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Entrevista:BARBA CORSINI - ARQUITECTO

"La arquitectura debe funcionar y emocionar"

Con 74 años, el arquitecto Francisco Javier Barba Corsini se sorprendió al escuchar que los muebles que había realizado 40 años antes eran considerados "diseño" y, por tanto, tenían un valor más allá del que les otorgaban sus dueños. Por esas mismas fechas, 1990, los apartamentos de La Pedrera, para los que había ideado buena parte de sus lámparas, sillas y picaportes, desaparecieron. Una exposición, organizada por la Galería H2O de Barcelona, trató de salvar el legado atípico de este arquitecto paseándolo por varias salas de exposiciones. Tras ese periplo, un Barba Corsini de 84 años recibe finalmente el reconocimiento de los arquitectos, un colectivo a menudo reticente a entender las maneras de ser plurales y vitalistas. El Colegio de Arquitectos de Cataluña expone hasta el 19 de abril los diseños y proyectos de Barba Corsini junto a la obra de otro arquitecto extraño, herrero de profesión, que se adelantó a la industria de la prefabricación: el francés Jean Prouvé. Menudo, coqueto y extremadamente cortés, Barba Corsini responde mordiéndose los labios antes de pronunciar un desatino sobre el grupo de arquitectos entre los que siempre se sintió como un outsider.

Pregunta. Por una parte, fue usted uno de los últimos arquitectos totales realizando desde el edificio hasta los picaportes. Por otra, fue un precursor: la invención del pueblo de Binibeca en Menorca se adelantó en 20 años a la aparición de Celebration, la ciudad-residencial perfecta que levantó Disney en Florida.

Respuesta. La única razón por la que hacía los muebles de las casas era porque no me gustaban los que había en el mercado español. Con el tiempo me vinieron a decir que aquello era diseño. Binibeca surgió porque un aparejador menorquín que trabajaba para mí se empeñó en que yo construyera algo en su isla.

P. El pueblo de Binibeca le supuso el rechazo de los arquitectos y el aplauso del público.

R. Mi aparejador, Antonio Sintes, fue en realidad el que se encargó de hacer crecer el pueblo. Él hacía lo que quería. Consiguió lo que buscaba: un pueblo de escalas respetuosas y arquitecturas homogéneas. Otra cosa es que si yo construyera Binibeca hoy no lo haría igual. Reconozco que fue un acierto para el público, aunque admito que el pueblo tiene un aire folclórico. Pero hay una cosa fundamental: la gente es muy feliz allí.

P. ¿Le preocupa mucho la manera como vive la gente?

R. El objetivo de la arquitectura es ayudar a que el hombre sea más feliz.

P. ¿Y cómo puede una casa hacer feliz?

R. Funcionando. Los arquitectos condicionamos mucho la vida de las personas. Cuando haces una planta estás decidiendo cómo comerán y dormirán muchas familias. Sólo con el tiempo aprendes que las puertas no deben abrirse como te enseñan en la escuela de arquitectura. La puerta se tiene que abrir contra una cama, para servir de biombo. Si le explico esto a un arquitecto joven creerá que estoy gaga, pero luego, si presta atención, se enterará solo. Si no hacemos viviendas muy elásticas, la vida cotidiana de las personas queda muy marcada. Lo importante de los espacios es que en ellos pasen cosas.

P. ¿A qué se refiere?

R. Es importante que en los edificios, como en los lugares, pase algo que rompa la monotonía y singularice el espacio. Eso es para mí la arquitectura. En un bosque bonito, los árboles no son iguales, ¿cómo puede ser bonito un bloque de viviendas monótono? La arquitectura primero debe funcionar, pero después debe emocionar.

P. ¿Por eso se separó del grupo R? ¿El racionalismo estricto no le convencía?

R. No me convencía ni me convence ninguna teoría arquitectónica que preconfigure, y por tanto limite, una manera de proyectar. Es distinto esforzarse y obligarse a proyectar sin curvas que decidir no incluir ninguna curva en un edificio concreto. No puedo aceptar dogmas de grupos. Soy demasiado individualista. Para hacer arte o arquitectura hay que divertirse un poco. Hay que pasarlo bien.

P. ¿Le interesa la arquitectura contemporánea?

R. El edificio del Banco de Shanghai en Hong Kong [de Norman Foster] no me conmueve en absoluto. La frialdad maquinal no me toca como individuo, me deja frío. Considero a Foster un arquitecto extraordinario, pero su manera calculada de proyectar no me llega. La técnica es tan buena como peligrosa. Hoy en día se puede hasta colgar un edificio, pero lo que merece la pena es hacer cosas hermosas.

P. ¿Ha tenido conciencia de vivir como un marginal?

R. He tenido conciencia de ser libre y de no pertenecer a ningún grupo. Los grupos están más unidos por los intereses personales que por una manera común de entender. No creo en los estilos ni en los movimientos arquitectónicos. Creo en la mente libre a la hora de proyectar.

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