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Reportaje:

El polvorín asiático de Oldham

Pobreza, paro y marginación, detrás de los peores disturbios en el Reino Unido desde 1980

Oldham, al norte de Manchester, lame sus heridas: ventanas descuajeringadas, automóviles ennegrecidos, tiendas y bares destrozados, decenas de detenidos, policías heridos y gente asustada. Los disturbios de esta semana, los más graves en el Reino Unido desde 1980, han estallado en plena campaña electoral, poniendo de manifiesto la existencia de una brecha en la convivencia multiétnica.

Los llaman asiáticos -o pakis, en su forma despectiva-, representan el 12% de los 220.000 habitantes de Oldham. Llegaron tras la II Guerra Mundial, atraídos por las ofertas de trabajo de las fábricas textiles, pero ahora, con hijos y nietos nacidos en el Reino Unido, estas familias se enfrentan a una nueva realidad: el paro, pues la desaparición de la industria algodonera y la crisis económica de los noventa forzaron el cierre de los telares. La estadística es demoledora: el 40% de los jóvenes asiáticos está sin empleo, una cifra cinco veces superior a la de la mayoría blanca.

'La policía es racista, los medios de comunicación son racistas, y nosotros no tenemos oportunidades', dicen los paquistaníes
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'Los actuales guetos se formaron en los años de mayor demanda laboral. Las empresas querían tenerlos cerca de los centros de trabajo; ahora, ese hacinamiento se ha convertido en el principal obstáculo, que dificulta la integración', asegura Virinder Kalra, de origen sij, experto en minorías y profesor de Sociología de la Universidad de Manchester. 'Oldham es quizá el peor ejemplo de integración social del Reino Unido', dice Duncan Scott, especialista en política social: 'Los problemas allí no son étnicos, sino de clase, y en los que han tenido un impacto devastador la campaña electoral, los comentarios del líder conservador sobre inmigración y la presencia en la zona del Frente Nacional'.

En la verdulería Hussein de la calle de Waterloo, en pleno barrio de la minoría paquistaní, dos hermanos colocan su mercancía en cajas: naranjas de Pakistán, melocotones y sandías de España, ajos de Argentina... 'La policía de Oldham es racista, los medios de comunicación son racistas y nosotros no tenemos oportunidades; con igual o mejor preparación, siempre dan el trabajo a un blanco', dicen.

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El jefe superior de la policía de la zona, Eric Hewitt, niega las acusaciones y defiende su criticado informe, en el que se dice que los asiáticos cometen el 60% de los delitos en Oldham. 'Esos datos', sostiene Scott, 'no se corresponden con la realidad nacional'. Qasam Sher, residente de Oldham y de origen paquistaní, se agita furioso en una silla. 'Las cifras están falseadas porque nosotros no denunciamos todos los delitos. Si nos rompen una ventana, la policía tarda horas y nunca detienen a nadie. No confiamos en ella'.

Kalra, que ha estudiado el caso de Oldham, afirma: 'Más de la mitad de los oficiales de policía en esa zona son racistas y su jefe carece del tacto necesario'. El informe McPherson, publicado en 1999 por encargo del Gobierno para investigar una negligente investigación en el asesinato de un joven negro en Londres, es concluyente: existe racismo policial.

Hewitt está de acuerdo con los expertos en la cuestión de la pobreza: los barrios bangladeshíes de Werneth y Westwood (inmigrantes llegados en los años setenta) y en el paquistaní de Glodwick 'se hallan por debajo de la media de pobreza nacional', un hecho que, unido al paro, los convierte, a juicio del jefe de la policía de Oldham, 'en un polvorín'.

La cerilla fue la presencia del Frente Nacional, un grupúsculo neonazi que se presenta en algunas circunscripciones en las elecciones del día 7 de junio. 'Llegaron unos 50 cabezas rapadas, pero con la ley en la mano no podemos prohibirles pisar la calle', dice Hewitt.

Un incidente menor, una pelea entre un muchacho asiático y un blanco en Salford Road, frente a la tienda de comida rápida Good Taste Chip, desató la tormenta: amigos del chico blanco acudieron en su socorro y rompieron un par de cristales de casas asiáticas. En Waterloo Road prendió el rumor de que el ataque era a gran escala y obra del Frente Nacional. Un millar de jóvenes asiáticos tomaron Glodwick Road, atacaron el pub Live and Let Live al sospechar que en él se refugiaban los neonazis -algo que niega Paul Barrow, su propietario- y se enfrentaron a la policía con cócteles mólotov.

'La policía ayuda al Frente Nacional; el propio Hewitt es simpatizante de los neonazis', murmura la gente en Waterloo Road. 'Cuando la barrera de antidisturbios nos impidió el paso, agentes nos lanzaron sus perros e insultaron: '¡Negros, hijos de puta; fuera de aquí!'. Por eso, la gente se volvió loca'. 'No es importante si es cierto que Hewitt es un neonazi', dice Kalra, 'lo importante es que ellos están convencidos de que es verdad'.

La presencia el pasado fin de semana de neonazis llegados de Londres fue visible para todos, incluso en los barrios habitados por blancos. Barbara y Brenda, dos viejecitas del Salvation Army, regentan una tienda de ropa pasada de moda. Pese a que una turba de jóvenes asiáticos les rompieron los cristales, mantienen la calma. 'Tengo vecinos paquistaníes y me llevo bien con ellos; la relación personal es estupenda. Todo ha sido culpa del Frente Nacional', dice Barbara. Brenda asiente y niega que existan zonas prohibidas para el blanco, tal y como tituló la prensa sensacionalista británica. En Queens Road, una de esas zonas restringidas, viven paquistaníes y blancos sin aparente quebranto social.

'Los medios de comunicación han desempeñado un papel terrible', asegura Foyaz Alí. 'El Oldham Chronicle no escribe sobre los problemas de la comunidad; sólo publica los delitos cometidos contra blancos'. El último caso es el de Walter Chamberlain, un pensionista de 76 años, veterano de la II Guerra Mundial, atacado hace unas semanas por bangladeshíes. El Chronicle, con alarde tipográfico, publicó tres portadas consecutivas apoyando la tesis oficial de la policía: un ataque racista, idea rechazada por la familia Chamberlain.

'Nuestra información fue objetiva. A un pensionista asiático también le hubiéramos dado tres portadas', dice una reportera del diario de Oldham, que exige no ser identificada. Farkuk, un paquistaní, exclama: '¡Falso, el asiático tendría media columna!'. El pasado domingo, tres bangladeshíes lanzaron una bomba incendiaria contra el Chronicle. No hubo heridos.

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