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FESTIVALES DE VERANO EN FRANCIA

La ópera del siglo XXI es posible

El 13 de marzo de 1998 se estrenó en Lyón la primera ópera de Peter Eötvös (Transilvania, 1944), una creación musical a partir de Tres hermanas, de Chéjov. Desde entonces se ha representado con éxito en 14 ciudades. Una de las puestas en escena (en Holanda y Hamburgo) es de Stanislas Nordey, que repite ahora en El balcón. Escogieron los dos el texto de Genet después de una larga peregrinación de posibilidades que les llevó de Conrad a Baricco.

Nordey ha insistido en la quintaesencia francesa de El balcón. Genet pensaba titularlo Espagne y más de una sombra de Buñuel rezuma por las esquinas. Es una obra escabrosa, ritual, enriquecedoramente ambigua, excesiva. Se desarrolla en un burdel de extrañas ceremonias ajeno a un mundo exterior donde avanza la revolución. No es que el texto aluda de forma directa a la música. De hecho, únicamente en el tercer cuadro hay una cita musical: la marcha nocturna de Chopin. La posible relación texto-música viene de las situaciones teatrales. La adaptación del texto teatral de Genet a libreto de ópera es de una fidelidad que asombra. Tan sólo un ligero cambio de orden entre dos escenas. La síntesis es magnífica. Lo que escribe Genet para el teatro se mantiene en la ópera. Eötvös ha cuidado, además, primorosamente que se entienda y para ello ha tenido en cuenta la tradición operística francesa, desde Carmen a Peleas y Melisande, y también la canción melódica del siglo XX: Brel, Montand.

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A pesar de todo, se sobretitula en francés, aunque la elaboración musical prima la inteligibilidad de las palabras. Las escenas que tienen lugar en las diferentes estancias del burdel incorporan cada una de ellas un músico a escena. Orquestalmente es una obra bien construida, con un eclecticismo en función de una comunicación sin sobresaltos. No existe una experimentación en primer grado, pero sí un conseguido concepto del ritmo en la progresión de las situaciones y también una dosificación melódica con influencias populares y cultas. El sonido grabado de las metralletas de las calles se pone en contraste con el universo cerrado del burdel, un universo en el que la música profundiza desde un distanciamiento elegante e irónico. Funciona.

Y, claro, está el Ensemble Intercontemporain, que lo borda. La puesta en escena no se recrea en lo sórdido. Al contrario. Elabora un mundo teatral y estético en el que los valores musicales se transfiguran y nos son devueltos como desde un espejo con una dimensión reflexiva. No es teatro realista y tampoco de ensoñación. Es un teatro de sugerencias, muy apropiado a la ópera cuando el texto tiene ya sus valores y su fuerza. Nordey hace un ejercicio de humildad en un despojamiento que, en última instancia, remite a Brook y su escuela. Se agradece esta contención.

Los cantantes-actores se integran en el espectáculo rozando la perfección. Todos, sin excepción, desde Hillary Summers, en el personaje de Irma, la madame del burdel, hasta la fascinante Morenike Fadayomi como Carmen. Con todo ello lo que al final permanece es la sensación de estar viendo ópera de otra manera muy diferente a lo habitual, con un protagonismo muy destacado del teatro o, si se prefiere, con un matizado equilibrio entre los valores textuales, teatrales, plásticos, vocales e instrumentales. No es poco. El balcón, de Peter Eötvös, demuestra que la ópera del siglo XXI es posible. Algunos compositores se niegan a utilizar la palabra ópera, por la carga histórica que tiene consigo. Lachemann define su Cerillera como 'música con imágenes'. En realidad, es una ópera como la copa de un pino. Una ópera que ha cosechado éxitos importantes últimamente como las de Saariaho, Eötvös o, en otro sentido, las de los santones Berio o Henze. El éxito de propuestas como éstas invalida el debate de que la ópera no tiene salida y no comunica con el público. La ópera sí tiene salida. Únicamente hay que encontrar el camino. Como lo ha encontrado Eötvös.

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