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52º FESTIVAL DE VENECIA

Resurge el genio de Michelangelo Antonioni después de una década de silencio

Desequilibrada pero audaz e inteligente aportación del portugués Joao César Monteiro

El aspecto severo de Michelangelo Antonioni, acentuado por la casi inmovilidad y el silencio forzoso que padece desde hace más de una década, desde que le sobrevino la trombosis cerebral que interrumpió su carrera, precisamente cuanto ésta se acercaba a la cumbre tras Identificación de una mujer, se adueñó ayer de la Mostra y dejó sin carnaza a la consabida ración diaria de glamour, esta vez a cargo del oportunista, escandaloso y mediocre Tinto Brass, que organizó un desembarco en el Excelsior de sus niñas porno medio en cueros.

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Más allá de las nubes es una producción (y una intromisión) de Win Wenders, en la que Antonioni reanuda la evolución de su estilo exactamente en el mismo punto donde quedó varado en 1984. Y a los 83 años, su inmenso talento renace con una claridad de ideas, una elegancia, una precisión y un dominio de sus límites que dejó ayer perplejos y entusiasmados a muchos de los estudiosos de su obra, complejísima y cada día más vigente, que se apiñaron en el Lido veneciano para asistir al retorno del viejo maestro, nacido en 1912 aquí cerca, en la hermosa Ferrara.La referencia a una intromisión de Win Wenders en el filme es inevitable. Hay que agradecer al cineasta alemán la generosidad inicial de su oferta de organizar y en parte financiar un rodaje ejecutado por un anciano casi inválido y con grandes dificultades para hacerse entender.

Pero una vez más es también inevitable recordar el acto de parasitismo casi caníbal que llevó a cabo en Relámpago sobre el agua contra el ya cadáver Nicholas Ray Wenders, que se apunta a un bombardeo si de ello se beneficia su renombre, entromete su garra carroñera en una obra ajena y, en lugar de instalar su nombre en los títulos de producción de la película, se autoconcede rodar un prologuito para cada una de las bellas historias del guionista Tonino Guerra filmadas por Antonioni, y su vanidad, con toda la pinta de patológica, le hace autoproclamarse codirector de Más allá de las nubes.

Pero el pecado lleva penitencia, pues el tiro le sale al cazador por la cultada. Sus pequeños interludios, de pocos minutos de duración cada uno, cantan vulgaridad con tanta evidencia que luego, cuando pasan y la pantalla vuelve a llenarse con imágenes de Antonioni, éstas obtienen por contraste un vigor añadido. Es más, el único de estos interludios que está a la altura del resto del filme es una secuencia, en doble movimiento panorámico de a cámara, copiada literalmente del instante de La aventura en que Lea Massari se acerca a un acantilado. Y así, la única aportación convincente de Wenders es un plagio a Antonioni, que no deja de ser clamoroso por disfrazarse de amigable.

La película se estrenará en España y habrá ocasión de intentar entrar en sus interlineados. Merece la pena. Muchos seguirán, como antaño, considerando que son hilazones tediosos de un arquitecto metido a cineasta e inclinado al intelectualismo y el encorsetamiento.

Poesía cinematográfica

Pero otros seguiremos viendo (ahora envuelto en la elegancia que da la vejez y el dominio de la síntesis) una de las fuentes de la poesía cinematográfica moderna, una bella averiguación en los códigos de la construcción de espacios visuales y un ensamblaje sin equivalente entre emoción y análisis, entre ficción y documento y entre elocuencia y silencio.El epílogo de la jornada lo trajo un cineasta portugués desconocido, ¿cómo no?, en las pantallas españolas, cuyos programadores acostumbran a despreciar lo que ignoran. La comedia de Dios es uno de los habituales ejercicios de desmesura del incatalogable Joao César Monteiro, que ciertamente no contribuye a ponérselas fáciles a los distribuidores y exhibidores de películas.

Como de costumbre también, el cineasta se pasa de rosca con un a todas luces innecesario, metraje de casi tres horas de humor y malhumor, no sólo negro, sino también lúgubre, extravagante e irreverente, pero con destellos de gran talento y una rara facilidad para combinar las incursiones de tipo experimental con las tradiciones del esperpento. Parece manejar, sin contemplaciones con la paciencia del espectador, acostumbrado a alimentar sus ojos con cine predigerido de Hollywood, las herencias de Buñuel, Valle-Inclán y Oliveira como si se tratase de caramelos secuestrados a alumnos suyos. De este realizador dicen que está un poco loco y es posible, ya que es reincidente empedernido en el filme suicida.

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