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Casas quemadas, animales muertos

Unos ocho kilómetros al norte de Pristina, allá donde ya no acampa un vehículo aliado, el observador puede contemplar las últimas rapiñas de los serbios en retirada, celebradas entre ráfagas de Kaláshnikov. Hay dos casas ardiendo, en las inmediaciones del pueblo de Lebane. Una, a todo fuego. La otra, entre humo denso. Eran viviendas de albanokosovares, usadas por sus verdugos, que ahora dejan tras sí espacio calcinado.Acercarse al incendio no es recomendable. Por la carretera general, imposible. Un control de policía especial serbia lo impide, mientras protege el repliegue de los suyos, desordenado pero bandera en ristre. Habrá que hacerlo por ese camino vecinal, y tomar las imágenes, y comprobar con el método del incrédulo todas las barbaries que se denunciaron. A medio camino, un hedor imposible y una imagen. Cinco vacas muertas, esqueléticas en sus pieles enjutas, están siendo devoradas por los insectos. No les dejaron ni los animales.

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Tanques cubiertos de flores
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