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Trampa mortal para los soldados de la paz

Berna González Harbour

Los conflictos que ahora estallan en el mundo han puesto sobre el mapa un gran problema para la ONU, la Cruz Roja y aquellos organismos que realizan misiones humanitarias en zonas de riesgo. Frente a los viejos conflictos que cumplían los patrones de la guerra fría, hoy, en lugares como Sierra Leona o Sudán, ya no sólo hay un ejército y una guerrilla, como en antes, sino bandas, ladrones y golpistas que pactan o rompen con la misma facilidad. Por eso, equivocarse de camino en medio de la selva, sobrevolar un campamento rebelde o llevar la contraria a una facción puede ser error fatal. El secuestro este mes de 500 cascos azules en Sierra Leona ha alimentado una nefasta imagen de vulnerabilidad en las filas de la ONU, golpeada en los últimos años por decenas de secuestros, ataques y atentados."En los sesenta y setenta eran conflictos convencionales. Pero desde la caída del muro [de Berlín] todo ha cambiado, hay multiplicidad de conflictos distintos y los límites son difíciles de distinguir", cuenta desde Ginebra Juan Martínez, responsable para África del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Hoy, por ejemplo, cuenta Martínez, los combatientes ya no respetan emblemas como la histórica Cruz Roja. "Ya no se puede ir por ahí diciendo: 'Soy de la Cruz Roja, déjeme pasar'. Si te encuentras en la selva con unos rebeldes del RUF , unos tíos drogados, lo puedes pasar muy, muy mal".

Por ello, organismos como el Programa Mundial de Alimentos (PAM), el CICR o las misiones de paz de la ONU han puesto en marcha cursos de formación para sus empleados, mucho más específicos que las generalidades que antes enseñaban a los que iban a una misión: desde entrenamiento para montar un puesto de control hasta nociones sobre minas, armas, preparación psicológica y, sobre todo, conocer el contexto del lugar.

El problema ha adquirido tal dimensión que el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió recientemente para debatirlo. Aún no había ocurrido el secuestro de 500 cascos azules en Sierra Leona -hoy todos liberados-, pero ataques mortíferos como el que sufrieron dos aviones de la ONU en Angola (23 muertos), secuestros, asesinatos, robos o detenciones en otras zonas han extendido un nuevo temor en sus filas. "Presenciamos el testimonio de un ex guerrillero de UNITA que declaró que el derribo de los aviones fue premeditado", dijo el representante de Nueva Zelanda en esa reunión. "La destrucción premeditada de esos aviones fue uno de los delitos más flagrantes de que se tiene noticia contra la ONU y su personal".

El resultado es que más de 800 miembros de la ONU han muerto en los noventa, frente a los 205 de los ochenta. Desde 1994 ha habido 59 secuestros, que han afectado a 228 miembros de la ONU. Sólo en 1999 ha habido 292 robos, asaltos o violaciones. Cruz Roja, por su parte, ha perdido a 26 de sus miembros en los últimos cinco años.

No son buenos tiempos para la ONU, en un momento en que intenta levantarse de una pasividad que estrenó letalmente ante el genocidio de Ruanda de 1994, que dejó entre uno y dos millones de muertos. Aquella pasividad fue hija del desastre de la operación humanitaria que la ONU había emprendido antes en Somalia, en 1992, y que fue dramáticamente clausurada después de que murieran 157 cascos azules. Y estuvo alimentada durante años por la negativa de EEUU a pagar sus cuotas. A finales de 1999, el secretario general, Kofi Annan, cambió la tendencia y logró la aprobación de nuevas misiones de paz como la de Sierra Leona, Timor Oriental, Kosovo y la República Democrática del Congo. Hoy hay 31.324 cascos azules en 15 misiones de paz, frente a los 14.000 de 1998.

Pero la cifra de víctimas también crece, así como las críticas ante un despliegue grande, pero escasamente armado y peor coordinado. "La ONU envía a trabajadores humanitarios desarmados allí donde no se atreve a mandar tropas", dijo un alto cargo del PAM en la reciente reunión del Consejo de Seguridad.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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