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Crítica:31º FESTIVAL DE JAZZ DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Coplas de la madrugada

No faltó de nada. Quesadillas, enchiladas y otros bocados de la cocina tex-mex para los paladares aventureros, y un menú de nueve platos para catadores de músicas. Este festival donostiarra arrancó con los mismos argumentos intocables de años anteriores: ambiente festivo, variedad de escenarios, espíritu estilístico abierto y amenaza de lluvia.La EASY Jazz Orchestra y 16 Jazz Eroak salían con la consigna de barrer nubarrones a golpe de soplidos huracanados, mientras arriba, en el Salón de Plenos, el octogenario Red Richards conjuraba a su manera los augurios atmosféricos con un exquisito recital en solitario. Nos con templaban nada menos que 84 años de pianista, dueño de 10 de dos como 10 brotes tiernos regidos por un corazón dulcemente apasionado. Stride pausado, gran arte sin prisas, sólo comprometido con la expresión más sincera. El repertorio de este superviviente en plena actividad no parecía conocer límites y tocaba antiguas bellezas como Echoes of spring o Day dream, según se le ocurrían. No sonaban a batallitas entrecortadas de abuelo desmemoriado, sino a relato exacto y palpitante de una historia que debe permanecer fresca a cualquier precio.

The Dirty Doizen

EASY Jazz Orchestra, 16 Jazz Eroak. Red Richards. Lau Behi. Matt Darriau's Paradox Trio. Kermit Ruffins & The Barbecue. Swingers. Original Pin Stripe Brass Band. Martirio & Chano Domínguez. San Sebastián. 24 de julio.

En comparación, la oferta de The Dirty Dozen se antojó trivial y tosca por culpa de una poco afortunada metamorfosis de marching band de bombo y platillo en grupo de ritmo machacón con pretensiones comerciales. La actuación de Matt Darriau's Paradox Trío, un grupo estimable afiliado a la muy en boga corriente de klezmer music (nombre con el que se denominó en Estados Unidos a la música judía centroeuropea), fue el preámbulo a una plúmbea muestra de lo más artificial de la tradición de Nueva Orleans. Kermitt Ruffins arrastró su voz como un ganso malherido y tocó la trompeta como si su modelo fuese el Louis Armstrong anterior a aprender a tocar la trompeta. Su actuación resultó particularmente larga y desasosegante, sobre todo porque ya se esperaba con impaciencia sobre el escenario lo último en fusiones, el triple mortal con tirabuzón en materia de alianzas interculturales: la copla-jazz.

El experimento funcionó bien y, lo que es mejor, se presintió que puede ir a más. El trío encargado de la sección jazzística rebosa talento y Martirio es, sin duda, el nombre ideal para darle réplica adecuada. La cantante ha asimilado la amargura ambigua de la música teatral de Kurt Weill y conoce a las grandes cantantes de jazz. Bastó escuchar su versión entre ácida y burlona de Tatuaje, en las antípodas de la casi épica de doña Concha Piquer, para ilusionarse con este insólito proyecto plagado de riesgos. Los esmerados arreglos de Chano Domínguez (piano) y el acompañamiento ideal de Javier Colina (contrabajo) y Guillermo McGill (batería) dibujaron un fondo en constante movimiento sobre el que Martirio impuso su voz noble y dúctil, irónica y luminosa, pero apta para el drama. Ojos verdes, No me quieras tanto y Torre de arena fueron otros ejemplos de esas coplas de la madrugada, ya plasmadas en un disco que se lanzará en otoño, que Maribel Quiñones quiere cantar, según dice, "a la orejita" de cada oyente.

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