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Abdula de Arabia

Emilio Menéndez del Valle

Cuando en enero de 1996 un rey Fahd envejecido y enfermo, jefe de la casa de Saúd, traspasó sus prerrogativas a su hermanastro y príncipe heredero, Abdula Bin Abdulaziz, lo hizo temporalmente. El apego al poder -universal en Oriente y Occidente- hizo que, aun no estando restablecido, tres meses después Fahd retomara el mando. Estos días vuelven las especulaciones sobre sus condiciones físicas y mentales, y la prensa norteamericana apuesta por la abdicación de Fahd en favor de Abdula. ¿Cómo es este Abdula, uno de los numerosos hijos de Abdulaziz Bin Faisal al Saúd, imam de los ultrapuritanos wahabíes, que en 1932 finalizó la unificación de la península arábiga y fundó el reino al que, traspasando su propio nombre, denominó Arabia Saudí? Muy diferente, en hábitos y temperamento, del malik Fahd, todavía formalmente en la cúspide, Abdula es un hombre de fuerte ascendencia beduina, con lazos muy importantes que le ligan a distintas tribus. No en vano y desde hace décadas manda y controla la Guardia Nacional, integrada por beduinos y clave para la seguridad del reino y de la familia real. O de parte de la familia, que es numerosísima. Significativo, porque si en la Francia del siglo XVII-XVIII Luis XIV podía manifestar que el Estado era él, en la Arabia de hoy se puede sostener que el Estado es la familia. En el seno de ésta se han resuelto hasta ahora las cuestiones de Estado, si es que de Estado puede calificarse el territorio que los romanos conocieron como Arabia félix. De Estado o no, hay unos cuantos temas abordados por el aún príncipe heredero que singularizan su carácter y lo distinguen de Fahd. Citaré dos, relaciona dos ambos con Estados Unidos. En 1975, Occidente se hallaba conmocionado por el embargo petrolero decretado por los productores tras la guerra árabo-israelí de 1973. En una reunión con los saudíes sobre el particular, el entonces secretario de Defensa norteamericano, James Schlesinger, manifestó que Washington "podría no permanecer del todo pasivo ante un posible nuevo embargo". A ello Abdula espetó:¿Está el señor Schlesinger tan enfadado a causa de Vietnam que hace estallar su enfado en esta reunión?".Quince años más tarde, el 6 de agosto de 1990, días después de que las tropas iraquíes hubieran ocupado Kuwait, se reunieron en Riad el secretario de Defensa de EE UU, Dick Cheney, el rey Fahd y el príncipe heredero, entre otros. Esa misma fecha, 10.000 soldados iraquíes se habían retirado de Kuwait ante las promesas del rey jordano y de otros estadistas de propiciar una solución árabe a la crisis. Ni los americanos ni, al parecer, el propio Fahd estaban interesados en una solución de tal naturaleza, por lo que, cuando Cheney solicitó autorización para desplegar sus tropas en la península, el rey no puso objeciones. Según fuentes presentes en la reunión, fue Abdula quien quiso conocer detalles sobre la situación de las tropas iraquíes, el uso que se pretendía dar a las norteamericanas en suelo saudí y en qué momento lo abandonarían.

No es extraño que sectores de opinión occidental califiquen al príncipe heredero de más conservador que Fahd a causa de su ethos tribal y de su menor acomodo a Estados Unidos. Abdula Bin Abdulaziz, que no habla inglés, sería amigo de Siria, propalestino (¿proiraquí?), un "patriota árabe" que consideraría las relaciones con Washington "un mal necesario". Tenido por honesto y austero, no ha protagonizado hasta ahora enfrentamientos con los fundamentalistas políticos. Masari, el disidente saudí exiliado, dialécticamente feroz con la familia, no critica a Abdula. Arabia Saudí -una de las pocas monarquías absolutas que quedan, un sistema cerrado y discriminador, insensible hasta hoy a reclamaciones sociopoliticas crecientes- necesita cierta renovación. Caso de ser confirmado como rey, ¿será Abdula capaz de abrir, al menos parcialmente, un establecimiento tan hermético, combatir la corrupción y atender, simultáneamente, a las preocupaciones de la clase media modernizadora y a las exigencias de los islamistas?

De democracia y cultura hablaremos otro día.

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