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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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En brazos del obispo maduro

Juan Cruz

Los obispos tienen la facultad de hablar con Dios y de detener el tiempo. Ahora el de Teruel, Antonio Algora, ha puesto el reloj 20 años antes, al menos, cuando aún Arias Navarro se secaba las lágrimas por la muerte de Franco y este país se presignaba aún a mediodía con la hora del Ángelus. Se decía la noche del 23-F que la señal de que todo se habría vuelto gris la daría al día siguiente Radio Nacional si se recitaba otra vez esa oración de las 12.Por fortuna, el país fue más maduro que los agoreros y hoy el brazo en alto y la jaculatoria se reservan sólo para hacer películas de la memoria o para contar batallitas, porque no hay nada que se parezca más a lo antiguo que ese recuerdo tan largo del pasado. Pero de vez en cuando le aparecen a este país esas ojeras que se da a sí mismo el recuerdo para que nos pellizquemos. Ahora que todos -en este periódico, precisamente hoy- nos sentimos 20 años más maduros, vuelve a aparecer la serpiente episcopal poniendo orden en el desmadre, tratando de imponer su propia sintaxis del tiempo sobre el arte libre de la gente. Para que todo cuadre en la escenografía, hasta el Cid Campeador está por medio, pues el obispo manda sobre los exteriores de La Iglesuela del Cid, y es ahí, en ese lugar de Teruel, la tierra de Luis Buñuel, donde. el cineasta Manuel Lombardero ha querido rodar determinadas escenas de En brazos de la mujer madura. Por medio está la actriz norteamericana Faye Dunaway, a quien debe sonarle cercana esta pacatería, pues viene de un territorio, como revela Vicente Verdú en su Planeta americano, donde estas intromisiones de los asuntos del alma en la vida del cuerpo son altamente tradicionales.

Es curioso el imperio del alma: en su virtud, los hombres como nosotros, por el hecho de haber sido consagrados, dictaminan sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo, y trazan esa raya blanca cuya transgresión sigue siendo el pasaporte a las distintas maneras que tiene de ser el infierno. Son cuestiones que no arreglan los siglos, pues la piedra de la iglesia es dura como su tozudez. No trata de cosas concretas sino de asuntos abstractos, y como son ellos -los obispos- la penúltima llave, antes de los papas y antes del mismo Dios, hay poco que hacer para llevarles a la discusión y al raciocinio. Hay de todo, claro, en esa viña del Señor, y mirando hacia atrás sin ira puede ver uno, en ese tiempo que dura ya tantos años y que el obispo de Teruel quiere detener quizá para que no haya olvido, a gente como Echarren, Tarancón o Iniesta, Alberto Iniesta, el entrañable obispo que hizo en Vallecas una especie de valle liberal y pobre en medio de la España que vivía en los brazos de la dudosa madurez de la dictadura.

Y en medio de esta historia que el obispo de Teruel protagoniza ahora casi tanto como Faye Dunaway está también el novelista, Stephen Vicinzcey , que vino a España a certificar como espléndido el guión que de su obra hizo Rafael Azcona. A éste no le extrañará nada todo este revuelo de faldas episcopales, pues a lo largo de los años, con Berlanga y en compañía de otros, no ha hecho otra cosa que debatir con ingenio contra los mecanismos mezquinos de un país que tiene en la tradición de la intromisión religiosa una de sus principales manías persecutorias. Hacen que todo parezca antiguo, de al menos 20 años antes. Y de lleno afecta este tejemaneje entre la tierra y el cielo al joven Manuel Lombardero, que aquí se está estrenando. Es un joven asturiano, hijo de un hombre que fue librero, editor y benefactor de amigos, que se llama como él y que es capaz de dar la vuelta al mundo si otro asturiano como él le necesita. No saben los obispos que no son asturianos -como Díaz Merchán, por cierto, que era un liberal- cómo son de correosos y largos estos poetas del norte, que tienen tanto de gallegos como de ingleses, y que sólo se inmutan si las discusiones duran mucho tiempo. Lombardero hijo viste de asturiano, es una manera especial de llevar la ropa recién traída de América Latina, y aunque toda su vida ha discurrido en Barcelona se comporta con la socarronería brava de los descendientes del Cantábrico. De modo que el obispo de Teruel ha de andarse con, ojo, pues esta gente de la estirpe de Luis Buñuel tiene en la ironía de las distancias largas su mejor arma; con la virtud de la paciencia que lo adorna, ahora ha estado Lombardero, por unos días, en brazos del obispo maduro. Pero a lo mejor de toda la historia que los dos han protagonizado, con Faye Dunaway por medio, salen más películas sobre está España de tambor, óleos y pandereta, de las que, por supuesto,los guiones podrían ser de Azcona, las cámaras de Berlanga -o de Lombardero- y las risas de Luis Buñuel.

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