El concierto 'bonito'

Con su dulce vocabulario, abundante en diminutivos y abonado al adjetivo bonito, los uniformados músicos veracruzanos no cesaban de quejarse del frío y las tres semanas que llevaban en la Europa inhóspita, tan lejos de la bendita Bahía de Campeche.Humildes y resignados, no se quejaron, sin embargo, de una amplificación miserable, incapaz de sortear las peculiaridades acústicas de la muy bonita Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes madrilefio en la que se hizo su primera presentación española. Las cuerdas se metalizaban, y opacaban la voz de Graciana Silva; los tiempos muertos en que ella cambiaba de tono su arpa tampoco ayudaba a crear ambiente.

Son los peligros de la descontextualización de una expresión popular. En el puerto de Veracruz, entre aromas de delicias cocinándose y con el tequila corriendo, La Negra Graciana pone el perfecto fondo sonoro, esos sones jarochos que transmiten picardías y formas de vida ancestrales. Una música enormemente vigorosa, heredera de esquemas rítmicos aportados por los esclavos traídos desde la Costa de Guinea. Un aporte no del todo reconocido -todavía suena a herejía afirmar que México es un país triétnico- que Graciana Silva hace evidente con sus dedos mágicos. El riesgo está en que ella sea tratada como otra rodaja de typical mexican, una curiosidad de usar y tirar (recuerden lo que ocurrió con Paquita la del Barrio) para consumo de veleidosos paladeadores de exotismos.

Comparaciones

Eduardo Llerenas, fundador de la discográfica Corason, responsable del lanzamiento de La Negra Graciana, asegura que ése no es el caso. Que ella arrasa en el Reino Unido, Holanda o Francia, donde hay menores conexiones culturales con aquellas tierras cálidas. Y que tampoco sirven las comparaciones de Cesaria Evora, la caboverdiana tan elegantemente empaquetada por la mercadotecnia parisiense. La Negra Graciana es puritita verdad, un rico ejemplo del arte afromestizo mexicano, que sólo requiere un sonido adecuado, un espacio favorable y un público dispuesto a dejarse maravillar. Se aguarda con impaciencia una visita más afortunada.