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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un buen regreso

El teatro es uno de esos viejos amigos que cuentan siempre las mismas anécdotas; queridos amigos, entrañables. Pero un poco fatigosos, con lo ya sabido, ya visto, ya conocido. Me contó ayer El zoo de cristal; creo que la última vez que me habló de eso fue por medio de Jorge Eines, en la sala Ensayo Cien, hace poco mas de dos años. La primera sería hace unos cincuenta años: se estrenó en Estados Unidos en 1944 y no tardó en llegar aquí casi nada: por un grupito que fue también muy querido -el de José María de Quinto, con los dos Alfonsos, Paso y Sastre y con José Gordón-, pero de una manera efímera. Conservo la emoción de aquella vez: un primer amor.Se repite aquí el amor (maduro) aunque dentro ya de la costumbre. Se puede decir que la gran sorpresa, vistas las cosas como son, es que está muy bien hecho. Gravita sobre una actriz de la gran escuela, que es Amparo Soler Leal: la madre angustiada, insoportable, dominante, muerta de miedo por el paso del tiempo y la incapacidad de nazificar a los suyos (por amor); ya hundió a su marido, fugitivo como lo será su hijo. Y aquí queda, intimidada, incapaz de darle la cara a la vida, su hija. Dicen que esta madre fue la de Tennessee Williams; su vida, su sexualidad, ha sido luego la del hijo de una madre así.

El zoo de cristal

De Tennessee Williams. Traducción de Begoña Barrena. Intérpretes: Amparo Soler Leal, María León, Francesc Orella y Alex Casanovas. llun-únación: Quico Gutiérrez, Mario Gas. Vestuario: Mario. Gas. Dirección de escena: Mario Gas. Teatro María Guerrero, 27 de enero de 1995.

Fuerza de teatro

Amparo Soler hace con emoción y fuerza de teatro este personaje. Y su hija, la pequeña y desgraciada Laura, interpretada bellamente por María León: la escena de amor frustrado, repleta de delicadeza, tan magistralmente escrita, entre ella y el pretendiente fallido (Alex Casanovas), es una pequeña joya de interpretación y dirección. Cito al último de los personajes, el hijo, hecho por Francesc Orella: con gravedad, profundidad, sentimiento, y aquí está el cuarteto que cuenta muy bien la obra. Por el director Mario Gas, y sus luces, y sus trajes, y su manera de perseguir la imagen, que es tan importante en un autor como Tennessee Williams (la perseguía en el teatro para que no le ganara el cine; fue uno de los pocos autores que consiguieron un teatro de imagen sin perder el dominio de la palabra).No sé decir que ésta esté deteriorada por los 50 años transcurridos. Las, últimas viejas anécdotas que nos ha contado otra vez en el teatro en estos cuatro o cinco días podrán estar poco logradas -malogradas-, pero no envejecidas ni fuera de lugar. Su cesos como el de El médico de su honra pasan y se leen en los periódicos: el de Simpson, en Estados Unidos, es una muestra; pero la madre que, aquí, fue sacando el azúcar de la sangre de su familia hasta hacerla morir, por insulina, no tiene nada que envidiar al horror del Madrid de los más rebulsivos Austria relatado por el siniestro Calderón, y el énfasis tan italiano, tan teatralizado de Seis personajes... puede estar pasando en este momento entre nosotros (incluso lo que indica su parte de ensayo filosófico).

Tercero en esta trilogía del inquietante regreso al pasado que no cesa, El zoo de cristal: tan americano, tan de una generación frustrada y pobre en el país de las oportunidades, tan de una posguerra (guerra aún cuando se escribía, aunque ya ganada) va a ser reconocido inmediatamente por el público español: no va a faltar quien pueda citar nombres de madres angustiadas y fundamentalmente culpables, ni de jovencitas rebosantes de complejos de inferioridad. Ni de muchachos con la frustración de la cárcel del tiempo y del espacio pesando sobre ellos. Lo que tiene el gran teatro, escrito por el hombre de su tiempo, es que trasciende siempre. Si no lo estropea un director, una desfiguración, una soberbia contemporánea, una envidia de autor. No es el caso de Mario Gas.

Puede decirse también que en esta trilogía del regreso al pasado es la que Más éxito y más sincero ha tenido. Más que en los aplausos y gritos del final, de los que cualquiera puede adueñarse, se advierte en el silencio tenso con que se sigue la obra y sus escenas culminantes: en la costumbre que se puede tener de escrutar al público, parte esencial de todo espectáculo, mientras va recibiendo las sensaciones que brotan del escenario. Pocas veces se ve tan claramente como en esta nueva versión de El zoo de cristal

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