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Jordania, entre Beverly Hills y la pobreza de Karak

Más de una tercera parte de la población de casi cuatro millones de jordanos vive en la miseria

Fue una frase que muchos jordanos consideraron desafortunada, especialmente por su desproporción. Cuando el primer ministro, Abdul Karim al Kabariti, en la primera admisión oficial de que las cosas en Jordania no van del todo bien, habló de "bolsones de pobreza", a más de un economista se le oyó protestar: "Lo que hay en Jordania son bolsones de riqueza. El resto del país es un escaparate de necesidades y hasta de síntomas de miseria", decía indignado un analista financiero jordano. "Pero eso es algo que aquí nadie quiere ver".Para obtener un indicio de la magnitud de los contrastes que ofrece el moderno reino de Hussein, donde hace una semana estalló la rebelión del pan, basta invertir una mañana recorriendo el flamente suburbio de Abdún. Desde cualquier colina de Ammán no es difícil adivinar por qué algunos suburbios de la capital jordana ya han sido bautizados. Ricos y pobres los llaman Beverly Hills, como el lujoso barrio de Los Angeles.

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La opulencia de Abdún es ciertamente menos antigua que la de los nuevos magnates californianos, pero en alarde se le parece bastante. Mansiones nuevas que crecen y se reproducen con asombrosa velocidad en medio de parques bien cuidados, avenidas perfectamente asfaltadas y centros comerciales que anuncian su próximo estreno con la colección de otoño de la moda italiana.

Incluso algunos locales proclaman su admiración por lo californiano y lo universalmente chic. "Aquí no se vive mal", dice con cierta afectación Mo, el joven gerente de una tienda masculina que está de rebajas. Una camisa blanca común y corriente cuesta 50 dólares (unas 6.200 pesetas). Mo (su verdadero nombre, aclara, es Mohammed, "pero es que ya hay tantos...") admite que jamás ha puesto un pie en Karak, la ciudad medieval 100 kilómetros al sur de Ammán, donde estallaron las manifestaciones de protesta pocos días después de que el Gobierno de Kabariti duplicara de un plumazo el precio del pan. "Karak y el sur son otros planetas", agrega.

Y tiene razón. En Karak, Mahmúd Karaki, el encargado de la limpieza de una sucursal bancaria que fue incendiada por la turba hace siete días, no manifestaba pena alguna por la destrucción de su fuente de trabajo. "¿De qué sirve seguir así?", dijo con tristeza. Allí ganaba el equivalente de 80 dólares. Cuando terminaba esa faena trabajaba como ayudante de electricista, y alguna que otra noche como chófer, si hallaba turistas.

Karaki está casado y tiene tres hijos pequeños. "Mi mujer también trabaja, pero no nos alcanza el dinero. Hace dos años que no me compro un par de zapatos", decía señalando sus mocasines negros y remendados.

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La clase media en Jordania también se queja. "Somos una especie en extinción", decía la propietaria de una farmacia en el centro urbano de Aminán. Un abogado sesentón protestaba por la aparición de "los nuevos ricos y sus planes de acapararlo todo, incluso el prestigio de algunas familias bien". Riad Joury, un economista que explica con mezcla de asombro e indignación el estado de la economía y de su dependencia política y de la banca internacional, tuvo una frase pintoresca. "Jordania es como Honduras, pero sin las bananas".

Incluso las cifras oficiales son alarmantes. Más de una tercera parte de la población de casi cuatro millones de jordanos vive en la pobreza. La deuda externa asciende, según algunos, a 8.000 millones de dólares. El índice más bajo de desempleo supera el 20%. El futuro de los nuevos profesionales es incierto. Hamdi al Tabaa, presidente de la asociación de hombres de negocios, declaró que hoy más que nunca el Gobierno debe fomentar la inversion privada.

Pero muchos jordanos opinan que la receta debe incluir un drástico recorte del gasto público y un reajuste capaz de erradicar la corrupción, que, según la oposición en el Parlamento, campea por el reino bajo la tolerante mirada de Hussein.

"La gente está cabreada con el Gobierno", apuntaba Joury, él economista. "No hay una política consistente. Tampoco se ha producido el milagro económico que el rey ofreció cuando estableció relaciones con Israel" al amparo del proceso de paz en la zona.

Este análisis, por supuesto, no hace mella en Abdún, donde sus habitantes tienen otro esquema de prioridades. Una de ellas, curiosamente, es perder peso. Uno de los negocios con más éxito es la Clínica de Adelgazamiento de Dina, un moderno complejo donde, por el equivalente de 200 dólares al mes (unas 25.000 pesetas) -menos del salario básico de un albañil- las señoras Adnún pueden aspirar sin moverse de Jordania a una silueta hollywoodesca.

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