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UN MAESTRO DE HISTORIADORES

La última jornada de don Emilio

Andrés Fernández Rubio

"Me muero" y "de ésta no salgo" fueron dos de las frases que Emilio García Gómez le dijo al médico en la visita que el facultativo Miguel Ortega, hijo de José Ortega y Gasset, le hizo en la tarde de ayer. Las pronunció en un tono poco dramático, pues era un hombre con gran sentido del humor y del pudor, y en seguida intervino su mujer, que le repitió en voz alta el mensaje del médico: "Dice Miguel que no es grave, pero tienes que comer para curarte".Don Emilio no quería comer. Y aunque por primera vez en su vida se sentía realmente enfermo, a causa de una infección pulmonar, la fuerza de voluntad y ese extraño rigor académico que caracteriza a los profesores de raza le pedían que resistiera hasta ver celebrados los homenajes que se le preparaban estos días. Estaba en el umbral de su 90 cumpleaños y don Emilio quería cumplir con los compromisos que este tipo de homenajes públicos conllevan; entre ellos, había concertado para ayer las visitas de EL PAÍS y Abc.

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La entrevista con este periódico no llegó a celebrarse, porque apareció el médico y porque don Emilio se sentía muy cansado. "Se hace usted cargo", dijo con exquisita cortesía. Al saludar había preguntado al periodista: "¿Qué tal está usted?", y ante la respuesta de "bien", él señaló con energía: "Pues yo, ¡muy mal!"

Pero aun así caminaba ágilmente, en pijama y bata, sobre las valiosas alfombras de su piso de la Residencia de Profesores, en el barrio universitario de Madrid. Una casa vivida, en la que los libros, los muebles, las fotografía -en una de ellas junto a Ortega y Gasset- y las piezas artísticas están colocadas no al azar ni por afán decorativo, sino como obra de vida y con el aire acogedor que cobran los objetos con el paso del tiempo.

Antes de que apareciera Emilio García Gómez, su mujer había estado recordando los países que ambos recorrieron en misión diplomática. En ellos fueron adquiriendo las alfombras y otros objetos para la casa. Un recorrido que les llevó durante más de dos años a Irak, y el mismo periodo a Líbano. Siete años en Turquía. Y un mes al año, durante doce, viajaron a Kabul.

El extraordinario prestigio de Emilio García Gómez en el mundo intelectual árabe hizo de él un embajador político y cultural de primer orden. Y entre sus recuerdos de viajero aparecía desde Agatha Christie, con la que tomaba el té en Bagdad, hasta el Shah de Persia, que le invitó a las célebres fiestas de Persépolis.

Esto recordaba con nostalgia su mujer de los días felices pasados junto al ilustre arabista.

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