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Entrevista:

"Con el Nobel cogí miedo a 'Madera de boj"

Jesús Ruiz Mantilla

Cuando Camilo José Cela escribe se le mueven los huesos de los dedos como a ritmo de tango o de réquiem, y así parece que se han contoneado en la redacción de Madera de boj (Espasa), la novela que sus lectores llevan esperando más de diez años. "Cuando me dieron el Nobel le cogí miedo, tanto que en medio he publicado otras dos novelas", cuenta con toda humildad, sin ansias de polémica, sin exabruptos y muchas dudas a sus 83 años.En marzo de 1998 se volvió a enfrentar a la redacción de una obra que no es sólo una novela sobre la Costa de la Muerte gallega, sino también un libro de historia sobre su gente, sus naufragios -más de cien en cien años- y un tratado sobre la muerte misma...

La gente de fe habrá apostado sobre Madera de boj. Unos a que salía y otros a que no. Claro que no habrán llegado a los límites de Moncho Méndez y Juanito Jorick. El primero, que había sido guardia municipal de Betanzos y lo habían echado por borracho y pendenciero, le dijo al segundo:

-Te apuesto una enchenta de lacón a que te capo si me pisas la sombra. Entonces, Juanito Jorick, que era dublinés, se la pisó, y Moncho Méndez le capó con una navaja de tres estallos aunque, como no era pesetero ni humillador, le perdonó la laconada.

Los dos son parte de la fauna que nada contracorriente en la Costa de la Muerte, donde todos naufragan entre conxuros, desarraigo, recetas para vencer a Belcebú, mujeres que paren pulpos grandecitos y con mucho pelo, donde si se mezclaran pulpos con sirenas saldrían putas de piscifactoría, y donde algunos ingenuos piensan que el fondo del mar está lleno de pavos reales. La novela, que se presenta hoy en Madrid, es una prueba de la prosa lírica de Cela, que luce una figura más fina en la que sigue resaltando una papada colgante y malabar que denota que es gallo curtido en mil peleas, además de un clásico vivo que vuelve a experimentar con el lenguaje en estas páginas que cierran su trilogía de Galicia.

"Es la novela del mar. Mazurca para dos muertos era la de la tierra y La cruz de San Andrés, la de la ciudad", cuenta. "Aquí madura lo que ya ensayé en Mazurca, aunque no sé si mejor o peor". Entonces probó un cóctel que mezclaba gallego y castellano y fundía a sus gentes en paisajes de lluvia y tiempos que se confundían, como ahora en Madera de Boj, en la que al final se incluye un diccionario gallego / español: "La sintaxis también es gallega, a veces, en las partes de castellano", explica, para que quede clara esta enésima voltereta del autor de La colmena y San Camilo, 1936, sus dos grandes títulos, y Oficio de Tinieblas 5, su obra más tenebrosa y arriesgada. Él sigue con pruebas que rompen la norma, ahora con el Nobel y el Cervantes en las estanterías de su chalé de Puerta de Hierro. "Tengo fuerzas de sobra para seguir experimentando", advierte, "porque la literatura es una carrera de fondo y de antorchas en la que uno sigue hasta donde puede y después da el testigo". De eso no tiene dudas, pero de otras cosas sí: "Cada día más, líbrenos Dios del que se muestra seguro de sí mismo siempre, eso es peligrosísimo, si nos descuidamos nos sale un ayatolá".

Su carrera la encara también con obsesión perfeccionista, probablemente herencia genética de su parte inglesa, la materna. "Casi seguro. Mire, yo nací en esta casa". Muestra un edificio cubierto de yedra en el que ondea la bandera británica. "Allí hablaban en inglés. Claro, coño, es que eran ingleses. Y el perfeccionismo consiste en que yo puedo engañar al crítico o al lector, pero no a mí mismo. Siempre siento una gran responsabilidad, soy mi más duro juez".

Tampoco Cela, ya reconocido para la historia, se logró quitar el miedo al papel y a la pluma para atacar Madera de boj. "El Nobel es terrible, tuve que parar un año y no me servía después lo que había escrito. Lo tiré a la basura y retomé las notas y las fichas en marzo de 1998. Si hubiera continuado con lo que tenía se hubiera notado el cosido. No he parado durante un año, mañana, día y noche he redactado la novela".

Y en ella hay muerte por todas partes. Pero no es que haya una obsesión propia de la edad en ello. Cela siempre ha encarado la muerte e ironizado también sobre ella. "Bien mirado, la muerte es una vulgaridad. Todo el mundo acaba en lo mismo. No se conoce en la historia un solo caso que se haya librado de ella", afirma para luego caer de golpe: "He visto la muerte en tantas ocasiones y tan de cerca que la tengo muy presente siempre".

