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El líder conservador británico opta por el silencio tras desvelarse una donación poco transparente a su partido

El jefe de la oposición conservadora británica, William Hague, no quiso hacer declaraciones cuando ayer llegó al cuartel general del Partido Conservador pocas horas después de que el diario The Times abriera su edición con la noticia de que correligionarios de Hague habían admitido que el partido recibió una donación de un millón de libras esterlinas (262 millones de pesetas) a traves de un canal secreto establecido por Michael Ashcroft, el tesorero del Partido Conservador, con bases financieras en Belice. Nada ilegal en eso, sólo que las nuevas leyes sostienen que las donaciones a los partidos deberían ser perfectamente claras tanto en su origen como en los canales para las transferencias. Y, en el caso de la generosidad de Ashcroft, esto no está el todo claro.Ninguno de los asesores ni de los portavoces de Hague estaba anoche en condiciones de describir el estado de ánimo del joven jefe tory tras 72 horas de pesadillas políticas que produjeron discretas celebraciones dentro del Gobierno laborista de Tony Blair.

Si bien Hague no dijo palabra alguna, su rostro, gris, asombrado y de pocas pulgas, reflejaba elocuentemente el sentimiento general en el aliado campo conservador. El primer golpe tuvo el impacto de un bate de béisbol en los riñones: Jeffrey Archer, el multimillonario novelista y predilecto candidato de los tories para las elecciones municipales de Londres, en mayo próximo, se derrumbó estrepitosamente de su pedestal en el último y clamoroso escándolo político: Archer mintió acerca de una cita con una prostituta hace 13 años. Archer mintió cuando dijo que su relación profesional era algo más que una relación profesional. Archer pidió a su amigo Ted Francis, un productor de televisión, que actuara como su coartada. Francis dijo la semana pasada la verdad, los conservadores quitaron a Archer su derecho a sentarse en la Cámara de los Lores y, ayer, pidieron su ignominiosa expulsión del partido.

Los laboristas estaban deleitados con las calamidades de sus adversarios, cada vez más debilitados por su incapacidad y su tendencia hacia la corrupción. El primer ministro, Tony Blair, dijo ayer en la Cámara de los Comunes una de esas frases destinadas a ser repetidas en la prensa: "Como líder de la oposición, Hague puede ser considerado como una broma. Pero como primer ministro sería un desastre...".

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