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La estrella llega con su circo ambulante

Jesús Ruiz Mantilla

Un cogollo de chicas adolescentes y menores se apostaban ayer desde las doce del mediodía en la entrada de la Berlinale. Con las horas se convirtieron en multitud pese al viento del norte cortante. La espera en la Postdamer Platz fue larga porque hasta las siete no iban a poder conseguir una mirada, quién sabe si un saludo o algún que otro beso de la estrella. Leonardo DiCaprio presentó ayer en el festival alemán La playa, del británico Danny Boyle. El chaval, 25 años, pelo rubio revuelto, camisa gris y casaca de varios botones, repartió ayer en Berlín 10.000 sonrisas hasta para negarse a contestar preguntas incómodas sobre su vida privada o sus inclinaciones políticas -"lo siento, no puedo contestar, es algo privado", decía con unos exquisitos modales-. Aquello fue el delirio para sus fans y un nuevo suplicio para él -"esta parte de mi trabajo es la que menos soporto y más dura", afirmó ayer-, que se movió a capricho de su productora, la Twenty Century Fox, con un dispositivo que ya quisiera para sí Bill Clinton."Me gusta rodar películas, ser actor para mí es una bendición, pero no puedo controlar el fenómeno de la prensa, se me va de las manos aunque intento que esas cosas no me preocupen", afirmó DiCaprio en la ciudad a la que había venido por primera vez, según contó, cuando tenía 15 años, "con mi madre y mi abuela, que son alemanas".

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El protagonista de Vida de este chico ha demostrado tener dotes para su trabajo de sobra. Ha sido candidato al Oscar al mejor secundario por ¿Quién ama a Gilbert Grape? pero admite que su vida no es normal desde que, por culpa del fenómeno Titanic, su póster está pegado en las habitaciones de muchas jovencitas de todo el mundo. "Titanic fue una película única, creo que todo esto que pasa conmigo, de lo que yo muchas veces me pregunto qué he hecho para merecerlo, viene de ese éxito. Me gustaría volver a hacer algo a ese nivel, pero también quiero probar otro tipo de papeles en películas pequeñas", dijo.

La playa es un cuento rodado en Tailandia sobre un chico muy enganchado a las gameboys y a los ordenadores, que va en busca de emociones fuertes al paraíso entre la naturaleza y las islas del extremo oriente, donde las aguas son cristalinas y hay chicas guapas. Algo que está alejado de la idea que tiene él de lo que es el cielo. "¿El paraíso? Para mí es el estado mental en el que tú te sientes a gusto poniéndote los calzoncillos cada mañana", sentencia Leo en un encuentro con periodistas.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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