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Sam Mendes ofrece en "American beauty" una cruda visión del EE UU de hoy

La primera película del joven director de teatro se convierte en un inesperado éxito de taquilla

Elsa Fernández-Santos

Las críticas superlativas y la caja registradora de Hollywood se han dado la mano con la película más inesperada: American beauty. El primer filme de Sam Mendes, un director de teatro británico de 34 años, es una mezcla de comedia, tragedia y thriller que describe con crudeza a una familia de clase media de EE UU. "Me interesa la poesía, la aventura de lo cotidiano", dice el director. "Mi película no juzga a nadie, no hay condescendencia con los personajes porque yo no soy mejor que ninguno de ellos. No me interesan los discursos morales, ni la crueldad, sino la compasión y la posibilidad de redención".

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"Confiaba en la crítica, pero no en el público", dice Mendes, que ayer presentó en Madrid el largometraje, cuyo estreno en España está previsto para el próximo día 28 y que, con seis candidaturas a los Globos de Oro, se perfila como uno de los favoritos a los Oscar de Hollywood. Junto al director viajaron a España dos de sus intérpretes, los jóvenes Thora Birch (18 años) y Wes Bentley (21), quienes, junto a Kevin Spacey y Annette Benning, encabezan el reparto del filme.La voz de un hombre muerto narra American beauty. Es el padre de familia que interpreta Spacey. Lester, su personaje, se presenta así: "Mi mujer y mi hija me ven como un gigantesco perdedor. Y están en lo cierto, hay algo que he perdido".

"El título de la película", explica el director, "hace referencia al nombre que recibe un tipo de rosa que se cultiva en Estados Unidos y que se llama así, belleza americana. Es una rosa que ni tiene espinas, ni huele. Es una rosa cuya belleza carece de sentido, resulta inútil y vulgar". La película describe el arquetipo de familia disfuncional norteamericana, donde las cheerleaders son musas de belleza, donde los adolescentes están alienados por sus complejos y su incomunicación y donde la búsqueda del sueño americano encierra su irreparable pérdida. La aparición de un joven vecino traficante de drogas (personaje redentor que encuentra la belleza en una bolsa de plástico que vuela empujada por el viento) y el enamoramiento del padre de la mejor amiga de su hija, una caricaturesca Barbie adolescente, movilizan la estructura narrativa del filme, en el que comedia y melancolía se van dejando paso. "Por edad, yo estoy entre los padres y los hijos. Me identifico con ambos, con la absurda fantasía sexual del padre y con la furia de los hijos".

"Si esta película tiene referencias no son temáticas, sino visuales. Son referencias que van de Hopper a Carver, Updike, Salinger y Billy Wilder", manifiesta Mendes.

"No creo que tenga nada que ver con Happiness [el filme de Todd Solondz], que me parece una película muy original, pero cruel y carente de compasión; ni con Tormenta de hielo [de Ang Lee], que estaba situada en 1973, un momento muy concreto de la historia estadounidense. Mi película habla estrictamente del país de hoy".

Mendes llegó a Hollywood después de dirigir en Broadway una nueva versión de Cabaret y The blue room, la obra en la que logró desnudar sobre el escenario a Nicole Kidman. Fueron estas obras las que llevaron al patio de butacas del teatro neoyorquino a los ejecutivos de los estudios de Hollywood. Ninguno logró seducirle con sus propuestas. Hasta que Steven Spielberg le llevó el guión de American beauty, escrito por un director de comedias de televisión y calificado por el director de ET como "perfecto". "Bueno, era un guión muy brillante, pero no perfecto", interrumpe Mendes. "A Spielberg le entusiasmaba hasta que vio la película. Lo que más me gustó del guión es que, por un lado, los diálogos eran muy divertidos y, por otro, las imágenes eran de una tristeza y una soledad absolutas. Aquello me atrapó. Me habían ofrecido dramas costumbristas que no me interesaban, quería hacer una película contemporánea y creo que mi espera mereció la pena".

El teatro

"El teatro es mi casa, no el cine", continúa el director. En Londres, donde vive, dirige desde 1992 el Donmar Warehouse, un escenario de Covent Garden. "El teatro me ha enseñado a hablar del hombre, a contar historias y establecer una relación directa con el público. El actor de teatro, a diferencia del de cine, necesita saber dónde está el ojo del público. En el teatro, además de crear, hay que repetir, y eso requiere una técnica complicada. El cine ofrece otros matices, la capacidad de improvisación, el trabajo con la intuición. En el teatro, el lenguje es el mismo para todos los actores. En el cine cada actor busca su propio lenguaje".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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