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Dos trayectorias opuestas y un riesgo compartido

Kim Dae-jung, el presidente surcoreano, y Kim Jong-il, el líder norcoreano, apenas tienen nada en común, pero, al estrecharse la mano hoy en Pyongyang, empezarán a compartir algunos riesgos. Kim Dae-jung, de 76 años, ha sido toda su vida un disidente al que los regímenes militares encarcelaron, secuestraron e intentaron asesinar hasta que en 1985 recuperó sus derechos y 12 años después ganó las elecciones presidenciales. Su homólogo norcoreano, de 58 años, ha hecho toda su carrera a la sombra de su padre, el eterno presidente Kim Il-sung, que le dejó el poder en herencia cuando falleció en 1994. Fue la primera sucesión dinástica en un régimen comunista. Kim Dae-jung anunció, cuando llegó a la presidencia, que practicaría la política de la mano tendida, la llamó "política del amanecer", hacia Kim Jong-il, pero éste tardó más de dos años en corresponderle pese a que su padre ya había aceptado la idea de celebrar una cumbre.

El presidente surcoreano es un ferviente católico que, poco antes de ser secuestrado en Tokio en 1973 por el contraespionaje militar de su país, vio en sueños a Jesucristo que le salvaba de ser tirado al mar con los ojos vendados y atado a una piedra. Ésa era la intención de sus cancerberos, pero las presiones de Washington les impidieron concluir su tarea.

Refugiado en Rusia

Kim Jong-il nunca ha tenido visiones, pero sus propagandistas sí han intentado endiosarle. Han reescrito su biografía para que su lugar de nacimiento esté en Corea y no en un campamento de refugiados en Rusia. Y cada vez que ocupa un nuevo cargo se producen fenómenos sobrenaturales: hay árboles frutales que florecen antes de tiempo o puestas de sol a deshora que iluminan la montaña sagrada de Pektu.

Con su encuentro de hoy, el disidente demócrata y el heredero comunista no van a sentar las bases de la reunificación de una península dividida entre sistemas enfrentados, pero sí hacen una apuesta que si sale mal comporta riesgos. Para Kim Dae-yung, que no posee la mayoría parlamentaria, el fracaso de su política de mano tendida puede suponerle muchos disgustos en un Parlamento dominado por la oposición. Sólo un partido, el Gran Partido Nacional, se ha negado a formar parte de la delegación que viaja a Pyongyang.

Pese a la mano de hierro con la que gobierna el Norte, Kim Jong-il también corre algún riesgo, el de hacer añicos uno de los pilares de su propaganda que ha repetido hasta la saciedad: que los dirigentes surcoreanos son "meras marionetas en manos del imperialismo americano". Y, sin embargo, va a estrechar la mano de la primera marioneta.

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