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El rostro dulce del sandinismo

Sergio Ramírez fue siempre el rostro dulce del sandinismo. Mucho antes de que sus extraordinarias habilidades literarias fuesen reconocidas, ya se apreciaba en su actuación política una sensibilidad distinta a la de los guerrilleros uniformados con los que compartió (1984-1990) el Gobierno de Nicaragua. Daniel Ortega, el presidente, era la ortodoxia, los principios, la intransigencia; Ramírez, el vicepresidente, era la imaginación, la prudencia, la voz preferida por los aliados europeos de la revolución. Esas diferencias llegaron a ser irreconciliables en 1995 cuando, frustrado su intento de reconducir hacia el centro a los dueños del sandinismo, rompió con ellos y fundó su propio partido socialdemócrata.

Desde entonces, la literatura le ha dado más satisfacciones que la política. En la radicalizada Nicaragua de hoy no parece haber sitio para este escritor nacido hace 55 años en Masatepe, una pequeña aldea de aquella nación de lagos y volcanes naturalmente inclinada a la poesía.

También en el terreno literario Ramírez encontró oposición entre el sandinismo durante los años en el poder. El escritor del régimen no era él; sus primeros libros, editados a comienzos de los años setenta, antes de su estancia en la entonces comunista Berlín, no formaban parte de la biblioteca oficial del sandinismo. Los libros del régimen eran los de Tomás Borge. Derrotado por los comandantes, Ramírez ha extraído de su recorrido político la munición para varias de sus obras, especialmente para Margarita, está linda la mar

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