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Ghana cierra en las urnas una era de 19 años de poder militar

Uno de los políticos clave de África en los 20 últimos años, el ex capitán Jerry Rawlings, se retira de la presidencia de Ghana; le obliga la nueva Constitución, que sólo permite dos mandatos. Desde su segundo golpe de Estado, en 1981, ha sido dictador, primero, y presidente, después. La segunda vuelta de las elecciones celebradas ayer, y a la que estaban convocados más de 10 millones de ciudadanos, debe elegir su sucesor. Dos son los candidatos, el vicepresidente y hombre designado por Rawlings, John Evans Atta Mills, de 56 años, y John Agyekum Kufuor, de 61, líder del Nuevo Partido Patriótico, el principal de la oposición.Kufuor, tras su derrota en las elecciones de 1996, puede dar la gran sorpresa ahora; ya venció, por estrecho margen, en la primera vuelta del 7 de diciembre, y ahora dispone del apoyo de los candidatos que retiraron su candidatura. El propio Kufuor, un economista educado en Oxford, asegura que la clave estará en la participación, sobre todo en las ciudades. En la primera vuelta votó el 60% del censo, pero el largo puente festivo del final de año puede ser decisivo ahora. Los resultados finales no se conocerán hasta el domingo.

Ambos candidatos tienen algo en común: su falta de carisma; profesan la religión católica y sus vicepresidentes, la musulmana, para mantener el equilibrio. Mills se presenta como el continuador del legado económico de Rawlings, y Kufuor, como el hombre de la verdadera democratización.

Rawlings, que gobernó con puño de hierro en los primeros años tras el golpe de 1981, es un hombre con un sexto sentido político y una innata capacidad de supervivencia. Llegó al poder por primera vez en 1979, fusiló a casi todo el generalato y a varios ministros acusados de corrupción, organizó unas elecciones en tres meses y devolvió el poder a los civiles. Dos años después, descontento con la gestión del presidente Limann, dio otro golpe de Estado. Rawlings, izquierdista y revolucionario en 1979, superó la caída del muro de Berlín, cultivó su amistad con Gaddafi, lubricó su populismo y antiimperialismo, y siguió al pie de la letra menuda los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

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