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Félix de Azúa defiende en "La invención de Caín" que fuera de las ciudades no hay salvación

El escritor catalán publica un libro de ensayos sobre varias capitales literarias de Europa

Para el escritor Félix de Azúa, la ciudad es el esqueleto de la civilización actual y lo que queda del campo está condenado a ser devorado por ella. "No hay salvación fuera de las ciudades y no creo que en Europa quede naturaleza", explicó ayer en la presentación de La invención de Caín (Alfaguara), un libro de ensayos sobre algunas de las urbes más literarias, como Múnich, París o Barcelona. Azúa ensalza la facultad de la ciudad de no seguir la ley de Dios, sino de tratar de crear una ley nueva. "Tiene ese espíritu cainita que coincide con la invención de la historia", dijo.

El origen de la ciudad (donde la naturaleza no actúa) surgió cuando Caín asesinó a su hemano Abel y tuvo que exiliarse. Entonces fundó una ciudad, el lugar de refugio contra la naturaleza, que no es otra cosa que la ley de Dios, según relató ayer el escritor y profesor de Estética en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, Félix de Azúa (Barcelona, 1944)."Las ciudades se enfrentan al campo y cuando se ensalza la vida sencilla del campo, a Horacio, el Beatus Ille... lo hacen los habitantes de las ciudades, nunca lo hace uno de campo. En todo caso, no creo que en Europa quede naturaleza y, si queda, está hecha por los ciudadanos para ir los fines de semana", explicó el autor de Diario de un hombre humillado, que fue premio Herralde de Novela.

Para Félix de Azúa, que desde pequeño ha andado de ciudad en ciudad, éstas no son sólo una diversión; son, sobre todo, una obsesión. El libro de viajes La invención de Caín es un compedio de varios ensayos periodísticos, alguno ya publicado, sobre Florencia, Salzburgo, Nápoles, Praga, Venecia, París, Londres, Múnich, Barcelona y Nueva York, esta última un encargo que le hicieron precisamente porque no la conoce.

Según el escritor y columnista de EL PAÍS, no existe una ciudad parecida a otra. Las ciudades crecen como auténticas obras de arte y son creaciones humanas hechas con audacia. "Salvo las construidas por canallas como las ciudades dormitorio". El autor de Historia de un idiota contada por él mismo padece vértigos, según reveló. Por eso, y porque el viaje ha de ser lento, dijo, sólo viaja a ciudades que caen a tiro de Renfe. "Antes era un medio de viaje para menesterosos y hoy no es que sea una maravilla, pero al lado de Iberia no hay punto de comparación". Azúa habló de algunas ciudades españolas. De Sevilla: "Hay que ir cada tres meses. Acaban de abrir las Atarazanas, un edificio escondido durante 500 años, un espacio gótico que nosotros, acostumbrados a verlos con luz nórdica, es una maravilla contemplarlo con la luz del Sur".

De San Sebastián: "Una de las ciudades más surrealistas. A mí me entusiasma, pero tiene un inconveniente, es perfectamente homogénea. Está bien, pero uno se siente allí un poco profesor emérito. Prefiero las ciudades más mestizas".

Barcelona y Madrid

Aconsejó, si se quiere vivir en paz, habitar en Barcelona. Pero, si se es ambicioso y se busca ser algo en la vida, hay que vivir en Madrid. "Ésta se ha convertido en una de las ciudades financieras del mundo y eso da vitalidad". Y de Barcelona destacó haber sido capaz de convertir un espacio industrial en uno vivible.Hay una ciudad que al escritor le irrita especialmente, Granada. "Podría ser una de las más extraordinarias, pero no he visto un lugar donde se barra peor, no se puede caminar, las calles son un desastre, y el tráfico, caótico".

El novelista manifestó que cuando viaja no le interesan los monumentos, sino cómo respiran las ciudades. "Hay que perder el miedo a los contactos, casi diría carnales, porque éstos también dan datos", concluyó.

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