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Un golpe de Estado

La edición de los diarios robados de Azaña, de 1932-1933 (Editorial Crítica, Barcelona), es, sin duda, uno de los grandes acontecimientos literarios de este año. El soberbio escritor que era don Manuel funde en estas páginas la pluma con su pasión política y el resultado es único en nuestra tradición literaria. Esta prosa fluida, acerada, precisa, elegante y cáustica pone ante los ojos del lector todo el teatro de aquel Madrid brillante y difícil, de aquella España dura y hermosa, donde las fuerzas del progreso libraban una contienda diaria contra las insidias de la reacción, y a veces contra más que las insidias: contra el golpe de Estado.Uno de los momentos más memorables de estos diarios es el relato del pronunciamiento del general Sanjurjo, que Azaña combatió desde el Ministerio de la Guerra, cartera ésta que acumulaba a la de presidente del Consejo. Relato minucioso, que describe con maestría el clima en el que se produce la intentona golpista: los movimientos de las tropas desafectas, las llamadas telefónicas a Sevilla, las respuestas equívocas de algunos mandos, el fuego abierto en la calle... En el hoy Cuartel General del Ejército, Azaña dirige las operaciones con esa majestuosa serenidad que imponía, naturalmente, a su conducta. Sin descomponerse un solo momento ordena, controla, telefonea, escucha los disparos, el impacto de las balas al chocar contra los muros del ministerio: "El tiroteo", anotará, "era muy intenso. Resonaban los disparos en la noche, como una operación siniestra, bárbara, pero más me sonaban a mi en el alma". Esta anotación está escrita, según precisa, al amanecer del día 10, y aún agrega: "El cielo está blanco. Veo la mole del banco, bañada en luz fría. Hay un gran silencio. Bajo los árboles del jardín, más oscuro, soldados. En la calle de Alcalá aúlla un herido. Entra el fresco por el balcón; y no se oye nada más. Teléfono. Me interrumpen".

Aquel gigante era, pues, capaz de controlar un golpe militar y, a la vez, dejar constancia de lo que estaba aconteciendo con esa prosa afilada y milagrosa. Cuando llega la hora del enterado de la sentencia de muerte o de su denegación para el general insurrecto, Azaña no duda: en modo alguno quiere hacer de Sanjurjo un héroe y desea "acabar con la historia de los levantamientos y con los fusilamientos, haciendo ver que esas acciones no producen ni gloria". Y anota con fibra de hombre sensible, bien alejado del monstruo que hizo de él la propaganda derechista primero y franquista después: "Nunca había tenido en la mano la vida de un hombre. Es mucho". Él perdonó; a él, en cambio, intentaron secuestrarlo, ya agonizante, para traérselo a España y fusilarlo.

En este fin de siglo sabemos quién tenía la razón. Azaña fue eso, solamente eso y nada menos que eso: el ejercicio continuado de la razón como instrumento político. De la razón y de la palabra. Llegó adonde llegó sin pretenderlo ni hacer carrera política, y se impuso por la enorme fuerza de su razón hasta que la sinrazón decidió alzarse en armas y producir la guerra civil. Fue Azaña una especie de Pericles redivivo. Quiso hacer un país decente, fundado en la racionalidad máxima, esto es, en la democracia parlamentaria como única y exclusiva fuente de legitimación de los poderes del Estado. Por eso, y no por cobardía, llegó a ser presidente de la II República porque él era la República. Basta cotejar su actuación con la de don Niceto Alcalá Zamora, perito en las marrullerías de la clase política de la monarquía extinguida.

Quizá, como ha escrito Santos Juliá, el problema de Azaña, si es que no fue el de sus adversarios, es que no supo medir la furia con que los intereses amenazados por su política se levantarían contra él y careció de los medios adecuados para combatirlos. Pero esto no enturbia en modo alguno su figura, tal como parece haber sido y como se perfila en estos diarios (y en los otros que ya conocíamos): la de un Pericles madrileño obstinado en persuadir por el poderío de la palabra, por el poderío de la razón. Ni qué decir tiene que esta lección sigue vigente en nuestra sociedad mediática y acosada por oscuras instancias fraudulentas.

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