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FERIA DE ABRIL

El torero Bejarano

Era otra tauromaquia... La que se trajo Vicente Bejarano, queremos decir. Se le paraba el toro y no andaba por allí dándole coba, según es moda, sino que intentaba alegrarle la embestida. Y lo hacía a la usanza antigua. No es que lo antiguo tenga un valor por sí mismo, pero en tauromaquia hay reglas y técnicas muy experimentadas que han caído en el olvido. Los jóvenes aficionados no las han visto nunca; muchos de los actuales toreros las desconocen, o acaso no les interese utilizarlas.Se para el toro por inválido o por descastado -los de Gavira padecían ambas patologías-, el torero se pone a darle coba cerquita de los pitones, con lo cual le ahoga la embestida, y a lo mejor de eso se trata: de que el toro no embista de ninguna de las maneras.

Gavira / Campuzano, Durán, Bejarano

Toros de Gavira (uno devuelto por inválido, nueve rechazados en el reconocimiento), de escasa presencia, flojos excepto 1º -varios inválidos-, descastados. 2º, sobrero de Antonio Ordóñez, bien presentado, flojo, encastado.José Antonio Campuzano: pinchazo y estocada corta ladeada (silencio); estocada (ovación y salida al tercio). Curro Durán: pinchazo, media estocada caída y descabello (silencio); estocada y seis descabellos (silencio). Vicente Bejarano: estocada ladeada y rueda de peones (oreja); estocada caída (petición y vuelta). Plaza de la Maestranza, 10 de abril. 1ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

Los toreros auténticos -y Vicente Bejarano es uno de ellos- lo que hacen es dar distancia, irse lejos si es preciso, dejarse ver andándole ligero al toro para que acuda de largo y se encele. Cuando el manso Gavira se paraba, que era casi siempre, Vicente Bejarano lo hacía así y resolvía la arrancada final con medio muletazo cambiando el viaje, o uno de la firma, o un kikirikí. Luego venía el toreo hondo...

El toreo hondo, en realidad, se había producido ya desde los ayudados iniciales. La primera faena de Vicente Bejarano tuvo enorme importancia. Al toro tardo, probón, de media arrancada, no sólo le sacó hondos los pases y los ciñó con una valentía incuestionable, sino que se los ligó también ganándole terreno, tanto en las suertes en redondo como al natural. Sobre todo éstas. El toreo de parar, templar y mandar, nada menos, y con un toro descastado de feo estilo: ahí quedó eso.

Se pasó asimismo muy cerca los toros Vicente Bejarano lanceándolos de capa. En unas gaoneras y en unas chicuelinas se le acostaron tanto los toros respectivos que estuvo a punto de resultar arrollado. En su afán de agradar no desaprovechó ninguna oportunidad ni conoció descanso.

Salió a rematar con el sexto el éxito que había alcanzado en el tercero y de poco lo consigue. Empezó por estatuarios, que empalmó con un natural y el pase de pecho; sacó el toro al platillo, y allí ligó una tanda de redondos de tremenda emoción. Hizo después una larga pausa para darse un respiro o quizá para dársela al toro, según decían...

Uno nunca ha creído en la eficacia de estas pausas. Al toro le sobra respiración, y en un momento dado le sobra además sentido para darse cuenta de que le están toreando, y hasta ahí podríamos llegar. Efectivamente, cuando Bejarano reemprendió la faena, el toro se había puesto reservón, se quedaba en la suerte buscando el bulto. Recurrió el diestro a las manoletinas, mató pronto y le pidieron la oreja, pero ya no había fundamento para concederla.

Un caso de valor y de torería el de este Bejarano, que vino a por todas y de poco se las lleva. La Puerta del Príncipe le estuvo aguardando un poco entreabierta y entró por allí una brisita fresca. Es el aire que la fiesta necesita. A veces vienen toreros que lo traen. Y pueden ser de plata. Sin ir más lejos, Luis Carlos Aranda, que banderilleó al primer toro andándole de frente, tomándolo muy en corto como debe ser y asomándose al balcón.

Con ese toro, incierto y complicado, muleteó voluntarioso José Antonio Campuzano. El cuarto resultó pastueño, y apenas le había iniciado una faena de altos vuelos cuando se le desplomó y ya no pudo recuperarse de la invalidez. Toda la corrida de Gavira, descastada, desabrida e impresentable -y eso que los veterinarios habían rechazado nueve ejemplares en el reconocimiento- tuvo ese tono.

El sobrero de Antonio Ordóñez fue la excepción y sacó casta. Debió ser demasiada casta para los menguados ánimos de Curro Durán, que trasteó distante, sufrió un desarme y se apresuró a matar. Con la borreguez del quinto se mostró más confiado, aunque pareció sin sitio, falto de ideas -quizá de ilusión- y aburrió al personal. El personal, a la vista del panorama, pidió que matara pronto. "Como antes", le decían. Venía después el torero Vicente Bejarano y había ganas de verlo. Había sobre todo ganas de ver torear. Torear de verdad.

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