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Reportaje:

Posmodernos sin saberlo

Una exposición reivindica el interiorismo francés de los años de la ocupación nazi y de la inmediata posguerra

Se trata de una exposición modesta pero importante. El Centro Cultural de Boulogne presenta, hasta finales de enero, mobiliario de interior realizado por artistas franceses entre los años 1937 y 1950, es decir, una época mal conocida y peor considerada que coincide con la ocupación nazi y la crisis económica de la inmediata posguerra. Es un periodo "neo" en el que resucitan estilos que el racionalismo creía haber liquidado para siempre. No es así, y ahí están el "neobarroco", el "neorococó", el "neoclásico" o el "Louis XVII" inventado por Emilio Terry.Los nombres de los creadores del momento -Jacques Adnet, Marc du Plantier, André Arbus, Louis Süe, Lucien Dolt, Serge Roche, Jean Charles Moreux, René Drouet, Jean Pascaud, Gilbert Poillerat, Jacques Quinet, Dominique, Paul Dupré Lafon, Maxime Old, Leleu, Maurice Jallot, Lucien Rollin, Jean Royère, Raymond Subes y el citado Terry- no corresponden a otra tendencia precisa que no sea la de un cierto cansancio de la austeridad modernista. Y un retorno, a veces teñido de un cierto humor, a formas de épocas anteriores adaptadas a los materiales del momento.

Esa relectura amable del pasado, sin teorización alguna, da como resultado objetos o ambientes que en los años ochenta hubieran sido bautizados como "posmodernos" porque ponen el acero inoxidable al servicio de curvas modernistas o convierten un amasijo de espejos en aparador que lo oculta todo.

En ese sentido, amante de la paradoja y de un surrealismo ajeno a la revolución, no es extraño que Jean Cocteau recurriera a Serge Roche para fabricar algunos de sus decorados de La belle et la bête, o que Carlos de Beistegui le pidiera a Terry que hermanase en su hermoso castillo el estilo holandés del siglo XVII con los cartones goyescos, las pagodas chinas con la simetría palladiana.

Si Marc du Plantier propone en Francia su reconversión de Picasso al noucentismo, Jacques Adnet inventa bargueños para cuentos de hadas y Terry crea sillas en las que sólo podía sentarse la Alicia de Lewis Carroll. Otros, como Arbus, Leleu, Quinet u Old, logran reunir el lujo, la comodidad y una cierta estilización que luego habrá de valerles el encargo de la renovación de transatlánticos de prestigio.

Algunos provienen de la estricta artesanía, otros tenían formación de arquitecto, escultor o ingeniero, mientras que unos pocos eran simples amateurs a los que les molestaba ver cómo la fealdad o la producción en serie lo invadía todo. En Boulogne, como el año pasado en la pequeña ciudad de Beauvais, dan los primeros pasos para poner en pie, a posteriori, un movimiento que englobe todas esas personalidades dispares.

Los improvisados rastrillos que conocen todas las ciudades galas habían comenzado la reivindicación estética mediada la década anterior. Hoy los anticuarios continúan la tarea al mismo tiempo que los museos se esfuerzan por darle coherencia.

Asimismo, se pretende ampliar el área de interés de los inversores, revalorizar un patrimonio que, por puro cercano, se ha minusvalorado, y se trata también, y por último, de iluminar el postrer momento del diseño aún no industrializado.

Esa característica es justamente la que se valorará a la hora de encargar a algunos de los creadores citados el interiorismo de transatlánticos de lujo. No en vano era gente capacitada para fabricar prototipos que nunca iban a integrar las cadenas de producción en serie. En eso se parecían también al cine, ese arte que varias veces reclamó su ayuda y que les permitía poner en pie apartamentos en los que era posible vivir los sueños.

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