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Samuráis místicos

Presa de la secta es un modesto, operativo, aunque imaginativamente romo, filme de acción, un cruce entre ciertas formas narrativas del cine de género y esa variante poco conocida en Occidente de las artes marciales que es el cine de samuráis, género de consumo por excelencia en el Japón de entreguerras.Lo curioso del experimento es que no ha sido realizado por un japonés, sino por un anglosajón; dos de sus principales actores son chino-americanos (Lone y Chen, que por eso de los ojos rasgados igual sirven para un barrido que para un fregado) y el galán de la función, anglo-francés, responde más bien poco al esquema del héroe de una pieza: digamos como poco que tiene mucha suerte, y nada más; una situación, por otra parte, no demasiado extraña en la filmografía de Lambert.

Presa de la secta

Dirección y guión: J. E. Lawton. Fotografia: Jack Conroy. Producción: John Davis y Gari Goldstein para Davis Entertainment, EE UU, 1995. Intérpretes: Christopher Lambert, John Lone, Joan Chen. Estreno en Madrid: cines Rex, Luchana.

El filme articula una situación típica del cine de gánsteres, e incluso del western: la tensa espera que sufre el involuntario testigo de un asesinato (como en Único testigo, como en La sombra del testigo), el único que ha visto la cara del asesino, un ninja peligroso y sanguinario.

En su ayuda viene un matrimonio de expertos en artes marciales, quienes, por su parte, tienen una centenaria cuenta pendiente con el ninja. El filme, por lo tanto, orquesta la huida de los tres, la adereza con algunos -más bien incomprensibles- chistes y con una recurrencia místico-supersticiosa, y culmina, como es canónico, con el duelo final a tres bandas.

Nada tiene de excepcional la película, simple filme alimenticio a pesar de que su autor sea, curiosamente, también el guionista, situación no habitual en este tipo de productos. Pero hay, que convenir en que en algún momento de su desarrollo -en la secuencia del combate en el tren, por ejemplo- está planificada y montada con brío, y que, sobre todo al principio, plantea con vigor una situación curiosa que luego, por desgracia, da paso a lo rutinario.

Tal vez sean alucinaciones de este crítico, prisionero desde hace un par de meses de ficciones de encefalograma plano, que se proyectan ahora porque estamos en el peor momento de la temporada -como buena parte de las películas españolas disponibles, como habrá visto el lector perspicaz-, pero lo cierto es que viendo esta insignificancia con espada se removió mucho menos en la butaca de lo habitual.

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