Las ilusiones de una generación
El contenido de la exposición ya avisa de su magnitud, con más de cien obras de 41 artistas. Responde a la ambición de un proyecto que trata de abarcar 20 años de una historia aún muy reciente y en curso de discriminación. Este proyecto trata de hacer un balance crítico del arte actual español, con la única limitación cronológica de obviar el ahora mismo, que es de suyo inabarcable fuera de la óptica de la mera presentación de una tendencia emergente, y la de aludir ambiguamente a las "imágenes de la abstracción", cuyo simple enunciado nos indica ya que hoy resulta difícil hablar de una "abstracción pura" en medio de lenguajes mestizos.
En realidad, cuando uno recorre la exposición enseguida se percata de que el comisario ha querido reconstruir, sobre todo, el curso histórico posterior de quienes comenzaron a trabajar en torno a finales de los sesenta o, si se quiere, la trayectoria de la generación de finales de los sesenta. Se trata, así, de un balance de lo que podríamos denominar las ilusiones de una generación. Hablo de ilusiones porque, en efecto, partiendo de finales de los sesenta, pero, sobre todo, en el ecuador de la siguiente década, cuando estuvo claro que el vanguardismo militante entraba en una crisis irreversible, hubo una serie de artistas españoles que creyeron, frente a la nada conceptual, que había una salida a través de un lenguaje abstracto, en el sentido de rigurosamente moderno, pero sin recusar tajantemente los medios y materiales clásicos.
Combinado
Convergieron allí grupos y tendencias heteróclitos, como los que procedían de la estética de Cuenca, los catalano-aragoneses de Trama, los supervivientes de las experiencias del arte computerizado de la Complutense, un grupo de arquitectos-pintores sevillanos, restos de la estética ingeniada por J.A. Aguirre en Arte último y en la galería Amadís.Este combinado pareció aglutinarse justo a finales de los setenta y muy a comienzos de los ochenta en algunas convocatorias, para luego, en función de los arrolladores acontecimientos de la pasada década, disolverse en una atomización individual en la que siguen hoy.
El comisario ha tratado de que las ilusiones de esta generación no nos pareciesen melancólicamente como las "ilusiones perdidas" balzaquianas mediante la incorporación de algunas figuras emergentes en los ochenta, como Sicilia, Uslé, Civera, Solano, Badiola o Cristina Iglesias, pero es donde el discurso de su propuesta se hace más vacilante y confuso, porque la mayoría de éstos construyeron su obra desde presupuestos y perspectivas radicalmente diferentes a la de sus predecesores.
Es cierto que cualquier relato histórico sobre lo muy reciente tiene dificultades casi insalvables con la objetividad, y que, por tanto, hurta mejor los peligros en la medida que ajusta el enfoque a lo muy concreto y característico, pero, en todo caso, siempre es estimulante remover los recuerdos del presente, porque los recuerdos del presente son las ilusiones, aunque enseguida, melancólicamente, éstas nos parezcan perdidas.
Babelia
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