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La socialización de Naciones Unidas

Andrés Ortega

La foto de familia resultó concurrida: 150 mandatarios del mundo entero en la Cumbre del Milenio de una ONU que cuenta ya con 189 Estados miembros, es decir casi tres veces más que cincuenta años atrás. Éste es un aspecto de la socialización de la ONU, de la mano de la universalización de la forma estatal -la exportación occidental de mayor éxito-. La supervivencia de la organización puede resultar sorprendente pero lo mismo ha ocurrido con tantas otras surgidas de la II Guerra Mundial. En Nueva York se han planteado muchas reformas de la ONU, pero nadie ha pedido su desaparición, pues hoy hace falta más ONU, pero no menos; en todo caso otra ONU. Pese a sus múltiples carencias e indudables fracasos, que los ha habido -el último en Timor Oriental, de donde ha retirado su personal ante los ataques de las milicias proindonesias-, la década que termina ha sido la mejor para la ONU y su galaxia de organizaciones subordinadas.Pero hay otro aspecto de la socialización de la ONU que está impulsando su secretario general, Kofi Annan, para adaptarla a los tiempos que corren de las globalizaciones y la profusión de actores en la escena internacional, mal llamada de este modo, pues no se limita a los Estados o naciones, sino que incluye ahora a empresas y ONG. Annan ha lanzado el proyecto de Global Compact, Pacto Global, de la ONU con una cincuentena de grandes empresas, ONG y organizaciones sindicales, para aplicar códigos de conducta en materia de respeto de los derechos humanos, las normas de empleo (tras las críticas, por ejemplo, al trabajo infantil), o de medio ambiente. La primera reunión se celebró a finales de julio. Participan desde Nike a DaimlerChrysler, pasando por Aministía Internacional, en lo que Annan ve como una nueva forma de "democracia participativa", esta vez supernacional. Sin embargo, algunas ONG han criticado tal paso que consideran puede legitimar a algunas empresas con prácticas en entredicho.

La presencia supernacional de empresas no es algo nuevo. Está, de una forma u otra (como impulsores o como instrumentos) detrás de una buena parte de los colonialismos de los siglos XIX y XX, y, por ejemplo a través del comercio de diamantes, detrás de muchas de las guerras centroafricanas de los últimos tiempos. Pero la participación de empresas de enorme peso se hace necesaria cuando el valor bursátil de las diez mayores multinacionales del mundo supera al PIB sumado de 150 de los 189 Estados de la ONU.

¿Van a llevar estas tendencias a una privatización de la vida supernacional? No necesariamente. Los Estados tienden a perder poder frente a estos macroentes, aunque no de forma directa ni automática. Las empresas, como señala Nick Butler (Companies in International Relations, en Survival, verano de 2000), no buscan reemplazar al Estado, o, cabe añadir, a un sistema de Estados internacional, pues los necesitan para funcionar. La globalización no puede ser simplemente anarquía.

En algunos aspectos las grandes empresas se empiezan a tratar entre sí como si fueran Estados, aplicando en sus relaciones mutuas estrategias que se asemejan a las de la diplomacia en cuanto a defensa de intereses y tomas de posiciones. Más bien lo que se apunta es la necesidad de una nueva relación entre lo público y lo privado a nivel internacional. Kofi Annan parece diseñar así una tercera vía para la socialización de la ONU; para convertirla en algo más que una asamblea de Estados: en una organización y sistema con peso y valor propios, aún más que antes elemento esencial de gobernabilidad y de generación de una conciencia universal.

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