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33º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN

Abbey Lincoln y Maria João multiplican la voz Se consolida la sección "Jazz de cámara"

Cuando se afronta con sentido del equilibrio y amplitud de miras un festival, lo normal es que entre una jornada y la siguiente diste un mundo. Así sucede en este festival, que para cruzar su ecuador confeccionó un cartel con un pianista en austera fórmula de solo absoluto y dos cantantes de talante nada condescendiente, Lincoln y Maria Joâo, que multiplican sus voces.

La sección Jazz de cámara, consagrada año tras año a convocar a esos privilegiados pianistas capaces de aguantar el tipo en su intenso cara a cara con el instrumento rey, va camino de convertirse en un clásico. A estas alturas, el público fiel al festival ya debe de ser todo un especialista en esta modalidad, cruda pero apasionante, que resalta las virtudes y acusa los defectos como ninguna otra, de modo que es posible que la atenta audiencia del salón de plenos del Ayuntamiento donostiarra concluyera que Harold Mabern es un pianista de vocación orquestal y virtuosística, como casi todos los discípulos de la peculiar escuela de Memphis.Harold Mabern disimuló de entrada su origen cantando un blues añejo con buen estilo y desarrollando una versión de la fenomenal You don"t know what love is en tempo mucho más rápido de lo habitual, pero, tras un Boogie Boogie en homenaje al gran Jay McShann, acudió solícito a la llamada del terruño y se enfrascó en el recuerdo de Phineax Newborn, hijo predilecto de Memphis y maestro de maestros. Resultó un pianismo corretón, resonante y por momentos algo ansioso, como si Mabern quisiera doblegar todo el teclado demasiado deprisa y demasiado pronto. Éstos fueron los únicos reproches que se le pudieron hacer a la espléndida jornada.

Estallido sonoro

Maria João, ganadora en 1985 del concurso de grupos de aficionados que entonces organizaba el festival donostiarra, llegaba dispuesta a demostrar que su flamante disco Cor se queda un poco alicorto sin el complemento visual. La cantante portuguesa bailó, escenificó gestos rituales y hasta insinuó con elegante descaro artes amatorias con su percusionista. Cantó en inglés, en portugués y en dialecto mozambiqueño, y su prodigiosa voz multicolor se desgarró crecida para llegar a registros masculinos y se aniñó para despertar ternura. Sus compañeros, el estupendo pianista portugués Mário Laginha, el introspectivo guitarrista austríaco Wolfgang Muthspiel y el sutil percusionista argentino Marcio Doctor, le ayudaron a tender con vigorosa delicadeza el puente entre lo secular y lo contemporáneo. El repaso a la música del Índico dejó el listón muy alto y Abbey Lincoln, plato fuerte de la noche, tenía por delante una peliaguda situación, que resolver.

La segunda cantante de la noche, dedicada a artistas del sello Verve, triunfó con pasmosa facilidad. Hierática, con el gesto decidido de una madre coraje, fue desgranando títulos favoritos de sus últimos discos con majestuosa parsimonia. Se mantuvo inmóvil, apretando los dientes entre frase y frase y aferrándose con las manos a los bordes de su blusón negro sobre el mismo escenario que João había recorrido 100 veces. Tal economía de medios y tan alta concentración caló como un arrullo oscuro y ancestral. Hizo el esfuerzo de cantar en español un estremecedor Somos novios antes de que su pianista, el prometedor Marc Cary, cediera la banqueta a Randy Weston para hacer sabias diabluras con Blue Monk y Hi-fly ¿para cuándo un disco a dúo de estos dos colosos?

A sus 67 años, Abbey Lincoln parece seguir creyendo en un mundo mejor, pero no se fija plazos, y mientras llega prefiere seguir cantando con ese escepticismo amargo de su maestra Billie Holiday: el negro sigue siendo para ella el color de la esperanza.

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