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FERIA DE SAN ISIDRO

¡Oh, qué hermosa pantomima!

Fue una corrida triunfal, sólo que no lo pareció. Las apariencias engañan, ya se sabe. Algunos aficionados desperdigados por la plaza, los del 7 entre ellos, se encargaron de que no lo pareciera. Y pegaban voces. Y pretendían denunciar que la corrida, tan hermosa y trascendente a juicio de la mayoría, era una pantomima.Tiene que haber gente para to -que decía El Gallo- y estos aficionados constituyen raza aparte, inconformistas contumaces, grupo marginal orquestado por los enemigos de la fiesta. O no se explica su actitud pues el resto del público cuanto sucedía lo encontraba maravilloso. Las intervenciones de Joselito, magistral genialidad; las de José Tomás, valentía espartana; las de Eugenio de Mora, arrebatos propios de la juventud indómita; los toros, asesinos; la afición vociferante, terroristas.

Alcurrucén / Joselito, Tomás, Mora

Toros de Alcurrucén, de discreta presencia, varios sospechosos de afeitado, sobre todo 3º y 4º, muy protestados; inválidos, mansos, aborregados.Joselito: estocada corta ladeada a toro arrancado - aviso - y rueda de peones (oreja con algunas protestas); tres pinchazos - aviso -, dos pinchazos, estocada, rueda de peones y descabello; se le perdonó el segundo aviso (silencio). José Tomás: estocada corta trasera (ovación y salida al tercio); dos pinchazos - aviso - y estocada baja (ovación y salida al tercio). Eugenio de Mora: pinchazo y estocada corta trasera (silencio); dos pinchazos, otro hondo y descabello (ovación y salida al tercio). Plaza de Las Ventas, 8 de junio. Última corrida de feria (aplazada el 22 de mayo por lluvia). Lleno.

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Joselito: «Esperábamos mucho más»

Durante toda la tarde se estuvo manteniendo entre portavoces de la facción minoritaria y la mayoría dominante un diálogo de gran contenido conceptual y riqueza expresiva. He aquí un florilegio:

Uno de la minoría: «Ese toro está inválido».

Uno de la mayoría: «El inválido lo será tu padre, bocazas».

Uno de la minoría: «Ese toro está afeitado».

Uno de la mayoría: «Afeitado lo estará tu padre, bocazas».

Uno de la minoría: «¿Cuándo va a salir un toro en esta plaza?»

Uno de la mayoría: «Cuando salga tu padre, bocazas».

Y así.

El problema de tanta conversación era que se desvirtuaba el triunfal transcurso de la fiesta. Los olés, las ovaciones, los vítores de la mayoría no podían tener continuidad con tanto jaleo. Por los tendidos de sombra querían tomar medidas contra los discrepantes. Y se corrió la voz: «Hay que echarlos». Si no llega a ser porque se trataba de la última corrida de feria y ya no volverán hasta el año que viene, van y forman piquetes y los echan.

Hubo un principio de altos vuelos: Joselito instrumentó un buen quite por chicuelinas. En el siguiente turno entró José Tomás con el evidente propósito de competir, juntó las zapatillas, se colocó de frente, presentó el capote y cuajó unas chicuelinas templadas y ceñidas, de tal emoción y belleza que dejaron a las anteriores convertidas en un trapo, a su autor sumido en el desconcierto.

Joselito se tomó el desquite. Más bien cabría decir que el desquite se lo tomó el joselitismo militante pues mientras el titular de la causa hacía una faena superficial a un torillo bueno, continuamente interrumpida y sin ligar un pase, el joselitismo le aclamaba con auténtico fervor. Y de esta guisa consiguieron que le dieran una oreja.

Después empezaron a salir toros inválidos. Toros tipo mueble con los que José Tomás sólo podía porfiar valentón y a uno de ellos -que hacía quinto- logró extraerle naturales de excelente factura, luego unas manoletinas. Un toro desmochado al que Eugenio de Mora toreó vulgar. Un toro con evidencia de afeitado que provocó protestas y Joselito lo muleteó ventajista y desaliñado. Un sexto toro mansón con el que se embraguetó muy torero a la verónica Eugenio de Mora y sufrió una voltereta; y aún tendría repetición pues en el transcurso de su inhábil trasteo le volvió a coger. Le hicieron un torniquete, para espanto del personal. Y resultó que no llevaba cornada.

Tras los toros impresentables, inválidos y desmochados; tras las faenas interminables de Joselito que cortó una oreja pero escuchó dos avisos (y debieron ser tres); tras los alardes ante un mueble de José Tomás, que también fue avisado, el torniquete. Si no llega a ser por los protestones de siempre, esta hermosa pantomima habría pasado a la historia.

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