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LA CORRIDA GOYESCA DE ARANJUEZ

El maestro batallador

El maestro Luis Francisco Esplá afrontó con espíritu batallador los problemas y peligros que planteaba la corrida del Conde de la Maza. Si se hace abstracción de la maestría, parecía un novillero hambriento de triunfos. Un palotazo le partió una ceja, sangraba, y ni se inmutó siquiera. Así se sale a una plaza de toros: con pundonor y sapiencia, con arrojo y torería.Irrumpían los toros violentos, abantos, más pendientes de encontrar una escapatotia que de embestir -uno saltó al callejón-, y ahí estaba el capote de Luis Francisco Esplá para fijarlos; venía luego la brega inteligente durante el tercio de varas; el de banderillas lo convertía en gran espectáculo; las faenas de muleta eran dominadoras, ceñidas en la medida de lo posible, ajustadas a la codicia escasa y a la bronquedad excesiva de las reses.

Maza / Esplá, Camino, Liria

Toros del Conde de la Maza, terciados, mansos, correosos.Luis Francisco Esplá: pinchazo y estocada (oreja); estocada perdiendo la muleta (oreja); bajonazo (aplausos); salió a hombros. Rafael Camino: pinchazo y bajonazo descarado (silencio); pasó a la enfermería, resentido de anterior lesión. Pepín Liria: pinchazo y se tumba el toro (palmas y saludos); pinchazo y estocada corta trasera caída (oreja). Plaza de Aranjuez, 4 de septiembre. Corrida goyesca. Media entrada.

Un toro querencioso le correspondió a Rafael Camino, que fue incapaz de sacarlo de las tablas. Hubo de intervenir el peonaje, el otro Rafael Camino (primo del matador) estuvo a punto de ser arrollado. Ni un sólo muletazo había intentado el diestro cuando montó la espada. Pálido y descompuesto se retiró a la enfermería, de donde no volvió a salir pues, al parecer, se resentía de la cornada que sufrió el pasado 14 de agosto.

La difícil papeleta de los toros correosos e inciertos sólo podían resolverla toreros con decisión o maestros en tauromaquia. Pepín Liria es de los primeros y así se comportó en la función goyesca, provocando las arrancadas desde la cercanía de los pitones. Demasiado cerca, quizá. El toreo encimista acaba atosigando al toro. Es lo que llaman ahogar la embestida, y así ocurrió que los de Liria tardeaban, o se arrancaban a medias. El torero había de enmendar los terrenos, entonces, y su empeño consistía en enjaretar el unipase, sin propósito alguno de mando ni de ligazón.

Según la experiencia de los viejos maestros, si a los toros no se les gana terreno, no se les ligan los pases -los toros íntegros, se quiere decir; no los borregos- pierden celo y fijeza, y posiblemente eso es lo que ocurrió con los de Pepín Liria. De todos modos el público aplaudió su valentía y le pidió una oreja, que fue concedida.

Parte del público increpaba al presidente porque no concedía las orejas de inmediato. Y le hacía reproches sorprendentes. "Si no quieres dar orejas", se oyó decir, "es que tampoco le querrás dar veinte duros a un pobre cuando te pida limosna". Toda una declaración de principios: según la tauromaquia de Aranjuez, las orejas hay que darlas por caridad.

En otros cosos cuecen las mismas habas, no se crea: los que piden orejas son buenos; los que no, malos. Son malos los que exigen toro y toreo, buenos aquellos a quienes el toreo y el toro les traen sin cuidado. Corolario: en Aranjuez, todos eran santos; y quien dijo que Esplá fue maestro batallador, tiene indulgencia plenaria.

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