_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La realidad y el deseo

Un coche, con motor y ruedas en perfecto estado de funcionamiento, pero sin carrocería, puede ser definido como un automóvil; sin embargo, sólo una carrocería, por deslumbrante que sea, no es más que una carrocería: puedes admirarla y hacer lo que quieras con ella y en ella, menos hacer que ella te lleve por sí misma a otro lugar. De la misma forma, un museo, reducido a lo esencial, es una colección, pero no el edificio que la puede albergar. En este sentido, el Museo Guggenheim de Bilbao, con apenas medio centenar de obras de su propiedad, según la última lista proporcionada por sus responsables, ya iniciada la serie multiplicada de inauguraciones, sólo merece el calificativo de museo de manera virtual, o, siguiendo con la metáfora automovilística, con el motor que posee en la actualidad, apenas podría recorrer una distancia de un par de metros.Planteemos el asunto desde otra perspectiva: queremos comprar un coche, que es un prototipo aún en fase de fabricación, pero aceptamos pagarlo de antemano, porque, aunque debamos esperar un tiempo, confiamos en la marca y hemos estudiado en el folleto publicitario correspondiente las cualidades futuras del automóvil. Pues bien, si la marca en cuestión, la del Guggenheim, es de prestigio, el folleto ilustrativo del prototipo de la colección permanente de Bilbao, lo ya comprado y los criterios anunciados para comprar en el futuro, no resiste la más relajada y acomodaticia revisión técnica, se mire por donde se mire.

A partir de lo que hay, uno puede desear que el edificio de Gehry, inaugurado en Bilbao, llegue a tener una colección propia, así como que sea representativa y digna, pero lo que la gente ve hoy en su espacio interior y que es presentado con el título de Los museos Guggenheim y el arte de este siglo no pertenece a la sede bilbaína, ni, desde luego, aceptando su condición de exposición temporal, merece ser calificado como conjunto de obras, a partir de cuya exhibición pueda sacarse una idea aproximada de lo que ha significado el arte del siglo XX, salvo que lo diga un atrevido. Por de pronto, un buen puñado de las mismas no son propiedad de los museos Guggenheim, sino de diferentes fundaciones ajenas, de particulares y, lo que es peor, y, desde mi punto de vista, intolerable, de galerías comerciales. Lo realmente aportado por los museos Guggenheim para esta exposición temporal no es, desde luego, insignificante -hay una representación de la vanguardia histórica, la que madura antes de la II Guerra Mundial, con algunos nombres de primer rango-, pero, con todo, es una aportación, dadas las circunstancias, poco generosa. Más grave me parece, sin embargo, la ausencia de un mínimo plan, racionalmente discernible, en la selección del conjunto ahora exhibido, sea comprado para Bilbao o no; pertenezca a los otros museos Guggenheim o no. En este sentido, sea cual sea el efecto espectacular que pueda provocar su actual instalación en el público no especializado, la revisión crítica de lo que se expone arroja un balance notoriamente insuficiente, bien por ser fruto de la más alocada improvisación, o, todavía peor, por una total falta de criterio. Naturalmente, la cuestión se agrava, según nos vamos aproximando al arte más reciente, que es, sin embargo, el punto fuerte de la colección-exposición, pues, desde los años cuarenta en adelante, reina el caos o el mero oportunismo comercial.

En resumidas cuentas: si queremos seguir admitiendo que un museo vale por lo que es y significa su colección permanente, el Guggenheim de Bilbao, en este momento, no existe como tal museo. Si la exposición temporal quiere indicar por dónde irá dicha colección permanente en el futuro, lo que augura no puede tomarse intelectualmente en serio. Ahora bien, si el llamado Museo Guggenheim de Bilbao es un contenedor para que se exhiban obras, propias o prestadas, sin otro criterio que el decorativo, y a los que llevan pagados 23.000 millones de pesetas les basta con eso y con el buen efecto urbanístico del edificio de Gehry para la ciudad y su promoción internacional publicitaria, creo que merecen ser calificados de "primos" o "perversos' .

Por mi parte, prefiero pensar que son gente sensata, arrollada circunstancialmente por los acontecimientos, y que, una vez que han pagado un coche de lujo, no se conformen sólo con la carrocería y se pongan en serio a buscar un motor. Claro, siempre que quieran un coche o un museo de verdad, que está por ver.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_