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Paisaje después de la batalla JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO

La cultura ha sido la gran ausente de la silenciosa batalla librada en las últimas elecciones generales. Las referencias o citas en programas de gobierno, mítines políticos o análisis previos en medios de comunicación han sido mínimas, con lo que no es de extrañar que el aislado debate planteado por José María Calleja en CNN+, entre responsables culturales del PP y del PSOE, resultase tan bienintencionado como descafeinado y, en cualquier caso, al margen de los problemas de fondo. Cuesta aceptar la indiferencia de la clase política hacia los valores culturales, y más aún con los datos suministrados por un estudio de la SGAE en el que se evidencia el desinterés creciente de los ciudadanos por algo tan elemental como leer un libro, ir al cine o asistir a un concierto. La cultura no vende, parece, y seguramente por ello las formaciones políticas le vuelven la cara. Es un hecho clarificador de los muchos que revolotean en el aire en la resaca del proceso electoral.La cultura no vende, qué perplejidad. Uno de los frutos -positivos, sin duda- que han dejado los resultados del 12-M ha sido la invitación hacia una mirada reflexiva sobre la realidad actual, la comprobación de dónde estamos y por qué. Algunos tópicos se han derrumbado. El del racismo, por ejemplo. Basta con echar un vistazo a los resultados de las urnas en El Ejido. Los españoles no son como se pensaba. En todo este batiburrillo de incertidumbres sorprende que en las lamentaciones de futuro de la izquierda se especule con temor sobre los problemas derivados de la planificación de la sanidad o de la educación por la derecha y, sin embargo, no se preste casi atención a los derivados de la cultura. Y es extraño que no se contemplen en su debida dimensión los resultados electorales como una consecuencia de cambios en los reflejos de la cultura cotidiana, que están llevando a un predominio de valores economicistas, tecnológicos, desideologizados o individualistas, valores que reflejan de una forma meridiana una aspiración de vivir y de aproximación al conocimiento muy diferentes a los que se tenían por ideales hasta hace poco tiempo.

La idea de revisarlo todo, la atención preferente a las dudas sobre las certezas se ha convertido en uno de los regalos que inesperadamente han dejado estas elecciones. ¿Estará la cultura condenada a ser un entretenimiento decorativo para ratos de ocio o seguirá siendo uno de los motores del pensamiento? ¿Se va hacia una sociedad donde la cultura entendida al modo tradicional únicamente cabe de modo marginal? O, bajando al ruedo de lo inmediato, ¿cómo pueden evolucionar el teatro, el cine o la música en la época de Internet y los audiovisuales de gran alcance? Los interrogantes se suceden y a ellos se une el desconocimiento sobre las intenciones del PP al respecto.

Félix de Azúa animaba ayer en este periódico a refugiarse en estímulos culturales mientras se va asimilando la nueva situación política. Él daba ejemplo acogiéndose al cine de Víctor Erice. No es mala idea el reencuentro con las raíces para acompañar un proceso de meditación. Continuando el juego, en el campo musical hay durante estos días varias propuestas de lo más atractivo. El encantador grupo de Antonio Florio y la Capilla de Turchini está en gira por España y todavía se les puede ver y escuchar en Jerez, Zaragoza, Palma de Mallorca, Bilbao y Salamanca con su fascinante programa de ópera bufa napolitana. En el Liceo de Barcelona se representa a partir del sábado Lohengrin, de Wagner, con la discutida y premiada puesta en escena de Peter Konwitschny, ambientada en una escuela, que, con seguridad, levantará una fuerte división de opiniones. Entre paréntesis, también el sábado se celebra el centenario del nacimiento de la soprano gallega Ofelia Nieto, que, curiosamente, debutó en La Scala como Elsa de Lohengrin cuando tenía 26 años, dentro de una breve y apasionante carrera (murió nada más cumplir 31 años), en la que fue compañera de reparto y cabeza de cartel nada menos que con Schipa, Pertile, Lauri-Volpi, Fleta o Lázaro, entre otros. Y, en fin, cerrando el paréntesis y volviendo a los conciertos de resaca, hoy mismo actúa en Madrid el Cuarteto de Tokio, con obras de Bartok, Ravel y Webern, hitos fundamentales de la cultura musical del XX.

Con resaca o sin ella, lo cierto es que la mayoría absoluta del PP va a condicionar la política cultural de los próximos cuatro años. El tiempo dirá si son audaces y tratan de desplazar a la izquierda en la hegemonía de la cultura o si, por el contrario, intentan entontecer a un electorado más manejable sin los recursos que otorga el conocimiento. La responsabilidad del poder no se limita a conseguir unos resultados económicos satisfactorios. La autentica calidad de vida pasa por una cultura libre, rica, sin sucedáneos, al alcance de todos. Puede parecer demagógico y hasta antiguo lo que estoy diciendo, pero de su aplicación en uno u otro sentido va a depender la mayor o menor bondad del paisaje de muchos españoles.

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