Mucho aburrimiento para empezar
A los decididos novilleros les hubiera debido corresponder una novillada con galope, repetición, nobleza y enjundia de toro. De eso no queda. Y cuando a novilleros con todos los deseos del mundo de volver la plaza del revés, porque además se trataba de la plaza de su pueblo, les sale el aburrimiento vestido de negro, o lo que es lo mismo, el descaste taurino, pues la tentación inmediata es apagar y huir. A ellos no les dio esa tentación, benditos sean, e incluso se pasaron de faena en más de una ocasión, guiados por el noble y comprensible empeño de sacar donde no había qué. En ese tono estuvieron los tres, y cuando llegaran al hotel seguramente se darían de cogotones contra las paredes.Julián Guerra opuso a la poca codicia de su primero, ciertos apuntes de gusto y cadencia, en una faena demasiado larga, y en el otro intentó lo imposible: que un inválido produjera la emoción que se le supone a una corrida. Tuvieron mérito unos naturales prácticamente inventados, pero no había nada que hacer.
Ermita / Guerra, Marín, López
Novillos de La Ermita, descastados. Julián Guerra: pinchazo y corta perpendicular a un tiempo (ovación y saludos); estocada desprendida y pasada (ovación y saludos). Guillermo Marín: estocada (ovación y saludos); pinchazo, corta pasada y dos descabellos (silencio). Domingo López Chaves: seis pinchazos; se le perdonó un aviso (ovación y saludos); media y tres descabellos (ovación y saludos).Plaza de La Glorieta, 12 de septiembre. 1ª corrida de feria. res cuartos de entrada.
Otro tanto le pasó a Guillermo Marín que ante su primero, tardo y corto, puso voluntad y valor para aguantar un parón comprometido del novillo. En el quinto, entre los constantes tropezones del animal, logró unos derechazos sacados con sacacorchos.
El garboso novillero ledesmino López Chaves iba a por todas como sus alternantes pero "ni modo" como dicen los mexicanos. O lo que es lo mismo: que si quieres arroz, Catalina. Acobardó todavía más al novillo metiéndose entre los pitones y sacó unos naturales ayudado con el estoque de mucha quietud. En el sexto volvió a evidenciar sus ambiciones, pero el torete se olió pronto la tostada, pensó "¡Cielos, me dejo un torero atrás!", y comenzó a revolverse, originando atragantones en el matador que, exponiendo, aguantó impávido dos miradas de horror.
Lo más animado corrió a cargo de la presidencia que, negándose a devolver el cuarto, logró una bronca la mar de maja que, por los síntomas, entró por un oído y salió por el otro. Ventajas, claro, de tener dos oídos.