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Autorregular el gran tostón

Guadalest / Ortega, Conde, Rodríguez

Toros de Guadalest, con aspecto de utreros, sin trapio e inválidos, varios sospechosos de afeitado; 6º, con cuajo. Ortega Cano: pinchazo -primer aviso-, pinchazo hondo a paso banderillas, rueda de peones, estocada caída -segundo aviso-, dos descabellos y se tumba el toro (algunos pitos); media muy trasera y atravesada, rueda de peones y descabello (silencio).

Javier Conde: media pescuecera atravesada y dos decabellos (silencio); tres pinchazos bajisimos -aviso- y dos descabellos (silencio).

Javier Rodríguez, que tomó la alternativa: pinchazo, bajonazo y rueda de peones (petición y vuelta); tres pinchazos bajísimos -aviso- dos descabellos y una vuelta de peón que tumba al toro (silencio).

Plaza de Valencia, 10 de marzo. 4ª corrida de feria.

Dos tercios de entrada.

Salieron los productos Guadalest con aspecto de utreros, sin trapío, faltos de pitón e inválidos. Salieron los espadas de la terna con aspecto de oficinistas, sin ánimo para cruzarse con aquellas ruinas, ni para cuajar medio pase digno de tal nombre. Y la resultante fue el gran tostón. Es la fiesta que quieren los taurinos: sin toro ni toreo; sin afición que vaya a exigirlos; sin público con criterio que pueda darse cuenta de la magnitud de la estafa. Es la fiesta que quieren autorregular, todos a una. No quieren autorregular la fiesta para que resurja y vuelva a ser un espectáculo caracterizado por su emoción, por su ética, por su estética y por su grandeza.

No quieren autorregularla para impedir que salten a la arena utreros por toros, ni toros mochos por astifinos, ni inválidos por poderosos; o para que se recupere la plenitud de los tercios de la lidia; o para mandar a freir vientos a esos malvados individuos del castoreño que tienen convertido el tercio de varas en una re pugnante carnicería; o para que retornen aquellos picadores valientes y toreros que sabían ejecutarla según las reglas del arte; o para que el toreo sea hondo y bello, y no copen contratos y ferias quienes lo adulteren o lo conviertan en burla.

Quieren autorregular la fiesta los taurinos para mangonearla; para dar carta de naturaleza a todos los atropellos; para adulterar toro y toreo desde la impunidad. Que un público de paso, cuanto más ingenuo mejor pues caerá fácilmente en el engaño, sustituya a los aficionados rigurosos y exigentes. Que presida un mandado, al estilo de Valencia y Bilbao. Un presidente a la orden, cumplidor de las consignas de apoderados, toreros, ganaderos y empresarios, como ese Óscar Bustos que presidió la corrida fallera del domingo y es un lamentable ejemplo de la arbitrariedad puesta al servicio del taurinismo.

Tal cual quieren se desarrollen las corridas de toros, así transcurrió esta desgraciada función: los toros no tenían trapío, presentaban síntomas de afeitado, se caían continuamente, y si algún resto de fuerza les quedaba, se lo aniquilaban los siniestros individuos del castoreño acorralándolos contra las tablas y metiéndoles brutales varazos en el espinazo. Moribundos los pobres toros, renegando de haber nacido, imposibilitados de dar dos trancos sin trastabillar o caer, pasaban a las manos muleteras de los diestros y estos no conseguían torearlos con mediana decencia. Ortega Cano y Javier Conde hasta eran incapaces de quedarse quietos. Ortega Cano, medroso, dubitativo, descompuesto, dio un sainete en el toro que abrió plaza y con el cuarto se puso pesadísimo porfiándole derechazos que no llegaba a cuajar. Javier Conde, distanciado y precavido, no trazó ni un pase completo y pretendía disimular su incompetencia mediante desplantes histriónicos a la manera flamenca.

Javier Rodríguez, nuevo matador de alternativa, estuvo tranquilo, incluso valeroso en algunos pasajes de sus faenas, pero ahogaba las embestidas y hacía un toreo vulgar, de medios pases, aburridísimo e interminable que ni siquiera lograba arrancar olés.

Y, además, aquella murga no acababa nunca. Una corrida en la que no se devolvieron toros, ni tuvo fundamento el tercio de varas, ni se vieron quites salvo uno, ni hubo toreo, resulta que duró cerca de dos horas y media. El surrealismo ha entrado en la fiesta con la complacencia de los taurinos. Es lógico: precisamente la fiesta surrealista es lo que los taurinos quieren autorregular.

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