tarde al Ministerio de Defensa. Poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, salió para la República Dominicana, desde Saint-Nazaire, con otros 300 españoles, rumbo a Ciudad Trujillo, Santo Domingo.

Guillén conoció a Llorens cuando llegó a Princeton, recién doctorado, en 1953. "Se acababa de morir Einstein y Thomas Mann ya se había marchado a California. Pero los exiliados eminentísimos pululaban -procedentes de países como Hungría, Alemania o Italia- y en cualquier cafetería tropezabas con un premio Nobel".

Naufragio

"Era un hombre bueno don Vicente, un hombre bueno de verdad, y recto, más que arbitrariamente bondadoso. Y ahora me doy cuenta de que él y yo congeniamos enseguida, puesto que le ayudé a corregir las pruebas de Liberales y románticos, que salió en México el año 54. Su gran clásico, donde escribió: "Desde el punto de vista de la continuidad nacional, el destierro viene a ser, tanto política como literariamente, un naufragio del que se salvan con el tiempo pocos restos, y no siempre los mejores".

La frase de Llorens llevó a Guillén a reflexionar sobre la identidad cultural española del presente, sobre la discontinuidad que le acecha: "No son admisibles los tópicos cosméticos y tranquilizantes, la formidable trivialización que trae consigo, como harto sabemos, la cultura de la imagen y de los medios de comunicación", dijo. "Es cuestión de hallar un equilibrio entre las respuestas a los dos grandes problemas: el anacronismo de la cultura española y su discontinuidad".

Guillén concluyó: "Llorens conocía bien la mezquindad de los retornos. Lo estudiado y lo vivido coincidían a la perfección. Veía él que las obras de los grandes escritores desterrados no se recuperaban sino incompletamente. Le entristecían la privación de los mejores, la pérdida de lo mejor, por un lado, y, por otro, la persistencia de los defectos y modos más rancios y ordinarios de la sociedad española.

"Pero sin duda también entendía que no por no haber restaurado el pasado Alonso Quijano había existido en vano. Hasta el último día, señores, trabajó, escribió y se esforzó Llorens, como otros historiadores que asimismo merecen toda nuestra admiración, por contribuir a que se interiorizara entre los españoles la consciencia informada e inteligente de su vivir pretérito".

"Vicente Llorens evocaba la fuerza moral de una España 'noble y libre'. Yo agradezco la oportunidad de celebrar hoy su amistad y sobre todo lo que él era. No quiero ni debo olvidar su perfecta integridad personal, intelectual y política. Fue uno de esos españoles justos, cabales y justos, cuyo recuerdo justifica el orgullo y mantiene viva nuestra esperanza".

Claudio Guillén entra en el salón de actos de la Academia entre Carmen Iglesias y José Antonio Pascual.
Claudio Guillén entra en el salón de actos de la Academia entre Carmen Iglesias y José Antonio Pascual.LUIS MAGÁN
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