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Oda a Purcell

Vicente Molina Foix

Según una leyenda, el talento de todas las artes se reparte entre los países, y habría por lo tanto el país musical, el literario, el plástico. Según esa leyenda, España sólo es tierra de grandes pintores, Inglaterra y el área anglosajona de escritores, los países germánicos de músicos. ¿Explicaciones? Las leyendas no las necesitan, pero se puede recurrir a Taine, que en su deliciosamente caduca Filosofía del arte de 1865, sentó las bases de una teoría de los factores" a partir del influjo del medio, la raza o el momento.Si el reparto geográfico no admite una lógica, muchos aceptan la noción de que cada país cae en agujeros negros por un largo periodo, durante el cual su genio específico se esfuma, es superado o duerme. De Gran Bretaña, por ejemplo, se habla con elogio de su gran floración de virginalistas y compositores vocales a lo largo de todo el siglo XVII, pero luego su inspiración musical, pese a ser un país de tanta enseñanza, tradición y afición, dejaría el lugar de los elegidos hasta el siglo XX, con el nacimiento de Britten. Dejemos a los estudiosos y a las compañías disco gráficas la tarea de enmendar leyendas, llenando con sus descubrimentos esos negros huecos del genio nacional, pero escuchemos mientras la música de Henry Purcell, que en este año de su tercer centenario y cercano el día conmemorativo de su muerte, 21 de noviembre de 1659, está muy asequible, y a cada grabación de inéditos que aparece o nueva interpretación de piezas conocidas demuestra ya irreversiblemente lo, que las leyendas de la ignorancia no nos habían dejado saber durante siglos: que se trata de uno de los grandes de la música universal, a la altura de Bach, Haydn o Monteverdi.

La vida de Purcell fue irrelevante, doméstica y cortesana, pero sobre todo corta; murió a los 37. Esa fatalidad es naturalmente una de las razones de su comparativo desdoro, aun que no fuese tan trágica como la de nuestro propio genio interrumpido Arriaga, que murió a los 20. Pasó sus años componiendo para los monarcas de la restauración y para su iglesia, en una época de tensiones católico-protestantes, y aunque sobrevivió a varios reinados y trabajó para tres reyes, su inseguridad económica y, de estatus -no distinta de la de Mozart o Haendel- le situó en la modestia propia de un tiempo, en que el artista era más artesano y acomodaticio. Purcell probablemente nunca salió de Inglaterra, y aunque fuese conocedor de la música italiana contemporánea, vivió, con los restantes compositores ingleses de su época, la humillación de parecer y ser tenidos por algunos como gente un poco parroquial y atrasada. Una noticia periodística sobre su funeral decía de él que era "uno de los más celebrados maestros de la ciencia de la música en nuestro reino, apenas inferior a cualquier otro de Europa". La leyenda negra de la música inglesa empezaba.

El centenario ha engrasado muchas máquinas académicas, periodísticas, comerciales. Las dos series completas de odas, canciones, motetes y antífonas que ha realizado Robert King, tan discutido en sus interpretaciones, nos ofrece un monumental cuerpo de más de 20 horas de música a menudo sublime y arriesgada, no cesan las versiones de sus extraordinarias obras teatrales de gran aparato (la idea de que Dido y Eneas fuese escrita para un colegio de señoritas de Chelsea ya no es sostenida por los eruditos), y muchos libros tratan este año de llenar los vacíos biográficos del hombre predestinado que recorrió todas las escalas de su arte, desde corista, confeccionador y reparador de los órganos reales hasta compositor de la casa del rey.

La importancia de Purcell, sin embargo, traspasa los límites del placer y es de carácter seminal. Al redescubrirse fundamentalmente en nuestro siglo y tocarse toda su obra, la leyenda se ha disipado, y con ella la teoría de las lenguas imposibles para la música, que en España también algunos sostienen para negar la existencia de una ópera nacional ajena a la zarzuela. Aunque ha costado casi 300 años saberlo, Purcell dio expresión al genio del idioma inglés, entendiendo sus variantes rítmicas con uña profundidad y belleza tal que hoy a nosotros nos- sigue hablando con persuasión y a los, compositores de su lengua les sirve como preQedente, modelo y acica,te.

A veces, es cierto, los paises se extravían en los caminos del arte y sólo buscan refugio, como en el caso de la música, teatral española, en la taberna más pintoresca. Pero también hay veces, en que un solo hombre funda sobre el dominio de dos vocabularios genuinos una patria artistíca universal.

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