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CRÓNICAS
Columna
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El tamaño de la ausencia

Juan Cruz

Unos días antes de ser asesinado por ETA en su despacho de la Universidad Autónoma de Madrid, el catedrático Francisco Tomás y Valiente se expresaba con sorpresa, modestia y melancolía democrática sobre los ataques furibundos que recibía su persona desde las trincheras de los que entonces aspiraban no sólo al poder, sino a todo el poder.

Él era un hombre verdaderamente humilde y, por lo tanto, no pensaba que fuera él mismo el objeto principal de aquella ceremonia que le apuntaba desde órganos impresos muy concretos como aval espurio de la etapa socialista que estaba terminando. Aquel clima es inolvidable: partió a este país en dos, al menos desde 1993; Tomás y Valiente afrontaba ese hecho como uno de los grandes fracasos de la democracia, quiso imponer la cordura de su razonamiento frente al fundamentalismo y reclamó respeto para las personas, las instituciones y los partidos, y quiso limitar, con sus palabras, el desatino de los que insultaban para ganar y para sobresalir.

De eso hace ya bastante tiempo, pero los efectos sociales, culturales y políticos de aquella escandalera están a la vista de todos en un país en el que la discusión colectiva ha perdido peso moral, la cultura se dirime entre chismes, premios y castigos y la política es un chalaneo entre administrados temerosos y administradores únicos. Claro, frente a esa miseria que se advierte como una especie de bola viscosa que procede de las nieves sucias de antaño, de las viejas, monstruosas, montañas nevadas, se alzan precisamente ejemplos como el que supuso para la España de aquellos años ruidosos Francisco Tomás y Valiente. El profesor no era sólo un teórico del Derecho, un ciudadano entre libros, y claro que por eso lo mataron los asesinos de ETA hizo el 14 de febrero cinco años; era un maestro, como recordaba Antonio Muñoz Molina en su homenaje, 'imprescindible en un país donde ni las leyes ni el Estado tienen mucho prestigio y donde la pillería con frecuencia recibe más aprecio que la rectitud'. Justo eso fue lo que pasó: los pillos le persiguieron, denigraron su figura moral para hacerla inservible, con el objeto penúltimo de decretar su desprestigio civil y, finalmente, de hacer desaparecer sus opiniones en un territorio que querían armónico y, unánime, olvidadizo.

No fue el único que recibió ese trato, claro, fue un clima muy bien diseñado, se fabricaba por tierra, mar y aire, tenía sus cómplices mediáticos muy bien pertrechados, aún están hoy ahí, felices de haber conspirado, disfrutando de su amarga victoria; pero él provenía de instancias muy importantes del Estado, estaba a orillas del Estado, y entonces no importaban nada estos hombres de Estado, había que irles quitando aliento para abrir el camino que siguió, había que hacerlos inservibles.

Por eso hoy es tan necesario, porque aquello es inolvidable, sigue teniendo efectos, y él mismo, su ejemplo, resulta imprescindible; y por eso se juntaron el 14 de febrero en Fuenlabrada juristas como Peces-Barba o Cruz Villalón; escritores como Muñoz Molina o Cebrián; políticos como Felipe González o Ruiz Gallardón; y el propio hijo del catedrático asesinado, el periodista Francisco Tomás y Valiente. Fue un acto al que la periodista Concha García Campoy dio el tono de un sobrio homenaje universitario y en el que se percibió el clima de reivindicación democrática que ahora parece otra vez reclamar aulas atestadas de públicos perplejos por la ausencia de compromiso en una sociedad cansada. Había gente de todas partes, no había en el público ni famosos ni buscadores de fotos, y se respiraba allí, en medio de un silencio denso, repleto de memoria, el tamaño enorme de la ausencia. Felipe González, que habló con la rabia interior que sin duda le proviene también de aquellos años, dijo algo tremendo: la palabra no mata, pero hay palabras que van diciendo 'apunten, fuego'; los ataques que recibió en vida Tomás y Valiente sólo cesaron, recordó González, cuando murió el profesor. Aquel que recibió Tomás y Valiente fue un ataque devastador, fue víctima de 'una infame cacería' por parte de 'mercenarios de la pluma' que persiguieron su muerte civil.

Ruiz Gallardón recordó, en su intervención, algo que el hijo de Tomás y Valiente dijo al final de la manifestación que marcó el homenaje póstumo que Madrid le rindió a su padre: 'Somos más y somos mejores'. Que esa multitud no pierda la memoria.

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