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Imre Kertész, superviviente del Holocausto, gana el Nobel de Literatura

Imre Kertész, superviviente de Auschwitz, obtiene el reconocimiento a su libertad y su testimonio

Testigo, superviviente y látigo hondo y tranquilo del Holocausto, el escritor húngaro Imre Kertész (Budapest, 1929) obtuvo ayer el Premio Nobel de Literatura 2002.

La Academia Sueca fundamentó su elección en que su obra 'enfrenta la frágil experiencia del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la historia'.

Pocas palabras para describir la inmensa tarea y el tremendo destino de este hombre sensible, inteligente y libre, que conoció a los 15 años el horror de los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, y que, a su vuelta a Hungría, en 1945, trabajó como periodista hasta que en 1951 fue represaliado y despedido del diario para el que trabajaba, declarado órgano del Partido Comunista.

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Jerusalén, Jerusalén
El surafricano John Maxwell Coetzee gana el Nobel de Literatura 2003

Desde 1953, Kertész ha vivido como un escritor independiente y un intelectual crítico, radicalmente valiente. Empezó escribiendo musicales y piezas para teatro más o menos alimenticias. Después, tradujo a Nietzsche, Freud, Hugo von Hofmannsthal, Canetti, Wittgenstein, Joseph Roth, Schnitzler, Tankred Dorst y otros muchos autores alemanes al húngaro.

Pero su prestigio es reflejo del expresivo vigor filosófico con el que mira la vida y la literatura. Sus novelas son una reflexión profunda sobre el destino y la falta del mismo, la libertad y la angustia de sobrevivir, sobre la incomprensible capacidad de adaptación del hombre a lo peor.

Muchos años después de Auschwitz, Kertész decidió enfrentar su dolor a base de literatura y de razón. Lo hizo mirando y contando sin rabia ('las lágrimas impiden ver claro', ha dicho alguna vez), con una elegancia, una suavidad y una lucidez que convierten a muchos de sus libros en cumbres literarias y humanísticas.

Entre todos, uno de ellos, Sin destino (editado en España por Plaza y Janés, Círculo de Lectores y El Acantilado), aparece como un brutal, irónico y despojado monumento a las víctimas del nazismo.

Kertész tardó más de 20 años en poner en orden su memoria y en decidirse a narrar el espanto cotidiano de los campos de Auschwitz, Buchenwald y Zeitz. Comenzó a escribir y lo hizo durante casi 10 años, quizá porque Sin destino no es una autobiografía, sino historia de una masa discriminada, 'gente a la que no sólo se le arrebató la vida, sino que también perdió toda ambición, todo destino, la razón, el deseo. Todo'.

Novela aparentemente sencilla y lineal, tan minuciosa y aséptica como emocionante, Sin destino colocó a Kertész entre los más importantes novelistas europeos: la crítica alemana no tardó en situarla a la altura de La montaña mágica, de Mann, y 1984, de Orwell.

Kertész es también autor de penetrantes ensayos como Un instante de silencio en el paredón, publicado en España por Herder, y de otras obras llenas de reflexión y humor negro, como Yo, otro: crónica del cambio (1997) o Kaddish por el hijo no nacido (1990), en la que relata la imposibilidad moral de un superviviente del genocidio para tener hijos

Está claro: Kertész no cree en absoluto en la sentencia de Adorno según la cual 'después de Auschwitz no es posible hacer literatura'. 'Es una frase gastada', dijo el año pasado durante una visita a Madrid,'y no muy lograda. Sólo puedo decir que escribo sobre el Holocausto porque ésa ha sido mi experiencia básica personal, pero que no sólo he escrito sobre eso. También me he ocupado de la dictadura estalinista, y de otras cosas que amplían la dimensión y la alejan del Holocausto. Aunque es verdad que Sin destino está muy nutrida de material autobiográfico, lo utilizo sólo de una forma literaria. György Köves -el joven protagonista- no soy yo. Pero la estructura del libro está creada por mí, igual que el lenguaje. Es un lenguaje raro, artificial. El que utilizaba la dictadura estalinista'.

La capacidad de Kertész para no dramatizar, para hablar del Holocausto desde una racionalidad aparentemente gélida, queda desmentida por su rostro amable, su sonrisa y su mirada amistosa. Él afirma que lleva 'las mismas heridas que ha sufrido cualquier persona que ha vivido bajo una dictadura'. Y, al juzgar las dos que él padeció, matiza: 'El estalinismo fue una experiencia distinta pero parecida al nazismo. Lo que pasa es que para los nazis yo era una persona de una raza que había que exterminar, mientras para los estalinistas era sólo una persona normal'.

'El nazismo sacaba a la luz los más bajos instintos del hombre, era la locura, la jauría desatada, el suicidio, la desesperación, el odio, la sinrazón. El estalinismo era, en cambio, la táctica como moral, la revolución convertida en sangre'.

Un signo más de independencia y rigor: Kertész tampoco ha transigido con lo que vino después de los totalitarismos, ha sido muy crítico con el capitalismo que triunfa en Europa del Este desde la caída del Muro de Berlín. 'Vivimos bajo un capitalismo rampante, salvaje: el de las democracias impuestas por Occidente. Cuando cayó el muro, los pueblos del Este ya no tenían confianza en el cambio, y no han podido llenar de vida ese cambio. Se han quedado sin destino. Por eso sigue habiendo dos Europas. Y paradójicamente el poscapitalismo cada vez se parece más al socialismo. Las multinacionales y los monopolios tratan de centralizar, y de paso uniformar a la sociedad. No sé si esto constituye un peligro concreto, pero lo mejor, me parece, es que cada uno guarde su vida privada lo mejor que pueda'.

Imre Kertész, ayer, en Berlín, después de conocer la noticia del Nobel.
Imre Kertész, ayer, en Berlín, después de conocer la noticia del Nobel.REUTERS
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