Y desarraigo... Dos personajes hablan:

-Yo quise hacerme una casa con vigas de madera de boj y ahora me voy al infierno sin haberlo conseguido, gané todo el dinero necesario pero me faltó tiempo.

-Un día me dijiste que también te faltó arraigo.

-Sí, es cierto, también me faltó arraigo; en nuestra familia nos hemos movido más de la cuenta y al final nos entierran a todos siempre en suelo ajeno.

Es un miembro imaginario del tronco británico de la familia. Los Trulock. "El desarraigo es uno de los males de nuestro tiempo. Pero no el del escaso apego a la tierra, sino el que nos trae la siniestra sociedad de consumo, que hipoteca voluntades, memorias y entendimientos con gastos superfluos que suponen una esclavitud", asegura. "Una vez conocí a un malagueño que vivía muy bien porque era muy simpático y todo el mundo le pagaba cosas. Una vez le preguntamos a qué aspiraba y nos respondió que a vivir como vivía, pero pudiendo. Es una anécdota que explica muchas cosas".

Y utopía... La que encierra esa aspiración a construirse una casa de madera de boj, "una madera muy fuerte, casi incombustible, que no flota, y así es imposible, claro". Su casa puede que no esté puesta en pie con madera de boj, pero poco importa. Tiene varios metros de parcela, amplios salones decorados a capricho y un escondite para el escritor con una biblioteca llena de herramientas del lenguaje -diccionarios y tratados-, varias ediciones de sus libros y la luz que se cuela por una claraboya blanca hacia su mesa plagada de periódicos y cuadernos que usa para escribir, con la tabla de multiplicar en la parte de atrás.

"La novela es un género enorme y con buena salud, porque trata de la vida y debe plasmarla. Está en permanente crecimiento y cabe todo, poesía, ensayo. Cuando era muchacho coleccionaba definiciones de novela. Llegue a juntar más de 300 pero las tiré a la basura porque me di cuenta de que todas eran falsas. No se puede escribir ahora como Galdós o Balzac, lo mismo que pintar como lo hacía Rembrandt es un disparate". Para cargarse las reglas, aprendió mucho de Picasso, a quien trató en vida. "Para pintar como Picasso hay que saber primero dibujar como Leonardo da Vinci y luego deformarlo. Yo tomo mis personajes de la realidad y luego los deformo hasta que lo considero necesario". De esa paleta de letras salen el cura don Xerardiño, que hace milagros con una sola mano; Liduvino Villadavil, que se tiró un pedo mientras rezaba y se quedó ciego; el noruego Knut Skien, que bebe la sangre de los animales que mata porque no caza para matar sino para vivir, o los tres poetas que se suicidan en el Porto das Moscas abriéndose las venas para que les chupe la sangre el mar.

Sigue el estilo que empezó a perfilarse en La colmena, y al que Cela ha sido fiel también desde su primera maravilla, La familia de Pascual Duarte, obra que tuvo que reescribir a mano para regalar la copia al Gobierno de Cantabria después de reclamarles el original y ganarlo en los tribunales. "Lo reescribí porque me dio la gana, letra a letra, palabra a palabra y con las mismas erratas. Lo encontré con los años más ingenuo, porque a medida que el tiempo pasa sobre los cueros de un escritor, va perdiendo en lozanía y en frescura lo que gana en estilo y experiencia". Ingredientes que le han convertido en una especie de Nietzsche de la narrativa española, por su mezcla de vitalismo y voluntad. "No es mal parentesco. Nietzsche fue crucial en mis lecturas juveniles. Sus obras estaban en mi casa y pasé de Dick Turpin y Buffalo Bill a sus libros".

Sigue fiel al lema de su marquesado de Iria Flavia, el pueblecito vecino de Padrón donde nació y se encuentra su fundación: "En este país el que resiste gana". Por eso le trae al pairo que se le juzgue por hechos oscuros que le vinculan con el régimen franquista, y no por el valor contestatario y rebelde de su literatura. "No voy a perder el tiempo en eso porque es sencillamente mentira". También ve absurdo saldar cuentas con nadie. Pero avisa que planea escribir una especie de testamento sobre la España contemporánea, Turno de réplica. "No sé si lo publicaré ahora o dentro de 50 años, ni siquiera sé si lo escribiré. De todas formas, no quiero herir a nadie".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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