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La lección española

Sami Naïr

Las elecciones del 3 de marzo tienen un significado que sobrepasa con mucho los problemas específicos de España. Más allá de la actual situación de bloqueo, en la que la derecha catalana negocia en bien de sus intereses y fija más o menos el calendario para la gobernabilidad al PP de José María Aznar, el voto del electorado español plasma con fuerza una profunda tendencia sociológica europea que se puede resumir así: un rechazo del ciclo político-económico iniciado a finales de los setenta y que se encamó tanto en el conservadurismo liberal de Reagan-Thatcher como, bajo formas atenuadas, en la política de los socialistas liberales de los años ochenta. Ciclo caracterizado por la sumisión del Estado a las leyes desenfrenadas del mercado, por la descomposición del viejo modelo fordista basado en el compromiso capital-trabajo, por la desestructuración del estatus de las capas obreras asalariadas, y desde hace poco, por el bloqueo de la movilidad social de las capas medias. Este proceso reflejaba una realidad profunda: la mundialización obligaba a las economías nacionales a reconvertirse e integrarse en bloques regionales para adaptarse a la nueva situación. La aceleración, en los ochenta, del proceso de construcción europea encarna esa mutación. Evidentemente, este proceso no se cuestiona. El hecho nuevo es que hoy aparecen ante los ojos de la opinión pública las consecuencias de la conmoción de las estructuras productivas y sociales. El modelo social europeo, basado en la articulación negociada de lo social y lo económico, está amenazado y puede desaparecer. En efecto, este modelo social se opone a las versiones norteamericana, radicalmente individualista y darwiniana, y asiática, corporativa y muy jerarquizada. Ahora bien, el proceso de mundialización significa, de hecho, y por razones. que no analizaré aquí, tanto la extensión planetaria de estos dos sistemas como su dificultad para implantarse en Europa. Pero una cosa es que el modelo europeo deba adaptarse a la mundialización y otra que, para ello, incurra en la destrucción de la tradición social europea. Tras los electores italianos y franceses, y antes que los británicos, los españoles han enviado un mensaje no tanto de lo que quieren como de lo que no quieren. Y lo han hecho en un contexto singular: aunque en los últimos años el poder socialista parecía hundirse repetidamente en escándalos financieros y políticos a cual más indignante, los españoles se han negado a juzgar a sus élites políticas a partir de criterios a menudo arbitrariamente manipulados por ciertos medios de comunicación. No han dado muestra de un sentido del perdón cómplice, sino de un sentido de la responsabilidad política que muchos europeos pueden envidiarles en adelante. No perdonan -los 300.000 votos en blanco, que castigan al PSOE y que corresponden a su diferencia con el PP, lo dicen claramente-, pero tienen fe en la justicia y desean que se llegue hasta el fin. ¡Una buena lección de lo que es el Estado de derecho!Ha sido un voto, además, muy matizado e incluso podría decirse que sutil si lo remitimos a los programas de los dos principales partidos, el PSOE y el PP. El PSOE ha desplegado una campaña basada esencialmente en la idea de defensa del Estado de bienestar social, versión minimizada del Estado keynesiano. Defensa de la seguridad social, mantenimiento de las pensiones, rechazo de la precariedad del empleo: temas que están en el centro de los dilemas europeos actuales. Pero, en 13 años de gobierno, el PSOE no siempre ha demostrado ser un defensor acérrimo de estos logros. Por su parte, el programa electoral de la derecha (PP) no era sensiblemente diferente. Aznar ha tenido durante esta campaña acentos sociopopulistas que no podían desmentir ni el PSOE ni incluso IU. Pero la derecha ha pecado de falta de carisma: haciendo una campaña a lo Chirac, centrada en el rechazo de la ruptura social, no ha sabido despejar las poderosas dudas sobre su capacidad para enfrentarse al problema del empleo. Y aquí aparece la lección española.

Frente a una política más o menos idéntica de los dos partidos, los electores han sancionado a ambos subrayando claramente que rechazan tanto el inmovilismo político de los socialistas como el liberalismo carnicero y rastrero de los conservadores. Ésta es una tendencia que hoy se da, mutatis mutandis, en toda Europa. Jacques Chirac fue elegido con un programa social de acento populista; el PDS italiano resiste con fuerza la oleada liberal; los socialistas se mantienen bastante bien en Portugal; Tony Blair tiene todas las posibilidades de vencer a los conservadores en las próximas elecciones británicas y la política de Helmut Kohl, en virtud de un acuerdo estratégico propio del capitalismo alemán entre capital y trabajo, no tiene gran margen de maniobra. En otros términos, la defensa del modelo social europeo se ha convertido en un rasgo común de las sociedades europeas.

Éste es un punto esencial, porque traduce tanto una realidad sociológica como una orientación cultural. Ante todo, la realidad sociológica: el rechazo de los estratos medios europeos a permitir que la liberalización, ligada a la mundialización, desorganice los logros sociales del Estado providencia. La exclusión, que afecta sobre todo a las capas más pobres, halla eco atenuado en el vasto movimiento de precarización de la mayoría de los estratos sociales. Los partidos mayoritarios, ya sean de derecha o de izquierda (la gobernabilidad real de las sociedades modernas sólo oscila, de hecho, entre una orientación de centro-derecha y una de centro-izquierda), no logran enfrentarse ni a la exclusión ni a la precariedad. Sin embargo, los e lectores españoles, como el resto de los europeos, acaban de afirmar que rechazan a ambas. Las capas medias, cada vez más amenazadas, votan hoy masivamente por el mantenimiento de los programas sociales.

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Después, la orientación cultural: lo que ahora se cuestiona es toda la cultura de gobierno de los años ochenta. Y aunque a menudo es un rechazo poco consciente, da toda la impresión de que las estrategias liberales del último decenio no consiguen ya ganarse la confianza de los electores. Esa ideología, común a la derecha liberal y al liberalismo social, que consiste en someter la gestión de la sociedad a criterios puramente financieros, monetarios, muestra hoy con toda claridad sus limitaciones. ¿Para qué sirve financiar empresas, hacer economía presupuestaria, mantener una moneda fuerte, si no se crea empleo? ¿Un empleo precario es de verdad un empleo? A estas preguntas, los electores europeos responden de manera casi idéntica. Exigen que las élites políticas les. hagan propuestas significativas y realistas, y basadas en la idea de integración social.

En este sentido, y sin querer sistematizar a ultranza, se puede percibir también una línea de continuidad entre las huelgas francesas de noviembre-diciembre de 1995 y el voto de los electores españoles. En ambos casos, y aunque en condiciones diferentes, hay un llamamiento a no capitular ante el proceso supuestamente inevitable de la mundialización y sus "exigencias", y, sobre todo, una negativa a tener confianza ciega en los profesionales de la política, sean de. derecha o de izquierda. A su manera, los electores españoles acaban de recordarlo, con tanta tranquilidad como firmeza.

Sand Naïr es profesor de Ciencia Política en la Universidad de París VIII.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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