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Cabriola

Domecq / Joselito, Ponce, Rivera

Toros de Juan Pedro Domecq, sin trapío, flojos, varios inválidos y amodorrados; 5º y 6º, encastados. Joselito: pinchazo -aviso-, estocada y rueda de peones (ovación y salida al tercio); pinchazo, estocada y rueda de peones (palmas y algunos pitos). Enrique Ponce: pinchazo, rueda de peones y se tumba el toro (ovación y salida al tercio); metisaca bajo, pinchazo bajo -aviso- y bajonazo (ovación y también pitos cuando saluda). Rivera Ordófiez: pinchazo -aviso- y estocada (oreja); pinchazo y estocada baja (oreja); salió por la puerta grande. Plaza de Valencia, 27 de julio. 7ª corrida de feria. Cerca del lleno.

El toro de lidia ha evolucionado tanto que no podría reconocerlo ni la madre que lo parió (la vaca). El toro de lidia ha pasado de ser un animal imponente, fibroso y cornalón que embiste fiero, a una variedad del cerdito, que pega cabriolas.Los especímenes de Juan Pedro Dornecq pertenecían esta nueva generación tauro-porcina, y a excepción de dos, que sacaron a relucir la casta primigenia, se pasaron la tarde hozando y pegando cabriolas.

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Miedo a la suspensión

El segundo y el tercero pegaron las dos mejores cabriolas de la tarde. Fueron dos cabriolas de campeonato, dos cabriolas para un concurso, dos cabriolas que las ve Goya y las inmortaliza. La afición discutía el mérito, el calibre, la armonía de las cabriolas y no lograba ponerse de acuerdo. Algunos ponderaban una tercera cabriola, pero la afición la rechazó porque no se ajustaba a los cánones.

Esta primera cabriola la dio el que abrió plaza tras dedicarle un recuerdo el bárbaro individuo del castoreño: escapado que hubo, cayó de morro, marcó un visaje, rodó sobre el lomo y quedó tendido del otro lado.

Estuvo bien, sí; mas nada que ver con la cabriola del segundo: al ofrecerle Enrique Ponce el pase inicial de su faena de muleta, acudió raudo, lo tomó, hincó los cuernecitos en la arena y dio la vuelta de campana. Juraba el público que no podría volver a verse nada parecido cuando el tercero lo supero en ocasión de que Rivera Ordóñez le daba un lance: el colortadito ejemplar fijó el testuz en la arena, levantó la grupa, la mantuvo en lo alto unos segundos y aterrizó patas arriba del lado de allá, mostrando. al maravillado orbe todas sus vergüenzas.

Una explosión de júbilo produjo en los tendidos la sensacional cabriola, cuyo arte y poderío recordaban a Nureyev, Dios le tenga en la gloria. Estas proezas y otras de difícil clasificación tenían, fascinado al público, que ya no sabía de dónde sacar fuerzas para exteriorizar su entusiasmo. Es el problema con que se enfrenta siempre el público valenciano: empieza a aplaudir y a vitorear con tanta fuerza, que a media corrida ya está exhausto.

La primera ovación y el primer grito se producen en el paseíllo. En cuanto pisan los toreros la arena, exclama ibiééén! y les mete una ovación que los funde. Luego los tiene fundidos. la tarde entera. Las corridas en Valencia transcurren en medio de un creciente clamor y es de ley que al final salgan los tres diestros a hombros por la puerta grande, y sus respectivos mozos de espadas con las doce orejas distribuídas. equitativamente en los esportones.

A veces este apoteosis total no se produce y entonces se deberían pedir explicaciones a los de non. Sin ir más lejos, Joselito y Ponce deberían dar cuentas a la afición de por qué no fueron capaces de cortar ni una, sola oreja.

La excusa de que los toros resultaron dificultosos, no vale. En primer lugar, ni siquiera eran toros; en segundo lugar, el público consideraba excelente cuanto les hicieran los toreros. Muletazo fino o impúdico trapazo, desplante temerario o cursi postura, espadazo arriba o abajo, pinchazo o estocada, le daban igual y todo lo coreaba con estruendosas ovaciones.

Claro que hay límites y a veces los pases, los trapazos, las posturas, son tan malos, principalmente tan aburridos, que el público se desmotiva y se le quitan las ganas. Joselito fue quien más le desganó, desmotivó y aburrió. Joselito daba un pase y, al rematarlo, apretaba a correr. Después el toro se amodorraba" y se ponía pesadísimo porfiándole pases imposibles.

Enrique Ponce, en cambio, explayó las faenas que de él se esperaban -los ayudados, las dos series de derechazos rápidos, la de naturales híbridos, vuelta a los derechazos- con la novedad de que un toro se le aplomó y lo trasteó pesadísimo, mientras el otro sacó casta, puso al descubierto la escasa hondura de su toreo y, además lo mató muy mal.

El único que supo estar a tono fue Rivera Ordóñez. No toreó ni bonito ni pausado, pero sí entregado y ceñido, haciendo gala de su pundonor y. su casta torera. Y se llevó dos orejas, que le valieron para salir por la puerta grande y salvar la corrida que, si bien se mira, había sido un tostón. Salvo cuando las cabriolas.

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