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Columna
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En el país de Oz

Por corta que resulte la entrega de los oscars (y la del lunes comparativamente lo fue), nunca falta el amigo que, a la mañana siguiente, se queja de que le pareció interminable y que, después de lamentar que se trate de un mero asunto de negocios, añada que sería de agradecer que no entregaran tanto premio a candidatos poco glamourosos: técnicos, documentalistas, guionistas, etcétera; es decir, aquellos que hacen que el negocio alcance a veces la cualidad de arte.

Como hace mucho tiempo que he dejado de racionalizar aquello que me proporciona placer, cada marzo me acerco a la retransmisión con el espíritu de quien va a encontrarse con un viejo sueño en el país de Oz porque, dado que esto es entertainment, en cualquier instante puede brillar el arco iris, a lo largo de la prolija pero necesaria ceremonia.

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Y ahí lo tienen: ¡Russell Crowe lucía condecoración! A juzgar por el tamaño, debió de concedérsela Meg Ryan poco antes de romper. Otro momento rainbow: cuando Julia Roberts se pisó el traje de ceremonia como si fuera a amadrinar la boda de su mejor amigo, y su mejor novio acudió en su ayuda. Todas las cenicientas y los patitos feos aplaudimos a la pretty winner, y eso que yo aún estaba abanicándome para reponerme de la impresión de ver a Björk envuelta en un cisne muerto, por muy de fantasía que fuera. Será una costumbre islandesa, pero a su lado Juliette Binoche, que vestía como la tía de Gigi arreglada para recibir a Luis Mariano, me pareció sobria.

Los sobrios por antonomasia de esta ceremonia son siempre Ed Harris y Amy Madigan, que tienen carácter incluso cuando él pierde (es decir, ya van tres veces), y la más ordinaria, pero estupendamente ordinaria, fue este año Catherine Zeta-Jones, que cuando dejen de adelgazarla va a ser el mejor actor de carácter de la familia Douglas, después de Kirk. Tiene un brío espléndido, esa chica, y no sólo para los contratos y los zafiros, que también.

Siguiendo con momentos especiales: ¿qué me dicen de los planos, cualquier plano, de Frances MacDormand? ¡Y esa Marcia Gay Harden, tan merecido Oscar a la mejor actriz de reparto! Joaquin Phoenix sigue pareciéndome una incógnita: nunca sé si va a levantarse o se va a sentar, si está de pie o sentado. Tremenda cara puso cuando Crowe le comentó algo, señalando al escenario con el pulgar hacia arriba (tipo emperador Comodus, cuando el indulto), mientras el escenario estaba ocupado por su ex perseguida Penélope Cruz, vestida de la española cuando besa en versión Ralph Lauren.

Por lo demás, los nervios mantuvieron a Crowe tenso como la hoja de un cuchillo (a mí, verle, me entontece las metáforas) e incluso le llevaron a aplaudirse a sí mismo cuando se presentó su candidatura, error que nuestro Javier Bardem no cometió en ningún momento (Ed Harris, sí: nadie es perfecto), y que ahora no recuerdo si Benicio del Toro incurrió en ello, porque, mirándole, sólo tuve resuello para decirme que es el hombre con cara de haber salido de la cama que mejor luce incluso cuando no ha salido de la cama y, obviamente, va de esmoquin.

El hito más triste de cada ceremonia se produce cuando se evoca a los hombres y mujeres de cine fallecidos durante el último año. Estremece pensar no sólo que ya no están, sino que estuvieron. E incluso que, habiendo estado, se les olvidó. Alec Guinness, Claire Trevor, Vittorio Gassman, Jean Peters, Walter Matthau, entre muchos otros.

Quizá se nos olvidan porque sabemos que quedan en su cine, y justo cuando este pensamiento va a arruinarme la noche y casi aúllo, aparece Jennifer López soberbiamente amueblada de gris con unos pendientes tamaño capilla sixtina que hacen olvidar cualquier otra cosa de similar tamaño que la chica pueda tener asegurada por un millón o algo así de dólares.

La nostalgia y quizá el dolor por la hermosura recibida llegaron de nuevo de la mano de Ernest Lehman, octogenario guionista de Sabrina, Con la muerte en los talones, West side story y Marcado por el odio, entre otras muchas obras maestras. Dijo el anciano algo muy cierto: 'Recuerden que siempre una producción cinematográfica empieza y termina con un guión'. Y, de paso, tras saludar a su actual esposa, recordó a su anterior esposa muerta, cosa que no hizo Dino de Laurentiis, el legendario productor homenajeado con el Irvin Thalberg, quien debe sus primeros éxitos a su primera cónyuge, la inolvidable, para muchos otros, Silvana Mangano.

Y Russell Crowe, como si le hablara a Javier Bardem, infundió esperanzas a quienes, desde 'cualquier suburbio del mundo', sueñan con llegar a donde él estaba: el sueño puede cumplirse.

Ahora iba yo a soltar el moco, pero hete aquí que apareció el hijo de Espartaco para darle el Oscar a Gladiator como mejor película. Y salí de Oz. Hasta el año que viene.

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