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Tribuna
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Estimado señor Pesc:

Andrés Ortega

Va a llegar usted al cargo en un buen momento. Por ello, una vez -¡qué menos!- que esté encarrilada una paz que va a resultar más compleja de construir que haber hecho la guerra, no demore excesivamente su cambio de despacho de la OTAN al Consejo de Ministros de la UE. Desde su nuevo puesto será más fácil convencer a los europeos de que si buscan en serio autonomía han de gastar más, y sobre todo mejor, en seguridad. Además de alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (Pesc) de la UE, usted será secretario general del Consejo de Ministros, lo que le permitirá tener una amplia influencia en casi todos los asuntos de la UE. Aunque cuente con un adjunto, seleccione para llevar usted personalmente todos los temas que tengan algo que ver con la dimensión exterior. Tras Kosovo, la atención se centra en la diplomacia y la seguridad comunes, pero en este mundo son cada vez más importantes las cuestiones monetarias, financieras y comerciales, terrenos en los que la UE es ya una potencia. A medida que desarrolle el contenido de su próxima actividad, tendrá usted la oportunidad de ir creando una acción exterior de la UE auténticamente integrada. Naturalmente, para ello tendrá que contar con la colaboración de los Estados -son ellos los que mandarán sobre usted- y de la presidencia de turno, pero también de la Comisión, y en especial de su próximo presidente, Romano Prodi, que ha decidido partir las competencias en materia exterior de su institución, para ejercer él mismo la coordinación.

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Sería también una buena ocasión, aunque generará resistencias de todo tipo, para que los Estados que son a la vez miembros de la UE y de la OTAN tuvieran un mismo representante permanente, un mismo embajador, en ambas organizaciones (con la UEO ya va a pasar cuando se integre en la Unión Europea). Si así fuera, podría a la vez recuperarse la vieja idea de que tal representante tuviera categoría ministerial, o de vicepresidente, en su propio país. Y, claro está, si la Pesc aspira a hacer honor a su nombre, lo que habría que hacer, en vez de dar un asiento permanente a Alemania en un reformado Consejo de Seguridad de la ONU, es lograr que Francia y el Reino Unido renuncien a tal posición en nombre de un representante único de la UE. Es un poco un sueño, pues ni París ni Londres van a querer renunciar a esta importante baza de poder.

Dada su condición actual de secretario general de la OTAN, señor Pesc, designado y español, podría convencer a nuestro Gobierno de que, aunque aportar 1.200 soldados a la fuerza internacional que se está desplegando en Kosovo es un esfuerzo, es demasiado reducido: similar al de un país mucho más pequeño como es Dinamarca. Si no está dispuesta a contribuir con más tropas, España debe buscar aportar valor añadido, de dos formas por lo menos: llevando un contingente amplio de la Guardia Civil (pues va a hacer falta, como en Bosnia, ese tipo de cuerpos a medio camino entre policía y militar), y contribuyendo, dada la experiencia acumulada por España en El Salvador y otros lugares, a desarmar al guerrillero ELK (Ejército de Liberación de Kosovo) y convertirlo en una policía local.

Una última y atrevida sugerencia respecto a la labor de reconstrucción en Kosovo y los Balcanes. Hay previsión de habilitar fondos para estos fines en las perspectivas financieras de la UE. Mas si éstas no alcanzaran y si se quisiera preservar los equilibrios presupuestarios en la Unión y en los Estados miembros, podría crearse un impuesto especial de solidaridad con los Balcanes -un impuesto europeo o una suma de iguales impuestos nacionales si no se atreven a dar tal paso-, por un tiempo limitado, al estilo del que los alemanes han venido pagando para la modernización de los länder del Este. Sobre todo esto, indudablemente, ya habrá comenzado usted a reflexionar. Atentamente.

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