Ponce arriba, Rincón abajo
Los llamaban doblones y eran el gozo de la buena afición. Esos pases dio Enrique Ponce a su primer toro y puso la plaza en pie. Si por uno fuera, no se habría vuelto a sentar. Esos doblones, en otra versión dobladas, técnicamente definidos como ayudados por bajo, pusieron firmes al público, a todo el que pisaba el ruedo toro incluido, a la torería entera. Enrique Ponce, que por Sevilla anduvo de ala (con perdón), remontó el vuelo y se puso arriba. Y allí no debían caber todos pues César Rincón, con quien competía mano a mano, se vino abajo.César Rincón no se sabe si se vino abajo por culpa de Enrique Ponce o porque ya estaba tocando fondo. El Cossío no aborda estas cuestiones y por eso son difíciles de precisar. La verdad es que parecía como si César Rincón hubiera caído en aterrizaje forzoso. Era el ídolo de la afición de Madrid y de repente se le veía allí -el ruedo de sus proezas y de sus grandes éxitos- angustiado, espantadizo, falto de recursos, sin capacidad de reacción para hacerse el ánimo.
Varias /Rincón, Ponce
Toros: Juan Pedro Domecq, discreta presencia: 1º devuelto por inválido, 2º manso amoruchado. Victorino Martín, Y con trapío y casta, 6º sin trapío y noble. 4º y 5º Agustina L. Flores, escaso trapío, flojos, mansos, aborregados. Sobrero de Alcurrucén, bien presentado, flojo, manso, dificultoso. César Rincón: bajonazo descarado (algunas palmas); estocada perdiendo la muleta (protestas); estocada (silencio). Enrique Ponce: pinchazo hondo perdiendo la muleta, capoteo de peones que ahonda el estoque y descabello (oreja); estocada trasera (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada corta (oreja); salió por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 2 de mayo. Corrida goyesca. Lleno.
Le salió un primer toro dificultoso -punteaba sólo; no se vaya a creer-, y fue incapaz de dominarlo. Le salió un encastado victorino que humillaba horrores, y le huía trapaceando por la cara. Le salió un borrego de la casa Samuel que no tenía media torta, y ni le aguantaba las cansinas embestidas, ni le supo encelar, y acabaron ambos pegando el sainete por el área pestilente de chiqueros.
Al lado de César Rincón, Enrique Ponce parecía una fuerza de la naturaleza. Quizá lo fuera. Enrique Ponce salió a por todas. Lanceó de capa sin arte ni quietud -suele correr al rematar los lances, y corría- entró a quites, cuajó tres faenas de muleta cada una de ellas adecuada al funo que le presentaba pelea, estoqueó con decisión, cortó dos orejas y salió a hombros por la puerta grande.
Las tres faenas estuvieron muy bien construidas, a las tres les sobraron pases. Enrique Ponce no ve nunca el momento de terminar y eso que el toro se lo muje ("Aquí estoy, cuadrado y sometido, maestro, para lo que guste mandar"), la afición se lo avisa también ("¡La hora!").
Lo bueno del caso y el gran mérito del torero es que en esas faenas hay pasajes cumbres. La teoría de trincheras con que culminó su faena al morucho juampedro, por ejemplo; o el cambio de mano resuelto en un natural largo, empalmado con el de pecho de cabeza a rabo al borregazo samuel; o el tanteo y los magistrales pases de tirón con que sacó a los medios al último victorino -impresentable, por cierto-, que hicieron capicúa con un aclamadísirno circular y el corajudo, torero, ceñido y ligado final de faena
Más toreo desarrolló Ponce, por supuesto, aunque pertenecía a su repertorio habitual de naturales y derechazos donde no hay mucho arte y sobra pico. Pero no se le va a descubrir ahora. Ni acaso merezca la pena citarlo cuando había recreado aquellos doblones -llamados dobladas, técnicamente ayudados por bajo- que dejaron al mansón juampedro sometido, pusieron al público en pie, elevaron a la cima el arte de torear y dejaron a Rincón -antes diestro poderoso, ayer una sombra de quien fue- sumido en la miseria. Y, al final, uno salió en triunfo, otro cabizbajo y mohíno. Que así es el toreo, así la vida.