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Noticias del Grial

Antonio Muñoz Molina

En el mismo día y en dos períodicos distintos leo que un investigador inglés ha encontrado el Santo Grial, y que según los científicos de una prometedora Intersitellar Propulsión Society los viajes espaciales a la velocidad de la luz son una posibilidad tan perfectamente verosímil como el envío de una nave tripulada a Marte. Ya sé que si no fuera por la desoladora escasez de noticias que trae consigo el pleno agosto probablemente no se habría publicado una foto del Santo Grial ni se dedicaría tanto espacio a las expediciones a la velocidad de la luz a través de los agujeros negros de las galaxias, pero a uno le gusta de pronto, con la coartada del verano, suspender su incredulidad e interesarse holgazanamente por los sucesos improbables que en estos días de máximo calor y locales clausurados explican los periódicos, propensos más que nunca a rellenar sus páginas acudiendo a la ciencia ficción o a la arqueología fantástica. En tiempos más cándidos, apenas apretaba julio ya se contaban historias sobre el monstruo del lago Ness, los restos del Arca de Noé o el abominable hombre de las nieves. Ahora, tal vez por culpa de los vuelos espaciales de los años sesenta, todas las fábulas deben tener un cierto aire de plausibilidad científica que no mejora sus calidades narrativas, pero que las vuelve muy complicadas y en gran parte incomprensibles, como esas teorías-que elaboran los niños para explicar el vuelo de Superman o la resistencia a los disparos del traje del hombre araña.La búsqueda del Grial y las exploraciones espaciales comparten con la historia de extraterrestres una poesía desacreditada de la imaginación a la que uno es muy sensible a ciertas edades, pero de la que debe curarse en seguida para no entontecer sin remedio. Cuando yo empecé a aficionarme a la lectura de la prensa se informaba mucho sobre lo que entonces era denominado "el fenómeno ovni". Eran tiempos en, que los diarios y las revistas semanales más serias publicaban fotos borrosas de objetos en forma de cigarro puro o de disco, vinculándolas con la proximidad de la órbita de Venus, por ejemplo, o con un cambio en el trazado de los canales de Marte. Incluso la Iglesia llegó a tomar cartas en el asunto. En la radio hablaba mucho un sacerdote que aseguraba haber establecido relaciones amistosas e incluso evangelizadoras con una comunidad de nativos del planeta Hummo, asentada discretamente en la provincia de Sevilla.

Que el fenómeno ovni haya perdido los favores de la moda informativa no quiere decir que los visitantes de otros mundos se hayan quedado sin devotos, y digo devotos porque en esas aficiones casi siempre es posible detectar una propensión eclesiástica, como muy bien intuyó hace años el prestigioso ufólogo, J. J. Benítez, que se ha hecho de oro investigando las huellas de viajeros estelares en la Biblia y la genealogía extraterrestre de Jesús de Nazaret. La semana pasada un periódico aludía a la misteriosa autopsia que se practicó en 1947 a un posible alienígena, cuyos resultados sólo ahora parece que van a hacerse públicos. Una noche de insomnio yo tuve ocasión de oír en la radio una entrevista con el presidente del Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias, quien describió con detalle los diversos tipos de extraterrestres registrados hasta ahora por la observación humana y se quejó con amargura del cruel asedio a que están sometidos los ufólogos u ovnilogos por culpa del fanatismo de la ciencia oficial.

En Estados Unidos hay un número creciente de personas que aseguran haber sido absorbidas -la palabra técnica es abduction- hacia el interior de naves extraterrestres, padeciendo en ellas todo tipo de exploraciones científicas más bien parecidas a manoseos y vejaciones sexuales. Circula incluso el rumor, no confirmado hasta ahora, de que entre los abducidos o chupados por las astronaves de otros mundos se encuentra el ex secretario de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar, a quien las asociaciones más radicales de afectados asedian a llamadas telefónicas y acusan de cobardía por no atreverse a reconocer en público su aventura galáctica. A la ufología, a diferencia de la pedagogía o la sociología, no se le concede aún rango universitario casi en ninguna parte, pero ya existen psicólogos plenamente respetables que se especializan en el tratamiento terapéutico de quienes son devueltos a la tierra despiés de un cautiverio astral. ¿No los hay también que se dedican a convencer a sus pacientes de que fueron sometidos en la primera infancia a abusos sexuales y a ritos satánicos, y que si no recuerdan nada es precisamente porque el mismo horror del trauma se lo borró de la memoria?

Parece que la irracionalidad es una: tentación continua a la que nadie quiere resistirse, una enfermedad de la inteligencia al mismo tiempo secreta y universalmente extendida que rechaza los testimonios. de la razón y sin embargo busca en el mundo real pruebas tangibles de sus propias fantasmagorías. Sin duda, una de las tareas más difíciles de la vida es la de aprender a distinguir lo verdadero de lo imaginario: aprendemos que Superman no vuela de verdad y que el traje del hombre araña es de un tejido común, y no obstante, nos sigue quedando una nostalgia de lo prodigioso que en el mejor, de los casos es satisfecha por la literatura, pero que puede llevamos también a creer en los extraterrestres, o en las apariciones marianas, o en las terapias salvadoras de cualquier brujería dotada de un cierto repertorio de fetiches verbales. Dentro de todo, que ese investigador inglés haya concluido en estos días tórridos la búsqueda eterna del Santo Grial es una noticia alentadoramente literaria, pero en materia de hallazgos veraniegos yo sigo prefiriendo el cofre con joyas y doblones de oro que descubrió Jim Hawkins en una isla del Caribe o el otro tesoro, mucho más modesto (una maleta vieja con unas pocas monedas, algo de ropa usada y un librillo manuscrito de versos) que encontró Sancho Panza en Sierra Morena, mientras Don Quijote buscaba el Santo Grial de su locura.

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