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Crítica:TEATRO - 'LA REINA DE BELLEZA DE LEENANE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cumbres borrascosas

Lo primero que sorprende es el realismo cinematográfico: pega la lluvia contra los cristales, y el silbido del viento es auténtico; corre el agua del grifo, hierve la pava, se infunde el té y se lo beben; y las papillas y el alimento especial para la pobre vieja con sus grumos. Sale llama de gas de una cocina: y de un fogón antiguo, la llama con que se da calor. El teatro viene superpuesto, con la presencia de los actores y sus voces humanas. Ah, y la novela: un folletín. Un terrible folletín entre la novela gótica y el romanticismo duro de la literatura inglesa, unas pasiones en unas cumbres borrascosas. Es la primera obra del irlandés Martin McDonagh, con la que inició una trilogía espeluznante, que luego ha continuado con otra: todo pasa en Irlanda. País que ha dado los mejores dramaturgos en lengua inglesa en este siglo. Esta Reina de belleza ha causado entusiasmo no sólo en Dublín y en Londres, sino también en Nueva York, donde ha representado este mismo año.Tiene tres planos. Uno es Irlanda, pobre y triste, aplastada aún por los ingleses; tienen que ir a Londres todos, a América, a buscar trabajo. La Irlanda del Oeste, detrás de las ventanas, por donde apenas se ve pasar una vaca, y el aburrimiento es infinito. El odio a Inglaterra es profundo. Surge casi a cada frase.

La reina de belleza de Leenane

De Martin McDonagh, versión en español de Vicky Peña. Intérpretes: Vicky Peña, Montserrat Carulla, Álex Casanovas, Jacob Torres. Escenografía: Jon Berrondo. Vestuario: Emma Escolano. Iluminación: Quico Gutiérrez. Sonido: José Antonio Gutiérrez y Álex Polls. Dirección, Mario Gas. Festival de Otoño. Teatro de la Abadía.

El segundo plano es el de un amor frustrado. En todos los folletines, de los griegos en adelante, hay un factor del destino, unos dioses, una fatalidad: aquí está representada por el tonto del pueblo, o por uno de los tontos. Un par de veces se equivoca con sus mensajes, y toda la esperanza, toda la salvación, se viene abajo. La inquietud del espectador es notable cada vez que se ve confiar el mensaje trascendental al torpe y se adivina que va a equivocarse. Para el espectador crítico es imperdonable. Como reglas permanentes, las tragedias no se resuelven porque alguien lea la carta que no debe, o porque se escuche detrás de la puerta o porque alguien es excesivamente tonto.

El tercer plano es, dramáticamente, el más importante: es el odio. Odio entre dos mujeres, hija y madre. No muy normales: la solterona ha estado recluida por depresiones agudas, y al final su comportamiento es absurdo; la madre está dentro de la senilidad, pero conserva la malignidad suficiente como para destrozar la vida de su hija que, a su vez, la tortura: con aceite hirviendo, incluso. No se saben las razones de este odio. Supongo yo que es la mera dependencia que cada una tiene por la otra. Puede haber un reflejo del odio entre la vieja Inglaterra y la nueva y deprimida Irlanda: la madre ama el idioma inglés y sus canciones, la hija denuncia que es un instrumento de dominación. El hecho es que ese odio domina la obra, destruye las posibilidades de salvación, todas las salidas. Y con esto queda dicho que termina mal, como era inevitable. En ello la tragedia se despega del folletín, donde se suele alcanzar la felicidad.

Madre e hija son Montserrat Carulla y Vicky Peña -para mayor realismo, lo son tambien en la vida real- y su trabajo es esencial. En este escenario que parece de verdad un interior de la montaña pelada en Irlanda, parece de verdad su odio, su relación, su sensación de desgracia, sus ilusiones. No confundo el "parece de verdad" que se suele decir a veces para ensalzar el teatro: parece teatro de verdad, y no cine ni novela aunque esas dos artes paralelas que forman el trío de la narración contemporánea le estén prestando existencia.

Aunque no sea más que por ver a estas dos actrices, merece la pena ir a ver la tremebunda obra: y por el trabajo minucioso, cuidado, estudiado y bien hecho por Mario Gas, que es uno de los grandes directores españoles. Con ellos se disculpan las trampas y los trucos del autor, que tiene, en cambio, a su favor la creación de las tensiones y la capacidad de hacer un diálogo poético sin salir de lo cotidiano, que se aprecia a través de la traducción al español. Es un espectáculo muy interesante, y tuvo el agradecimiento del público, aún un poco sobrecogido por la fuerza del folletín, pero capaz de resolver su tensión en entusiasmo.

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