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Tribuna
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Amores y pasiones

La experiencia afectiva revela que hay amores profundos, sólidos, duraderos, carentes de pasión, y densas pasiones con fuego perenne sin amor. Parecería que no cabe elección: o lo uno o lo otro. Cuando se ama, la presencia del Otro se idealiza, escondiéndolo entre los repliegues y vericuetos del Yo, ajeno a como es realmente. Entonces, el amor se convierte en angustia subjetiva, explica Kierkegaard.La angustia amorosa está ligada siempre a la trascendencia, es decir, al amado enigmático que anhelamos con obstinada ansiedad, pues lo vemos aparecer y pronto se oculta, creándonos una atmósfera de visible invisibilidad. Esta sombra del Otro coincide con lo que uno mismo es, y el deseo de poseerlo, gozarlo, se particulariza en destino y finalidad profunda de poder ser felices. Para ello, es necesario salir del camino estrecho de la subjetividad unilateral, intentar adentrarse en el amado que está ahí al alcance de la mano pero sin saber cómo es, cuya nada atrae y estremece. Descubrir la realidad del amado sin las dudas y penumbras que envuelven su misterio implica que también él se abra con luminosidad total. Cuando ocurre, la angustia subjetiva del amor es, según Kierkegaard, un sentimiento de nostalgia impotente y heterogeneidad amenazante del amado, tormento íntimo que crea la oscuridad a descifrar de un extraño que no se llega a conocer nunca porque sólo se siente en las tinieblas del propio ser, y no lo que es el amado mismo.

Quien ama con pasión arde de impulsos que necesitan tocar, palpar, se olvida de sí mismo deslumbrado por la presencia camal de ese ser que le atrae. Merleau Ponty demostró la intencionalidad objetiva del cuerpo humano hacia la realidad física de otro, y pensamos que el amor-pasión lo es también porque busca incorporar el cuerpo del amado propio. Ahora bien, al no lograr salir de la interior soledad del amor, se cae en un idealismo inerte, sin posibilidad de comunicación real entre los amantes.

¿Cómo evitar la angustia abismal del Yo solo, encerrado con Otro? Cabe el compromiso que propone Paul Ricoeur: "SoisToiméme comme Autre", lo que implica mutuamente a los amantes, pues cada uno de ellos es un Yo y también un Tú. Esta armoniosa afección de sentirse ambos conocidos e idénticos a la propia esencia es una creación imaginativa, porque subsiste siempre la incombustible contradicción Yo y el Otro, evidenciada en la dialéctica existencial. Solamente en el amor-pasión lo más importante es la realidad del amado que se tiene siempre presente. Explica Marx, en La sagrada familia, que el amor es una pasión, pero no peligrosa para la tranquilidad de la conciencia, pues siempre podrá crear sus imágenes amorosas en la interioridad con la luz de la mente. Así, el amante no convierte nunca al amado en Dios, aunque le ame con adoración, ni tampoco exige sacrificios, como la Divina Providencia en La Celestina, que dirige y gobierna el destino de los amantes y los precipita a la catástrofe. El ser que amamos, viene a decir Marx, es un objeto exterior sensible humano, en el que la búsqueda afectiva puede satisfacerse plenamente. Por el contrario, el amor sin pasión, al crearse único en la intimidad, no llega a la dicha del encuentro ni al conocimiento del amado, aislamiento que impide contemplar y sentir la verdadera realidad del mundo.

El problema que puede plantear el amor-pasión es utilizar el objeto amado como propiedad privada o mercancía beneficiosa para el enriquecimiento personal, olvidando que el Otro está ahí simplemente amándole. De no caer en tan sutil egoísmo, el acto grandioso del amor-pasión se cumple cuando los amantes mutuamente descubren sus verdaderos rostros, sus individualidades, el perfil exacto de los objetos amorosos que son. Debemos amar apasionadamente, pues por este amor realmente encamado no sólo descubrimos la verdad del amado, también la propia esencia en los otros seres humanos, es decir, nuestra participación en la bellísima unidad humana abierta y comunicativa.

El amor parece escindirse entre un sensualismo corpóreo y un espiritualismo sentimental. Sin embargo, los románticos alemanes ya habían intuido la unidad de sentimentalismo y erotismo. En un arrebatado entusiasmo, confiesa Gründerrode: "¡No hay dos, ni tres, ni mil, no hay cuerpo y espíritu separados uno en el tiempo y otro en lo eterno, sólo hay Uno que se pertenece a sí mismo". Aunque subsiste la división entre amor sentimental y apasionado, el sentimiento sin pasión puede crearla, y la pasión sin amor forjar un sentimiento. Veamos cómo.

Hacer el amor es recorrer palpando lo invisible del Otro, a la vez que se calma la libido atormentada de la pasión. Esta armonía de los amantes es entonces perfecta y prueba, una vez más, que el amor sin pasión es impotente, y la pasión sin amor insensible. Ahora bien, las convergencias amor y pasión son problemáticas, difíciles. Muchas veces el amor paraliza la pasión y ésta puede enturbiar el amor o cegarlo, debido a que el amor es subjetivo, íntimo, y la pasión objetiva abierta. Otras veces el amante, dominado por su pasión, destruye el amor: Julian Sorel, en Rojo y negro, cuya pasión medida, racional, lleva con tino y disimulo, es víctima de un arrebato apasionado y mata a su amante. Benito Pérez Galdós, en Fortunata y Jacinta, describe el pertinaz empeño de Fortunata en amar a quien no la ama, obstinación de su pasión que sublima y serena en una entrega total de sí misma. Así el amor, sentimiento subjetivo, se objetiva en la donación apasionada, y la pasión, por naturaleza objetiva, nos subjetiviza. Si el amor es solipsismo puro, un amarse a través de otro, al entregarse sin medida con olvido de sí se objetiva y ennoblece.

Amores y pasiones en el proceso de sus vivencias se transforman para unirse, oponerse o engrandecerse unos y otras, tal son sus contradicciones. Pero la Pasión, por su dialéctica existencial, asciende hasta su cima y, desde allí, arroja el fuego incandescente creador de las pasiones humanas.

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