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Reportaje:

A premio limpio

El jurado del Lengua de Trapo desecha a los cinco finalistas y saca de la papelera una novela de 700 páginas que llegó en una caja rara

El mundo literario no da crédito todavía a lo ocurrido el jueves. Jamás se vio cosa semejante. Y encima el responsable máximo, Enrique Vila-Matas, resume lo sucedido canturreando una canción de Karina: 'No somos ni Romeo ni Julieta, no somos el jurado del Cervantes...'.

La historia de este atrevimiento es, en apariencia, simple, media columna en un periódico, quizás un breve. Un premio más, uno de los miles que pueblan las letras hispanas, dotado con un parco millón de pesetas pues no tiene ayuntamiento, ministerio o grupo editorial que haga más golosa la dotación y más ancha la gloria, se falla el jueves en Madrid.

El breve diría así: 'El II Premio Casa de América de Narrativa Americana Innovadora, dotado con un millón de pesetas, ha sido ganado por (un tal) Tulio Stella, de 56 años, argentino. Su novela, La familia Fortuna, fue calificada por el jurado como 'una obra combinatoria' que 'consta de siete novelas independientes que pueden leerse en el orden que se desee'.

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Lo que el breve no diría es que nadie conoce a Stella, y que esas siete novelas que son una en realidad suman un total de 700 páginas. Todo un tocho para estos tiempos sin tiempo, y todo un reto para Ediciones Lengua de Trapo, la pequeña e inquieta editorial que coorganiza el premio, fundada hace cinco años por José Huerta, cuya media de libros anuales es de... 27.

Pero así son las cosas cuando uno elige un jurado que se lee las obras que debe juzgar. O eso dice Javier Azpeitia, subdirector de la editorial, que explica que al premio se presentaron más de 200 originales, que un equipo de lectura formado por ocho miembros hizo una primera criba, que quedaron 40 para una segunda lectura y que cinco elegidos llegaron por fin a manos del jurado.

Hasta ahí, todo normal. Pero los finalistas tuvieron mala suerte: el jurado es un grupo de románticos, gente de otra época, o quizá de otro planeta, apasionada por los libros, y tan honrada como para no limitarse a premiar 'al mejor de los medianos', según dice el presidente, Enrique Vila-Matas.

Secundándole religiosamente (o no: la final quedó 4 a 1) estaban con él Ana López Alonso (jefa de Comunicación de Casa de América), los escritores Juan Villoro (México) y Héctor Abad (Colombia) y el profesor de Literatura de la Universidad Autónoma de Madrid Eduardo Becerra.

'Había calidad entre los finalistas, pero ninguno nos entusiasmaba lo suficiente', afirma Villoro. 'Queríamos dar un premio con fervor y convicción total',

El autor mexicano, que llegó en avión el domingo, y Héctor Abad, que ya estaba aquí, se recuerdan yendo el lunes a Casa de América y teniendo esta 'triste conversación' mirándose a las caras.

-Ninguno de los cinco me provoca suficiente -dice Villoro.

-A mí tampoco -responde Abad, ganador del año pasado con Basura.

-¿Y qué hacemos?

-Pues llamar a Vila-Matas, que para eso es el presidente.

Vila-Matas estaba exento de la primera reunión del jurado 'por exceso de trabajo'. Pero él también ha leído a los cinco finalistas. Por teléfono, está de acuerdo: ninguno le convence.

Abad, Becerra, López y Villoro hablan con la editorial y sueltan la noticia. '¿No tenéis algo más por ahí, entre los originales que desechásteis?'.

Es martes, y en Lengua de Trapo cunde el pánico, pero tampoco mucho. Se ponen a buscar los informes de los 40 que pasaron a la semifinal, van al archivo y suben todos los que pueden. Los jurados se ponen a leer, día y noche. 'La vida me parece muy triste sin manuscritos', rememora ahora Villoro. 'Soy un reo de la familia Fortuna. Y tengo síndrome de abstinencia. Dictamino personas y saludo a originales'.

Entre éstos hay una gran caja de cartón, bien diseñada y un tanto extraña. Contiene siete paquetes de folios, unas 700 páginas, siete novelas en una. 'Cuando las vi, tuve la esperanza de que fueran malísimas para poder descartarlas de inmediato', agrega Villoro, 'pero desde la primera página supe que era una lectura atrapadora'.

Vila-Matas adelanta su viaje y se une a los demás. Es ya miércoles, faltan 24 horas y se ha abierto la caja de Pandora. 'Entonces se produce la vuelta al colegio', explica. 'Los cinco del jurado, sentados en silencio en Casa de América, leyendo y quitándonos los trozos de una novela que no es perfecta pero que es radicalmente moderna y tiene de todo: ciudades, muchos personajes, muchos barcos, muchas referencias culturales cruzadas'.

'Es una especie de Rayuela', añade Eduardo Becerra, 'llena de riesgo, esfuerzo, diversidad, tonos, temas y voces narrativas'.

El jurado discute. Mucho. Las dudas son razonables. ¿Qué estamos valorando, el mérito literario o la comercialidad? Sí, bueno, pero, ¿cómo dar el premio a este invendible tomazo?

La editorial da vía libre. 'Lo que ustedes decidan', dice Azpeitia. Gana la literatura.

Es jueves a mediodía. Vila-Matas llama a Buenos Aires. El autor se queda mudo de estupor. Ayer, Tulio Stella había recuperado el habla. Cuenta que La familia Fortuna ha sido presentada cuatro veces a premios y editoriales, siempre sin éxito. 'Aunque una vez me llamaron para decirme que era tan buena como imposible de publicar. Era muy larga y a mí no me conocía nadie'.

Autor teatral y de algún ensayo, Stella tardó ocho años en escribir su obra magna: de 1992 a 1999. Pero escribe desde siempre. En 1971, dice, fue finalista del Premio Barral.

El origen de La familia Fortuna es una noticia publicada en un diario argentino en los años duros de la dictadura: una familia que celebraba una boda ve cómo una bomba explota en la puerta de su casa. Hoy, la editorial piensa seriamente en vender la obra tal como llegó. Con caja y todo.

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